Político: ¿Ser o no?

Por: William Mercado Echenique


Opinión. Hace un tiempo, era muy común ver que muchas personas tenían como proyecto de vida, aspirar a un cargo público o hacerse una carrera política a través de cargos de elección popular, lo cual se caracterizaba principalmente por la honorabilidad, respeto y vocación de servicio que representaban, quienes lograban cumplir la meta propuesta.

Eran otras épocas. El orgullo era de lado y lado; de los que cumplían con semejante responsabilidad y compromiso, frente a la comunidad ante la que se sentían en deuda, y de las personas que veían en los servidores desde públicos, a seres humanos preocupados por el bien común.

A la luz de lo que viene sucediendo hace unos años para acá, hemos sido testigos de la manera tan abrumadora en la que se ha desvirtuado el servicio público, en todas sus dimensiones.

El simple hecho de manifestar la intención de postularse para poner en consideración del electorado un nombre para ocupar cualquier cargo, genera toda una serie de comportamientos dignos de alquilar balcón, cuando se trata de la interacción entre los aspirantes, sus seguidores y detractores.

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En este escenario, tomar la decisión de lanzarse a la arena política, resulta un completo dilema. Indiscutiblemente es despedir con nostalgia, los días de tranquilidad, para iniciar una cruzada por defender el buen nombre y desmentir diariamente, rumores, comentarios o afirmaciones, que, durante el auge de las redes sociales, resulta inmanejable y casi que imposible de controlar.

Tomar la decisión de incursionar en la política en estos tiempos, es prácticamente ir al paredón, es tomar un camino del que no se sale intacto, pues una vez se resulta elegido, además de las labores inherentes al ejercicio de la gestión y administración correspondientes, se debe vivir día a día, enfrentando al grupo opositor, quien sin haber salido victorioso, pretende que se gobierne según sus preceptos, e inician una serie de ataques, que son el desgaste de cualquier político, que haya resultado vencedor en una contienda.

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En caso de que se logre hacer el quite, y haya sido posible sobrellevar todas las situaciones que han empezado a hacer parte de la dinámica electoral, todavía queda tener que enfrentar las denuncias y actuaciones de los entes de control que buscan a toda costa llevar al político tras las rejas, convirtiéndose esto en la escena más esperada por todos, cuando finalizan los períodos para los cuales han sido elegidos.

Al parecer la política, que debería dejar salir a flote la solidaridad, expresada a través de la búsqueda del bien común, lo que permite ver son esos estados de descomposición personal y social, que son los que terminan prevaleciendo, al momento de enfrentar debates serios que son los que deberían importar y por los que la ciudadanía debe hacer exigencias, en virtud de que estas discusiones son las hacen posible los consensos y la inclusión de la diversidad de variables que hacen parte de la solución de los problemas que nos aquejan.

No podemos seguir haciendo de la política, el circo romano moderno, en el que se desconozcan por completo los resultados de la gestión realizada, dándole mayor relevancia al show mediático, en el que sin compasión se ensañan contra una persona o grupo, partiendo de la presunción de culpa, más no de inocencia, obnubilando de esta forma, lo bueno que pudo haberse hecho, durante el período para el cual se fue elegido.

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Lo preocupante de este escenario es que personas con una formación excelente y con inagotable vocación de servicio, deciden ir a explotar sus habilidades y dotes en el sector privado, en donde a pesar de las exigencias, se puede crecer profesionalmente y se generan espacios de motivación permanente.

Cada vez resulta menos atractivo, hacer parte del sector público, porque además de sentirse permanentemente en el ojo del huracán, las probabilidades de evolución y crecimiento se encuentran limitadas por las acciones, de todos los que hacen parte del entramado político.