*Conexión Consciente es una comunidad a la que lo invitamos a sumarse y que tiene un objetivo claro: inspirar a las personas a reflexionar sobre cómo implementar procesos de comunicación asertiva y el uso adecuado de las redes sociales y las tecnologías de la información, para fomentar un uso más responsable, empático y positivo del entorno digital.
Hace unos días, mientras caminaba por un mercado de barrio, escuché a un vendedor decir con convicción: “Este candidato sí que va a arreglar todo. ¡Él solo tiene que querer!”. Me detuve. No para discutir, sino para recordar cuántas veces he oído esa frase —con distintos nombres, distintas caras— en cada ciclo electoral. Y me pregunté: ¿por qué seguimos cayendo en la trampa del que promete lo imposible, con la sonrisa más convincente?
El demagogo no es un bicho raro ni un monstruo de otro planeta, es en realidad un producto de nuestro propio cansancio, de nuestra ignorancia política, de la desconfianza acumulada cuatrienio tras cuatrienio, pero, sobre todo, de nuestra comodidad al no exigir más. Porque el demagogo no necesita convencer a los que piensan; necesita emocionar a los que ya dejaron de hacerlo.
Su arte no está en los números, ni en los planes, ni en los debates técnicos, pues su esencia está en tocar la fibra del miedo, del enojo, del “ya no aguanto más”. Y lo hace con una receta que, por desgracia, sigue funcionando:
Primero, simplifica hasta lo absurdo.
La economía no es compleja: “es culpa de los banqueros”. La inseguridad no tiene raíces profundas: “es por los extranjeros”. La corrupción no es sistémica: “es porque los otros son malos”. Así, el demagogo convierte lo que debería ser un diagnóstico riguroso en un chivo expiatorio fácil de señalar… y de odiar. Todo lo concreta en el “nosotros” contra “ellos” (o “los otros”).
Segundo, cuestiona sin argumentos o legitimidad.
Al ser un discurso negativo, solo existen “enemigos del pueblo”. No hay matices, solo traidores o héroes. Y tú, querido votante, estás obligado a elegir bando, ya que, si no aplaudes sin cuestionar, ya estás del otro lado; con lo cual se elimina el debate, se entierra la crítica y se normaliza el insulto como herramienta política.
Tercero, promete sin comprometerse.
“Voy a bajar los impuestos, subir los salarios, duplicar las pensiones y acabar con la pobreza… ¡en un año!”. Pero nunca dice cómo. Porque si lo hiciera, su discurso se desmoronaría y la magia del demagogo solo funciona mientras no le pidas explicaciones.
Y aquí está el punto clave: el demagogo no florece en sociedades informadas, sino en aquellas, como la nuestra, políticamente no educadas y cansadas. No es que la gente sea tonta; es que muchos hemos dejado de preguntar y preferimos la comodidad del “ya me lo resumen en un video de 30 segundos” antes que abrir un plan de gobierno, contrastar fuentes o entender cómo funciona un presupuesto nacional.
¿El resultado? Un mercado político donde se vende pan y circo, porque es lo que estamos comprando.
La democracia no se salva con héroes, ni caudillos, sino con ciudadanos que exigen, sin que confundamos que esto último es solo protestar en las redes; es hacer preguntas incómodas, leer más allá del titular y, sobre todo, no conformarse con eslóganes vacíos.
Pero dejar de votar por quien nos hace sentir bien y empezar a votar por quien nos hace pensar, son dos cosas distintas.
¿Cómo? Aquí van algunas ideas prácticas, sin tecnicismos, sin sermones:
- Pregunte siempre “¿cómo?”. Si un candidato dice “voy a crear un millón de empleos”, no celebre; pregunte: ¿con qué inversión? ¿en qué sectores? ¿con qué formación? Si no responde, ya sabe: es humo.
- Desconfíe de quien le hace sentir miedo o rabia constante. La política no es un reality show de odios. Si su discurso le pone los pelos de punta más que su cerebro a trabajar, algo huele mal.
- Lea su plan de gobierno. Sí, aunque sea aburrido. Ahí está la verdad. Los discursos se escriben para emocionar; los planes, para gobernar. Si no tiene metas claras, cifras, plazos… corre, pues estás en el sitio equivocado.
- Salga de su burbuja de verdad. Si todos sus contactos piensan igual, si solo ve medios que confirman lo que ya cree, está en riesgo de convertirse en presa fácil del demagogo. Nos alimentan de nuestros propios miedos, esos que cultivamos día a día, pero en una granja colectiva.
Y quizás, más allá del esfuerzo individual, necesitamos también estructuras colectivas: un Observatorio de la Verdad Política, no para censurar, sino para iluminar. Un espacio independiente —académico, periodístico, ciudadano— que verifique promesas en campaña y audite cumplimientos en el poder. Porque sin rendición de cuentas, la palabra “democracia” se vuelve decoración de Navidad.
Al final del día, el demagogo no es el problema. El verdadero reto no está en cómo detenerlo, sino en cómo dejar de necesitarlo.
Porque cuando dejemos de buscar salvadores y empecemos a exigir gestores, cuando cambiemos el aplauso fácil por la pregunta incómoda… entonces, y solo entonces, el arquitecto del descontento se quedará sin ladrillos para construir su farsa.
Y eso, querido lector, depende más de ti que de ellos.
¿Te recuerda a alguien de hace cuatro años? ¿Y sigue recordándotelo alguien del presente?
Conexión Consciente es una comunidad creada por una iniciativa de Felipe Sánchez Iregui, a la que se suma el diario La Razón —el primer medio de comunicación en hacerlo—, en el marco de su compromiso con la sociedad y dentro de su política de responsabilidad social.*






