Amoríos entre cuchos

Por: Mario Sánchez Arteaga
3 días atrás

Primer capítulo de una novela en construcción

Ernesto se despertó a las 4:55 de la madrugada, como tradicionalmente su propio cuerpo lo estimulaba al no soportar más estar encamado. Miró a su derecha la hamaca guindada que lo esperaba para terminar de espantar la somnolencia, esta vez no acudió a su normal rutina y la miró de reojo desplazándose a la ventana de la habitación deleitando el silencio y claro oscuro de la alborada.

Tomó el café que había dejado de la noche anterior, sin importar lo frío y quizás desagradable que a esa hora sabía, lo saboreaba lento mientras miraba vagamente la espalda de Maritza. Luego se sentó sin dejar de ver la espalda de su mujer y disfrutaba ese momento, sorprendido de las arrugas cicatrizadas en la piel de quien por más de 40 años había compartido el sueño con él y soportado su ronquido de león jubilado.

Normalmente, pasaba de la cama a la hamaca, esperaba el Café recién hecho endulzado con clavitos y canela y juntos tertuliaban de cualquier cosa del presente o del pasado. Ambos eran buenos conversadores y se gozaban estar juntos para escucharse. Así se enamoraron de pura palabrería y sentimientos verbalizados. Ella se anonadaba escuchándolo por horas y él sabiendo lo que pasaba, se inspiraba hasta que la garganta se desgastara. Sabía que no era un Don Juan, pero cuando alguna mujer accedía a dejarse increpar de él, sacaba todo el arsenal que erupcionaba de gran Rapsoda en una prosa versátil y picaresca. No le iba mal en las conquistas.

En algunas ocasiones ambos compartían la hamaca, entrepiernados y semidesnudos, luego de dialogar terminaban sucumbidos en un idilio que gozaban y se burlaban después de todo lo que hacían.

Maritza se despertó y al darse cuenta de que Ernesto no estaba en la hamaca sabría que algo extraño sucedía, ambos habían dejado la vida laboral y afanes rutinarios años atrás para no tener que madrugarle al estrés que había detrás de los muros de su casa. Al notar que la observaba con ojos de búho en cacería le pregunto sonriente

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– ¿Qué haces ahí­ – En qué piensas?

Él seguía concentrado viendo como aquella espalda lisa y suave se había convertido en un camino seco veraniego.

Maritza se sentó en la cama y mirándolo fijamente volvió a preguntarle – ¿Qué te pasa Ernesto? Él se paró nuevamente frente a la ventana, bebiendo el último sorbo del asiento del café, tomó un poco de aire y respondió evadiendo la mirada de ella.

— Esto se está acabando Maritza, se acabará dentro de poco –

¿De qué me hablas, Me vas a dejar ahora después de viejos? Preguntó ella.

— ¡No mujer! De dónde sacas eso. Tengo miedo…

¿Miedo de qué, a estas alturas de la vida?

—Tengo miedo que una de estas mañanas no despierte del sueño profundo, o despertar y no sentir tu agudo respirar, y que tu cuerpo este inerte y frío –

Maritza se paró en frente de su marido mientras los senos le bailaban dentro del pijama, medio se acomodó su especulada cabellera entre canosa, tomó sus manos temblorosas y le dijo – Pechy Te amo –

—Llevo tres años sin dormir bien, me levanto tres y cuatro veces en la noche para saber si estoy vivo, te miro y te toco sin que tú te des cuenta, le dijo Ernesto –

— Pero no pienses en eso, creo que no estamos tan viejos –

Rápidamente, Maritza hizo un escaneo a su cuerpo y le dijo – creo que aún aguantamos uno que otro revolconsito –

-Bueno, yo tampoco es que este tan mal—, ágilmente se miró el abdomen. —A pesar de los kilos de más que he invertido en mi barriga, y el grisáceo de mi poca cabellera, aún me miran cuando salgo a caminar – arremetió Ernesto

Maritza explotó en una gigantesca carcajada burlándose del comentario de su marido, ella sabía que el ego varonil era lo único que no le había envejecido.

-Mari, te hablo en serio, siento que esto ya se está acabando. Somos la colilla del cigarrillo que pronto se apagará. Estamos en cuenta regresiva, es más lo que resta, me aterra saberlo y no dejo de pensar en eso-

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-A qué le temes! Respondió Maritza.

-El que llega a viejo y le tiene miedo a la muerte es porque carga con un cardumen de culpas o simplemente ha sido un infeliz frustrado-

 

La mujer subió el tono de su voz y le recriminó apoyándose en los brazos de él

– Es que acaso hay algo o cosas que hiciste que yo no sé… Has hecho de nuestra relación una obra de teatro y solo sobreactúas?

 

Ernesto se llenó de sentimientos, sus ojos brotaban lágrimas de una espesura que se escuchaban cuando caían al piso, aplastando un batallón de candelillas que devoraban migajas de ajonjolí. La miraba aún con ojos de Búho en cacería, queriendo traspasar la retina de los ojos de ella.  – Mari, me entristece saber que pongas en duda mi amor por ti, sabes que te amo y que nunca he besado labios distintos a los tuyos, claro, después de casados-

Ambos se abrazaron intensamente, queriendo desarmar los calcinados huesos, ella, sin embargo, estiró la boca completa en una especie de bembeo restando credibilidad a la confesión de fidelidad que profesaba su esposo.

La habitación miraba al paisaje sabanero que a lo lejos dejaba entre ver un río apacible, casi inerte, como queriendo devolver la corriente de su yacimiento.

Maritza se paró en frente de la ventana y le dijo Ernesto –ves ese río, ya no se mueve como antes. Su cauce corre porque el viento lo ayuda, pero no tiene la fuerza para llegar a la desembocadura. Tampoco se puede devolver porque el mismo misterio de la naturaleza se lo prohíbe. Y míralo! Ahí está, frágil, pero su agua poco o mucho le da vida al ecosistema. Así estamos nosotros, también, en el declive de la vida y no hay nada ni nadie que lo pueda contrariar-.

Ernesto pensó –tremenda reflexión, me dejó arrinconado en el cuadrilátero del cuarto. Pero no se lo voy a decir por qué siempre termina ella como un héroe. Mary es tremenda hembra, nunca la merecí. Eso tampoco se lo voy a decir-

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¡Maritza pensó al tiempo que su marido pensaba –Tas puyado no joda! Después de viejo cacorro y con miedo a morirse. Estás pagando Ernestico todas las sinvergüenzuras que me hiciste cuando joven. Ahora viejo y acabado pretendes que te pechiche y consienta, cuando fui sometida a la burla y desfachatez no sé cuántas veces-

Ambos volvieron a la cama y fijaron sus miradas hacia el techo de tablilla de roble. Ernesto se quitó los calzones y ella la pijama. El uno puso la mano encima de la pierna de la otra. La otra se encaramó en la pierna del otro. No se dijeron absolutamente nada, reinó un silencio de caverna medieval. Solo se escuchaba la agitada respiración.

Maritza se empijamó nuevamente y buscó el mecedor para terminar de bordar unos individuales del comedor. Ernesto regresó en calzoncillos a la hamaca buscando algún resguardo de café en el pocillo e intentar llenar el crucigrama del día anterior. Ambos volvieron a cruzarse las miradas. Ella se reía en su mente y él volvía al tormento y delirio de persecución que la muerte le venía haciendo en cada amanecer.

Al rato ella se enmarronó el cabello, se paró y abrió la puerta del cuarto dispuesta a salir. Inmediatamente, él soltó el crucigrama y le preguntó…-A dónde vas mujer?

Ella, con mirada de ángel, pero iracunda de alma, le respondió – Voy a hacerte el desayuno, como lo he hecho siempre… Porque si queremos vivir un poco más, hay que alimentarse de comida y no de esos fantasmas que te persiguen y no te dejan dormir-

Él, se quedó perplejo sin palabras en el silencio de caverna medieval, tratando de razonar las frases coléricas de su mujer, reconociendo nuevamente que lo volvió a noquear en el cuadrilátero del cuarto matrimonial. Sabía que la supremacía de Maritza lo dominaba, y no habría mejor refugio en lo que quedara de vida que estar entrepiernado bajo sus sábanas de 40 años para huirle a los miedos de la alborada.