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Por Robinson Nájera Galvis
Máximo Jiménez, el cordobés que exitosamente introdujo la música protesta al vallenato en 1978, lanzó al mercado la canción “La Campana Descompuesta”, escrita por Luis Felipe Negrete. Su objetivo era denunciar, al ritmo de una pegajosa melodía, el estado de descomposición de la sociedad en aquel entonces. “Los maleantes andan sueltos, se dejó el juez sobornar”, expresaba en algunos versos. “Sí, señor, sí, señor, la campana descompuesta, como no, como no, no la dejes repicar”, entonaba Máximo Jiménez con su voz contundente en muchas plazas de Colombia. Sin embargo, las mismas multitudes que lo aplaudían fervorosamente durante sus presentaciones, en tiempos de elecciones, salían a vender su voto a maquinarias corruptas, una acción miserable pero efectiva para que la campana siguiera descompuesta.
Parece que los esfuerzos de Máximo Jiménez no tuvieron el impacto deseado. En 1987, fue amenazado por cantar verdades y la casa de su madre fue atacada. En 1989, se vio obligado a exiliarse en Austria y, en noviembre de 2021, falleció en Montería debido a enfermedades cerebrales, sumido en dificultades económicas y desencanto.
Desde la época de Máximo Jiménez hasta hoy, se podría argumentar que la campana sigue empeorando. La sociedad se ha convertido en un monstruo sordo e insensible que no responde ni a la música ni a las advertencias. Incluso las declaraciones del Presidente anunciando castigos para aquellos que compraran o vendieran votos parecían ineficaces ante este comercio infame que es como vender la patria misma.
Es lamentable observar la alegría de individuos que, durante las recientes elecciones, exhibían orgullosos dos billetes de cien porque habían vendido su voto dos veces al mismo político. ¡Qué estupidez! Se creían astutos al engañar al comprador, sin percatarse de que solo eran simples pendejos que comprometían el futuro de muchas familias para enriquecer a unos pocos avivatos.
Además, un ilustre profesional se quejaba de no llegar al Concejo por solo tener cien millones. Esto evidencia que la educación también está en crisis. La tarea, entonces, es formar individuos serios que comprendan la necesidad de elegir a los más sabios y honestos para manejar dignamente los recursos públicos, en lugar de aquellos que invierten millones. De lo contrario, las campanas descompuestas seguirán repicando por los siglos de los siglos.