Venezuela se encuentra en la antesala de unas elecciones presidenciales que podrían marcar un punto de inflexión en su historia reciente. El próximo 28 de julio, los ciudadanos acudirán a las urnas en un ambiente de expectativa por un posible cambio después de 25 años de gobierno chavista que ha llevado al país a la diáspora más grande, conocida en América Latina, con más de 8 millones de venezolanos fuera del país.
El presidente Nicolás Maduro, representante del oficialismo, enfrenta un escenario complicado. Las encuestas reflejan un desgaste significativo de su gestión, lo que ha llevado al mandatario a adoptar un tono conciliador en sus últimos mensajes de campaña. En un giro inusual, Maduro ha pedido un “voto de confianza” a los indecisos, presentándose como garante de la paz y la estabilidad.
Desde comienzo de la jornada, el oficialismo instaló en varios puntos de Caracas tarimas para recibir a los miles funcionarios públicos y seguidores e Maduro, provenientes de diferentes partes del país, que viajaron a la capital para participar en el cierre de campaña.
El mayor despliegue se concentró en la céntrica avenida Bolívar de Caracas, donde al ritmo de canciones de salsa, reguetón y temas musicales que se utilizaron en anteriores campañas, se fueron aglomerando miles de manifestantes vestidos con camisetas rojas y gorras con dibujos de gallos en alusión al “gallo pinto”, que es la imagen de campaña de Maduro.
El clima electoral está marcado por llamados a la unidad nacional. Maduro ha extendido una invitación a los opositores desilusionados, instándoles a “construir patria” juntos. Este enfoque contrasta con la retórica divisiva de campañas anteriores.
Estas elecciones se perfilan como un momento decisivo para Venezuela. La participación ciudadana y la transparencia del proceso serán fundamentales para determinar el rumbo que tomará el país en los próximos años.
