Esta entrevista hacer parte de la recopilación hecha por Marcos Daniel Pineda García, en su libro “Visiones de Montería”
Por: Marcos Daniel Pineda García | @MarcosDanielPG
Admiro a José Luis Garcés González en la distancia. Digo distancia porque no he podido compartir con él como quisiera, pero sé que tiene un potencial académico, cultural y literario de gran valía.
La labor de José Luis frente al grupo de arte y literatura El Túnel es de admirar. Con las uñas y mucha dedicación ha sacado adelante esa fuente de desarrollo cultural que hoy nos identifica en todo el país. Me gustaría asistir a los actos que él y sus aliados organizan con frecuencia en la ciudad, en un principio a escuchar y, después sí, a intervenir, porque sé que ellos conocen Montería; es más: la critican —como sé que lo hacen—, pero es porque la quieren. No dudo de eso.
José Luis Garcés no solo se queda en su compromiso estético frente a la literatura —que ya de por sí sería bastante—, sino que se asume como un “objetor cívico”. Conoce la ciudad y sobre ella, a la hora de analizarla, de comentarla, llama las cosas por su nombre, no se anda con murmuraciones. Y su autoridad para hacerlo es indiscutible, no solo porque se la ha ganado, sino porque vive Montería, la disfruta y la padece. Aunque a él no le guste el término brillo para definir su momento profesional, tras la muerte de los maestros Manuel Zapata Olivella, David Sánchez Juliao, Jorge García Usta y el Compae Goyo, él es la figura literaria más luminosa dentro y fuera del Sinú, respetando, por supuesto, las valiosas y fructíferas carreras de otros escritores cordobeses que también se han abierto espacios nacional e internacionalmente. Lo sé y así lo explican expertos en el tema, quienes aseguran que todo obedece a su disciplina de trabajo, su altura intelectual y el impacto social de sus novelas, cuentos, guiones y artículos de prensa.
Espero que Dios nos conserve a José Luis por muchos años, y que la sociedad no empiece a valorarlo solo cuando ya no esté. Tenemos que sacarle mucho provecho —en el buen sentido de la expresión— en estos momentos cuando se encuentra en la plenitud de sus capacidades. En mi biblioteca tengo varios de sus libros, como Los extraños traen mala suerte, Carmen ya iniciada y su más reciente novela, Fuga de caballos. Pero el que más consulto, por la radiografía que hace de la sociedad monteriana y las propuestas que formula para que crezca y mejore, es Montería a sol y sombra.
Maestro, yo quisiera saber cómo y desde cuándo empieza usted a interesarse por la literatura. También me gustaría conocer si su destino de escritor se lo fue forjando usted mismo o si se lo forjó la vida.
No puedo precisar. Tengo memoria de estar, desde muy pequeño, en un cuarto cerrado y solitario, manoseando periódicos viejos y revistas viejas, mientras mi abuela y mi madre llegaban del mercado o del trabajo. Esa sería la prehistoria. Luego, la escuela secundaria. Un centro literario con el profesor Santiago Reales Otero. Tan menospreciados hoy, pero tan importantes los centros literarios. Allí leíamos, discutíamos temas culturales y filosóficos, escribíamos textos horrorosos, pero se agitaba el espíritu cultural. Hay necesidad de rescatar esos centros literarios, ponerlos a funcionar, asignarle horas semanales que sean tomadas como trabajo y no como pasatiempo. Creo que en esos centros literarios se estimula mucho la vocación creativa. No he dicho se hacen escritores, digo que se despierta o se robustece el deseo de vincularse con la literatura y con la cultura. Incluso, puede empezar a forjarse el hábito de la lectura.
Tras la muerte de los escritores Manuel Zapata Olivella y David Sánchez Juliao, entre otros, usted quedó convertido en la figura literaria que más brilla desde Montería y Córdoba hacia el resto del país. ¿Usted asume esa circunstancia como un peso o aprovecha esa oportunidad para, a través de sus escritos, visibilizar la región y sus problemas?
No hablemos de brillo, hablemos de trabajo, de disciplina, de pasión por la cultura. Es mucha carga eso de ser reemplazo. Los maestros Manuel y David son irremplazables. Cada uno con sus maneras, sus preocupaciones, sus estilos. No aprovecho ninguna circunstancia. Asumo o continúo con la responsabilidad de escribir lo que me gravita, lo que me estremece. Si eso coincide con los problemas de la región, como tú planteas, mejor. Sería una excelente coincidencia. Lo importante es escribir con la conciencia limpia y con un claro sentido de la estética y de la justicia. Ah, y no olvidar que la obra de todos estos importantes escritores mencionados y de maestros como Benjamín Puche Villadiego, Rafael Yances Pinedo, Guillermo Valencia Salgado, Jaime Exbrayat, Jorge García Usta, entre otros, que hicieron valiosísimos aportes a la cultura del Sinú, hay que divulgarla, hay que valorarla, hay que hacerla conocer en forma mayoritaria por las nuevas generaciones. Los profesores tienen ese ineludible deber. Eso no se debe ocultar como si fuera una afrenta, eso debe ser motivo de orgullo. Pueblo sin memoria, ya está dicho, tiende a repetir la historia, es decir, a repetir los ciclos de fracasos o de indignidad. El francés Luis Striffler en su libro El Sinú, escrito en los alrededores de 1845, con ojo agudo denunció que estos eran pueblos que no le rendían culto al pasado. Es cierto. Impera el presentismo. Que es lo más efímero. Qué tal que Francia se olvide de Francois Villon, de Víctor Hugo, de Napoleón. O que en Grecia se omitan los nombres de Sócrates, de Pitágoras o de Platón. No es para compararnos. Cada quien con su propia magnitud. Pero esa magnitud nunca puede ser la ignorancia o el olvido.
Usted ha ganado premios nacionales e internacionales de novela y cuento, y sus artículos son publicados por prestigiosos medios de comunicación. Maestro, ¿cómo ha hecho para sacudirse y sobresalir, a pesar del histórico abandono que han tenido las artes y sus representantes en esta región del país?
Creo que el asunto es de pasión y disciplina, de entrega al estudio y de entrega a la escritura, que es un largo proceso. Mi primer libro se publicó en 1980, desde allí nunca he cesado en mis empeños. Frente al abandono que tú certeramente señalas, toca, como escribió Voltaire en su novela Cándido, abrir nuestra ventana personal. Es decir, asumir con seriedad nuestra propia decisión. Claro que el deber gubernamental es apoyar los hechos, los gestos y las personas que propugnan por la cultura. Eso está escrito en los artículos 70 y 71 de la Constitución actual. En muchas ocasiones esto no se cumple. O se le da apoyo solo a la cultura exteriorista y se margina a la cultura de pensamiento.
En su libro Montería a sol y sombra (De la fábula a la postmodernidad), usted hace una completa radiografía de esta capital. ¿Cree usted que Montería avanza por el camino indicado o necesita de una profunda reingeniería?
En Montería a sol y sombra hay un intento por mirar con cierta profundidad algunos problemas de Montería, especialmente el asunto humano. De entrada pienso que Montería requiere una incisiva reingeniería humana, ética y moral. Hay que analizar, sin pasiones livianas, la condición humana de sus habitantes. Aún más, entender que la tarea inmediata consiste en convertir a sus habitantes en ciudadanos. Hay que practicar una transformación axiológica del monteriano para qué pueda responder a cabalidad la pregunta borgiana: ¿qué es ser monteriano? Sin esa honda modificación, seguiremos en el apogeo del cemento pero en la ignorancia ética. Insisto en la culturización de las personas que transitan por las calles pavimentadas o que visitan los espacios construidos.
¿Cuál es aquella característica del monteriano que usted más admira y cuál es la que más critica?
Claro, al monteriano no podemos tomarlo como una unidad homogénea. Hay monterianos, no monteriano. Sin meternos mentira, ellos se clasifican según la clase social, la cultura académica, su condición de ciudadano. Lo más interesante, podría ser, quizá, su posibilidad de relacionarse, hacer amigos o tratar demasiado bien al forastero; me disgusta su indiferencia cívica, su bulla sin sentido, su inversión de valores. No aplaudo a los monterianos que tiran la basura a la calle, que llevan sus perros a defecar a los parques, que dañan los avisos, que ponen a todo volumen el equipo de sonido, que no respetan la tranquilidad del vecino, que violan o desconocen las normas del tránsito o se roban las rejillas del alcantarillado. Por ello, el asunto es desarrollar planes serios y sistemáticos, de educación, de cultura, de conciencia ciudadana. Y de aplicación de la ley. Planes que empiecen en la primera infancia y lleguen hasta el adulto mayor. Planes que, pensando en los intereses de la comunidad, desarrollen la máxima de Marco Aurelio: “No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad”.
Montería es una palabra femenina. Esa condición de mujer, ¿qué ha representado o generado a lo largo de su historia?
Algo exótica la pregunta. Hace más de 15 años escribí en El Heraldo un artículo aplaudiendo a Valledupar. Y yo decía que Valledupar era una ciudad femenina y hermosa; que Cartagena era también femenina; igual que Riohacha. Sincelejo era masculino, igual Barranquilla. Nueva York tiene que ser femenina, lo mismo que París. Buenos Aires, tiene que ser femenina así no le simpatice a Borges. Moscú, Londres y Tokyo son masculinos. No recuerdo cómo clasifiqué a Montería. Ahora pienso y creo que es masculina, algo zafia, algo confusa. Montería es una palabra femenina que señala un asunto masculino.
¿Cómo le gustaría que fuera Montería en unos 5 años? Por favor le pido que incluya las áreas de la salud, la educación y la urbanística, y el tema de la pobreza.
Cinco años cronológicos son pocos. Pero ya que la pregunta usa esa cuantía, me permito deambular por los predios de la utopía. Antes que todo, más educada, más cívica, más decente, más humana. De allí se derivan mejorías en la salud, en la urbanística, en la pobreza económica, y digo económica porque ya sabemos que hay otra, que es peor: la pobreza espiritual. Hay que construir y poner a funcionar por lo menos nueve grandes centros cívico-culturales, en puntos claves, organizados y dirigidos por personas que sepan del asunto y les conmueva el hecho cultural. Mucha ética y nada de politiquería. Esto hace parte del gran sunami educativo que necesitamos para resucitar o crear el ámbito espiritual de Montería. La tarea es larga, pero hay que empezar ya, o continuar sin reposo. Y para realizar este trabajo educativo hay que utilizar todos (léase bien: todos) los medios audiovisuales, virtuales y tecnológicos que estén a disposición, sin importar los recursos económicos empleados. Pues se está haciendo una inversión, no un gasto. Hace poco leí que en Taipéi, donde no hay policía en las calles y el orden se mantiene, actúan de manera parecida.
Con argumentos suyos se filmó y emitió una de las telenovelas más exitosas de la televisión colombiana, Caballo viejo. ¿Cómo fue esa experiencia y qué valores quiso transmitir usted a través de los diálogos de los personajes?
Fue una experiencia muy valiosa que me permitió ampliar mis conocimientos en narración, guion y diálogo. Quise transmitir los valores culturales y antropológicos del pueblo sinuano, del pueblo caribeño. Mostrar esa oralidad, esa filosofía. Creo que el trabajo de libretaje, en el cual participé, y el trabajo actoral permitieron esos logros. Caballo viejo es quizá una de las telenovelas en la que más fuerza tiene la cultura popular, específicamente, la cultura popular del Caribe y del Sinú. Esa es una de sus características más sólidas. Pienso que podría utilizarse para trabajar en escuelas y colegios.
Si se invirtiera más en exposiciones de arte, en talleres de fotografía, en charlas literarias, en publicación de libros, en fin, si se apoyara más la cultura, ¿qué tipo de ciudad cree usted que construiríamos para el presente y futuro?
Una gran ciudad, a la altura de las mejores del mundo, y acepto que se me sindique de que estoy delirando. Y no por su tamaño. Las ciudades monstruosas no funcionan. Una ciudad-slow o que, por lo menos, tenga monasterios de silencio, sectores ecológicos, charcos vegetales o paraguas kilométricos de sombra, con museos, con amplios y dotados salones de actos, una ciudad humanista de verdad, con varios palacios de la cultura, todo yendo hacia lo slow y lo naturista. En donde se valore al ser humano por lo que sepa hacer y no por lo que pueda tener, o pueda hablar. Pero, para no engañarme, sé que ese es un largo y sostenido proceso. Para ello requerimos gente preparada en Culturología, en Antropología cultural, en Sinuanología, en Arquitectura humana, Historia, Axiología y Ética, por lo menos. Gobernantes rectos y honestos. Gente que conozca otros entornos y recoja y aplique en estos lares lo mejor de la experiencia universal. Hay un pensamiento de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum que expuso cuando le fue entregado el premio Príncipe de Asturias en 2012, que puede ser pertinente: “No me parece atrevido afirmar que el florecimiento humano requiere del florecimiento de las disciplinas de las humanidades”.
Casi toda su carrera profesional la ha hecho usted en Montería. ¿Qué es lo que tiene esta ciudad que, a pesar de sus problemas, lo ha amañado?
Puedo contestar con la Sátira III de Juvenal, el satírico griego, o con algunas palabras de Luciano de Samosata. Pero puede parecer pedantería intelectual. En mi caso, no creo que funcione la palabra amañado. Soy un crítico de muchas cosas y por eso surgió mi libro Montería a sol y sombra, que es un texto de objeciones y de amor. Soy un “objetor cívico”, como se proclamaba el alemán Günter Grass en charla con el catalán Juan Goytisolo. Quizá todo se debe a un conjunto de circunstancias; ellas han obligado mi permanencia en esta ciudad. Quizá en otros lares me hubiera ido económicamente mejor y mis proyecciones fueran más amplias. Pero sentí que, aunque me azote sin clemencia, en este calor estaba mi deber. Y desarrollé la conciencia de la necesidad de impulsar en forma disciplinada la praxis cultural, aunque sea con escasos recursos. Para ello nació el grupo de arte y literatura El Túnel. La atmósfera cultural no es muy propicia, pero hay que luchar contra la adversidad, la ignorancia y la indiferencia. Cuando haya un seriado de gobernantes cultos (y no hablo de solos gobernadores o alcaldes), como proclamaba nuestro extinto Compae Goyo, que sientan el hecho cultural como se siente la necesidad del pan o la necesidad del agua, podríamos despegar hacia niveles más altos de cultura y de espiritualidad. Hay una anécdota: el amigo excongresista Héctor Lorduy Rodríguez me ha comentado en diversas oportunidades que lo que más le causa admiración de mis asuntos es que yo haya persistido en quedarme en Montería, luego de que regresé de Bogotá en 1975, máxime cuando en otras partes se me hubieran abierto quizá mejores posibilidades. La respuesta de mi parte no es tajante. Tal vez haya sido un designio. Hay cosas en la vida que a veces escapan a las coordenadas de la lógica.