Gabo y su peste del olvido

Por: Mario Sánchez Arteaga
1 año atrás

Nueve años sin Gabito

 

Mario Sánchez Arteaga / @Mariosinu

Igual que el coronel Aureliano Buendía en “Cien años de soledad” y el protagonista en el “Otoño del patriarca” Gabo, similarmente, llegaría a sus últimos días sumergido en la desmemoria como un personaje más de sus libros.

Su obra cumbre inicia con la narración “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Frente a sus verdugos a punto de ser fusilado tuvo en medio del desgaste de su memoria ese leve recuerdo.

El Patriarca en el otoño entró en cólera desesperadamente debido a que comenzaba a olvidar las fechas conmemorativas. Como medida de precaución y sospechando lo que podía venirse, inundó las rendijas de las paredes con papelitos que tenían datos claves que le ayudarían a recordar cosas. Fue tanta la agonía del Patriarca que, en un desfile, en medio del gentío vio a un joven conocido. Se asustó tanto de no saber quién era el joven que mandó a arrestarlo mientras se acordaba. Su memoria fue tan prodigiosa que llegó a saberse el nombre de todos los habitantes de la región.

La memoria fue un tema que estuvo marcado en muchas de las obras del nobel, parecería que fuese como una obsesión que tendría. El pasado fue el punto de partida para casi todos sus relatos. En la autobiografía y antepenúltimo libro “Vivir para contarla” (2004) dejó una frase que resume prácticamente todo ese tema de la memoria o desmemoria que lo perseguía como un fantasma. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

En “Cien años de soledad” García Márquez nos habla de la “Peste del Insomnio” enfermedad o más bien epidemia que afectó a los habitantes de Macondo. Se extendió por toda la población como un viento tóxico dejando a todos despiertos las 24 horas en vigilia permanente. La pérdida del sueño llevó consigo a la perdida de la memoria. Es entonces cuando José Arcadio Buendía, asesorado por su hijo Aureliano, marcó cada objeto con su respectivo nombre en toda la casona, y esa fórmula se dispersó en todo el pueblo. Esa práctica de José Arcadio fue similar a la implementada por el Patriarca en el otoño de su vida.

Lo de Gabo fue algo asombroso y premonitorio porque en su novela se anticipó a lo que unos 20 años después sería considerado por la neurología como “Insomnio fatal familiar” que se puede presentar de forma colectiva en familias. Se inicia con la perdida de sueño creando trastornos que poco a poco llevan a la perdida de la memoria o como decimos castizamente en la costa a tener el casete en blanco. ¿Cómo García Márquez pudo haber descrito tan fielmente algo de su creatividad y realismo mágico que la medicina avalaría años después?

La explicación desde la neurología consiste en que “Dormir y soñar son fundamentales para cimentar memoria. Al no dormir se pierde memoria. Los recuerdos se edifican en la noche mientras se sueña. En el día se registra y en la noche se robustece ese registro”. En síntesis, hay que dormir y soñar para hacer memoria. Y eso fue lo que pasó en Macondo, la gente no dormía y el insomnio los llevó a desmemoriarse.

Anualmente, mueren en el mundo 1.5 millones de personas a causa del Alzheimer según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). A inicios del siglo XX el neurólogo alemán Alois Alzheimer descubrió la enfermedad, que según sus investigaciones podría ser hereditaria. No obstante, eran tiempos en que la ciencia e investigaciones eran muy precarias sin los recursos tecnológicos de hoy. Con el paso del tiempo se conocería como “Demencia Senil”. Una enfermedad que lentamente desgasta a la persona hasta acabar con su vida.

El reconocido neurólogo colombiano Francisco Javier Lopera le afirmó a Guillermo Angulo “Anguleto”, uno de los mejores amigos de Gabo, y quien post mortem del nobel, escribió el libro “Gabo + 8”; que tanto la abuela y mamá del escritor, más dos hermanos murieron navegando en la desmemoria de la peste silenciosa de la Demencia Senil. Lo que incita a pensar que la familia de Gabito fue víctima de esa peste del olvido, y que al parecer es un tema genético como desde un principio lo afirmó el neurólogo alemán.

Otra de las suposiciones que muy respetuosamente me atrevo a disparar, es que, si el tema es genético, sus antepasados debieron haber padecido la peste; y esos síntomas se fueron contando de boca en boca hasta llegar a los oídos de un niño que los guardó sigilosamente para plasmarlos en una representativa obra literaria que después del Quijote es la más traducida de habla hispana en el globo terrestre.

Seis meses antes de la muerte de Gabo, la inquebrantable mujer de cultura, Gloria Triana, organizó un almuerzo en su casa de Cartagena. Invitó a un selecto y reducido grupo de amigos, entre esos al reconocido periodista Juan Gossain; quien testificaba una amistad de antaño con el escritor. Gossaín al verlo se le acercó y se sentó a su lado. Gabo se emociona, intenta decirle algo. Nuevamente, hace un esfuerzo sobrehumano, pero no pudo pronunciar palabra alguna. Agarró la mano de Juan y le dio un beso. El gesto de cariño derrumbó cualquier palabra de afecto. Otro día, en la misma casa de Gloria, uno de sus grandes amigos de siempre se le acercó. García Márquez no le quitaba la mirada y solo escuchaba. En medio del maremágnum de sus recuerdos le apretó la mano a su entrañable allegado y le dijo “No sé quién eres, solo sé que te quiero mucho”.

En varias ocasiones expresó que no hizo otra cosa que escribir las historias contadas por su abuela Tranquilina Iguarán y la inspiración en los acontecimientos familiares de vieja data. Un hombre que vivió y se inmortalizó producto de la extraordinaria memoria que adornó en una quimera literaria, pero en el otoño de su patriarcado quedó a merced de años de soledad, viviendo los tiempos del cólera, encerrado en su laberinto, entre amores y demonios. Caminando en medio de hojarascas, viviendo su mala hora sin poder recordar las putas tristes de su juventud. Fue noticia el secuestro de su memoria y quizás solo él en lo más profundo de su alma sabía que, como sus antepasados, la desmemoria era una crónica de muerte anunciada. Afortunadamente, antes de todo esto alcanzó a vivir para contarla.

Gabriel José de la Concordia García Márquez, quedó tatuado eternamente en lo tangible e intangible de la humanidad, alma y cuerpo. Murió el 17 de abril de 2014. Un jueves santo, igual que Úrsula Iguarán, personaje protagónico de “Cien años de soledad”. Úrsula fue enterrada en una cajita del tamaño de una canastilla. Gabo fue cremado y su cuerpo yacía reducido a cenizas en una pequeña caja. Cuando Úrsula muere, los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes en Macondo. Horas antes del deceso de Gabo, un pájaro intentó entrar a la casa de los García Barcha, pero se estrelló en un ventanal y su cuerpo emplumado cayó en el sillón que el afamado escritor utilizaba.

Como uno más de los personajes de sus libros se despidió el colombiano más ilustre que ha parido la patria colombiana.