Hay una película que me marcó. Aclaro que no es mi favorita, pero sí una de esas cuyo mensaje apropié. Mentes peligrosas (“Dangerous Minds”, protagonizada por Michelle Pfeiffer y producida en 1995) se basa en la historia real de LouAnne Johnson, exmarinera que se convierte en profesora en una escuela secundaria de East Palo Alto, en el condado de San Mateo, California, donde la mayoría de los estudiantes son afroamericanos e hispanos que viven en condiciones socioeconómicas difíciles.
La cinta expone una verdad de cuño: en contextos de abandono social, un sistema educativo rígido condena a los jóvenes a la desmotivación y la frustración, porque no los reconoce ni los comprende.
LouAnne – que más que un ejemplo para los docentes debería serlo para todos los que ejercen liderazgo público- rompe con las representaciones tradicionales y utiliza la música, la poesía, la creatividad e incluso clases de karate para ganar la confianza y el compromiso de sus alumnos con ellos mismos y con su educación.
Aunque la película también cuestiona la burocracia, la indiferencia institucional y los prejuicios de color de piel, estatus o género, todos ellos generadores de exclusión y pobreza, me detengo en exaltar su mensaje sobre la urgencia de evolucionar a través de la educación.
La pedagogía radical de LouAnne Johnson – y de miles de héroes anónimos vestidos de profesores- anticipó el espíritu del enfoque STEAM: integrar ciencia, tecnología e ingeniería con las artes para fomentar pensamiento crítico, creatividad y resolución de problemas contextualizados. Su método empírico, nacido de la empatía, se adelantó décadas a un modelo que hoy define la educación para el siglo XXI.
Cuando una sociedad invierte en educación STEAM, no solo forma jóvenes, sino ciudadanos capaces de innovar, proponer soluciones disruptivas y competir en economías del conocimiento. Según el Pew Research Center, desde 1990 los empleos en áreas STEM en Estados Unidos han crecido 79 %, mientras en América Latina apenas el 3 % de los jóvenes elige carreras científicas o tecnológicas (Banco Mundial, 2023). Ese rezago explica gran parte de nuestras brechas de productividad.
Evolucionar el modelo educativo no es un tema pedagógico, sino económico. Es lo que le da gasolina al motor del desarrollo: eleva el valor agregado, diversifica la base productiva, exporta conocimiento, atrae inversión y genera empleo de calidad. La semilla que LouAnne intenta plantar en un aula desatendida es la misma que, cultivada con visión nacional, puede florecer en competitividad y crecimiento sostenido para Colombia.
*Consultor en Competitividad, Innovación y Desarrollo Económico






