Alexander Romero Madera, caricaturista, dibujante y pintor. Ubicado en un local en la Ronda del Sinú entre calles 28 y 29 en Montería, Córdoba.
Por Luz Hernández
El vaivén de los planchones que se puede observar desde el puesto de trabajo de Alexander Romero en la Avenida Primera de Montería y el constante y apresurado paso de personas marcan el ritmo del ambiente en el que expone sus obras.
El talento artístico de este hombre es admirable, al igual que su historia. La valentía con la que ha sabido sobreponerse a las situaciones más difíciles que puede enfrentar un ser humano y todo lo bueno que se ha forjado a través de esas circunstancias demuestran la firmeza de sus carácter.
Alexander es un artista monteriano, un dibujante formado en la calle. Hoy ha decidido contarme parte de su vida, entre sus pinturas y dibujos, lápices y crayones.
Un niño de siete años que sale de su casa sin ninguna protección, movido por la necesidad y con la esperanza de encontrarse con una vida bonita, de buen trato y afable… marca el inicio de la etapa más oscura y más clara en los 37 años de historia de este artista.
¿Qué pasa después que sale de su casa?
Cuando decidí irme, me fui para Maicao, Colombia. Estando allá no sabía qué iba a hacer, andaba estresado, fue muy duro. No es fácil estar en un lugar donde no conoces a nadie y no tienes un trabajo. Yo no sabía hacer nada cuando eso y además era un niño. Para poder irme de la casa, primero tuve que trabajar en cosas de albañilería. Fue un recorrido largo.
¿Qué pasa en Maicao?
En Maicao pasa de todo… de hecho ahí comienzo mi carrera artística. Un día iba saliendo de cine, era tarde, ya eran como las diez de la noche. Decidí ir al cine para pensar un poco y distraerme porque no tenía trabajo.
Cuando salí, vi a un señor que estaba en una escalera, trazando algunas líneas… yo no alcanzaba a ver bien, veía entre oscuro y claro, me acerqué, solo por curiosidad, y vi que estaba haciendo algunos garabatos a ‘mano alzada’ eso fue lo que más captó mi atención. Cuando el señor se fijó que yo estaba viéndolo, con un tono de voz agresivo me preguntó:
— ¿A la orden?
—Tranquilo, le dije… solo estoy viendo.
— ¿te gusta esto?, replicó.
—No, la verdad no tengo idea de lo que hace…
Ahí comenzamos a dialogar, mientras él pintaba un anuncio.
Yo creo que le agradé. Después de que le comenté que estaba preocupado porque no tenía trabajo me ofreció el puesto de “asistente artístico”, o sea el que carga la escalera y las pinturas. “Risas”.
¿Cuál fue su primera pintura?
Un mango.
¿Se ve interrumpida su carrera como pintor después del mango?
Sí, si te contara… con esto no solo se ve interrumpida mi carrera como pintor, sino que también mi vida se divide en dos. Después de un tiempo de estar en Maicao, viaje al desierto, en la alta Guajira. Vivía con unos indígenas Wayuu y trabajaba con ellos, todavía muy joven y loco. Mi trabajo era arriar los chivos como a ocho kilómetros para que bebieran agua, todos los días. Después de un tiempo, les dije que ya me quería ir… que quería experimentar por otros lares. Ellos me preguntaron, que si para dónde me iba, les dije que me quería ir para Venezuela y me ayudaron a pasar la frontera, me disfracé de indígena y pasé fácilmente como un Wayuu nativo. Cuando llegué a Venezuela, trabajé en una finca porque no tenía cómo sobrevivir y además quería ahorrar para irme a las islas de Aruba, Curazao y Bonaire para meterme en un barco de los que atracaban ahí, e irme indocumentado a cualquier lado…
Me metí con cinco amigos más dentro de un barco ruso, nos fuimos como polizones.
En medio de ese viaje, nos descubrieron y que te descubran en un barco como polizón significa que te vas a morir. Efectivamente nos tiraron al mar, estábamos a mar abierto… a mí me sacaron de último, cuando me sacaron yo me agarre de una pita, por si la pita estaba agarrada al barco. Pero no. La pita no estaba agarrada, aunque sí tenía al otro extremo atado una barquita inflable.
El caso es que en pleno mar abierto, inflamos la barquita para sostenernos durante todo el día… así pasamos las horas, nos insolamos, y como eso fue en la mañana -muy temprano-, cuando ya llegó el mediodía teníamos mucha sed. Con el ruido de las olas en la mente era difícil escuchar a los otros compañeros. Por la tarde se asomaron las aletas de los tiburones cerca de nosotros. Ya era mucho, estábamos sin esperanza. El miedo era innegable. En medio de eso, algunos de mis amigos comenzaron a delirar.
¿Cómo los rescatan?
Por la tarde, muy de tarde, yo, en medio de todo, vi pasar una lancha, ni siquiera la sentimos. Nadie la sintió. Les informé a mis compañeros, y uno más pudo confirmar lo que había dicho… unos minutos después la lancha se devolvió, hasta aquí te puedo contar, porque hasta allí recuerdo. Cuando volvimos en sí ya estábamos en Cartagena, no sabíamos nada. Ni cómo, ni por qué regresamos a Colombia.
Cuando reaccioné en Cartagena, no era yo. A partir de ese momento muchas cosas cambiaron, entre esas la visión con la que pensaba ver la vida. Me quede por un tiempo en Cartagena.
¿Qué hizo en Cartagena?
Hice de todo. Lavé platos, manejé maquinaria pesada para mencionar algunos ejemplos… pasé mucho tiempo en trabajos diferentes al dibujo, tanto que había olvidado realmente lo que me gustaba. Intenté dibujar, pero esta vez experimenté con un retrato. Fracasé en el intento.
¿Cómo regresa definitivamente al arte?
Fue un proceso. Me fui de Cartagena, con el fin de llegar a Maicao otra vez. Tampoco fue fácil. Viaje por diferentes pueblos, sin ropa, sin dinero. No sé cómo lo hice. No tenía nada. En medio de ese ir y venir recordé lo que había hecho… pero regresé definitivamente al arte de dibujar después de mucho tiempo. En un momento de tranquilidad mental decidí comenzar a estudiar algunas técnicas de la pintura, practiqué y practiqué.
¿Por qué regresa a Montería?
Bueno, luego de recorrer varias ciudades de Colombia, como Bucaramanga y Bogotá, ciudades con las que estoy muy agradecido. Sobre todo con Bogotá, porque allá adquirí mi credencial como expositor y un espacio en el teatro Jorge Eliecer Gaitán
Regresé a Montería porque encontré este espacio en el que estoy hoy, es bueno sentir que algo es de uno. En otras ciudades se presentan muchos problemas por los espacios… y como yo trabajo en la calle al igual que otros cien, válidamente, todo se complica más.
¿Por qué la calle como puesto de trabajo?
Porque como te había dicho antes, cuando inicié como asistente artístico, lo hacía en la calle… el señor con el que trabajaba se dedicaba a pintar publicidad en paredes y la calle aporta. Yo creo que la calle te ayuda mucho, el contacto con la gente, con el sol, con el aire… eso trasmite mucho.
¿Qué le ha aportado Montería a su trabajo?
La acreditación del espacio. El hecho de tener este local, de abrirlo todos los días, de exponer mi trabajo en un lugar fijo me ha dado cierta estabilidad laboral. Yo manejo mi espacio y mis horarios, pero los respeto.
¿Qué trabajos memorables ha hecho en Montería?
El retrato de un abuelo, un niño gordito al que le hice una caricatura y que se puso a llorar porque él no era así de gordo, también algunos planos de la catedral San Jerónimo y el retrato de una señora que quería que le omitiera las arrugas y las líneas de expresión, quería los labios de Angelina Jolie, los pómulos sobresalientes, cabello largo, y la nariz fileña, cuando la terminé de pintar y se vio, me dijo que no se parecía y que por eso no me iba a pagar. Al final termino pagándome, y pidiéndome que le hiciera uno pero ahora sí, tal cual como era ella.
¿Se queda en Montería?
Sí, por lo menos hoy te digo que sí. El calor humano de aquí es formidable, y aunque le falta más sentido de pertenencia con esta clase de arte, la acogida ha sido considerable. Además este lugar es bonito, me inspira. Tener un contacto visual directo y casi permanente con el rio. El ir y venir de los planchones y lo peatones de aquí para allá, me emociona.