Crónica. La nostalgia es una especie de laguna donde en cualquier momento uno se zambulle y luego sale pringado con gotas de felicidad, pero también de tristeza. Fue así como una de estas mañanas me sentí salpicado por los recuerdos de la infancia cuando un muchacho con una tártara repleta de blancura, gritaba a todo pulmón por las calles: “casabe, casabe”. Para nosotros era un manjar remojar dicho pasaboca en el café, sin embargo, esa voz afinada para las ventas fue desapareciendo como los cuentos del abuelo y como los tiempos de la cometa.
El corazón, receptor de todas esas sensaciones agradables o lastimeras que van pasando por nuestras vidas, nos impulsó a buscar en Ciénaga de Oro, “Tierra del casabe”, lo que en realidad está pasando con este producto elaborado desde épocas prehispánicas. Entonces, la carretera se hizo camino y pronto el sol orense de las 2 de la tarde nos saludó de frente y la iglesia, con su imponente silencio, nos mostró que pisábamos un suelo de personas espontáneas que de una, estuvieron dispuestos a ayudarnos en dicho propósito.
Las nuevas voces amigas nos condujeron al Cerro El Socorro. Desde allá arriba se siente cierto aire de superioridad, pero este va bajando a medida que notamos como la pobreza anida en algunas viviendas, en una de ellas, una preciosa morena nos abrió la puerta y de golpe sentimos ese olor embriagador del casabe recién hecho, combinado con la sonrisa de Juana Estrada Pacheco, una mujer de 71 años que lleva 56 dedicada al oficio que le ha quitado parte de la visión (por el humo del fogón) y el movimiento de una pierna por el trajín en medio del calor.
Según Juana Estrada, el futuro del casabe en estas tierras es incierto, pues las nuevas generaciones ya no le quieren jalar a un proceso tan duro y poco remunerado. Desde las 6 a.m. se pela la yuca, se lava, se ralla, se exprime en el sebucán, se le dan 2 pasadas de pilón, se cuela en un cernidor, se hacen las figuritas y pasan al horno artesanal a 270 grados, luego, al venderla no dan más de $200 por unidad, pero si la yuca es fiada le incluyen $10.000 más de interés al bulto, de manera que ni siquiera ha tenido para poner al frente el letrero que ella tanto anhela: CASABERÍA LAS JUANAS.
La Alcaldía de Ciénaga de Oro en 2003 organizó el Festival del Casabe, con el objeto de incentivar la producción entre las 8 o 10 familias que persisten en no dejar morir el oficio que ellos realizan como tradición y como forma de subsistencia. Juana fue la ganadora, pero los $500.000 del premio tuvo que repartirlos con los otros concursantes y lo que le quedó, a duras penas le alcanzó para pagar los ingredientes de la fórmula especial que se ingenió para cautivar al jurado. Pese a todo su charla es agradable y esa bella sonrisa no se borra de su rostro.
Miriam Bedoya Soto es otra orense batalladora en los menesteres del casabe. Una vez abrió los ojos se encontró con el trajín de la yuca, el pilón y el sebucán, y como los problemas de salud ya no le permiten meterse en la zona de candela, ahora tiene su puesto de venta. Su hija Miriam Sofía, que es administradora de empresa, dice que hará lo posible para que sus hijos se aparten de todo esto, no obstante, ella y su hermano Carmelo participan en la comercialización, logrando un registro Invima que les permite venderlo en muchas ciudades a través de supermercados y reconocidas tiendas del País.
Los sinsabores que tienen que pasar estas familias, no les quita la creatividad para ofrecer cada día un producto con mejor sabor. Del casabe simple de antaño se ha pasado al ”Casabito de coco”, ”Casabito de mongo”, “Casadilla” “Casabito de pollo”, “Casabe con dulce y queso”, aunque Yina Estrada, hija de Juana, quien también lo comercializa en algunos pueblos de Córdoba, dice que la salvación está en que se tecnifique su elaboración, porque todos quieren para sus hijos mejor calidad de vida, pero los que pueden invertir o subsidiar a estas familias, andan en otra historia.
Cuando nos disponemos a bajar del cerro, el sol ya está convertido en un inmenso globo anaranjado que parece colgar de las ramas de los últimos árboles y al abandonar el pueblo, donde dicen que en épocas de lluvias torrenciales se encontraban pepitas de oro regadas en el suelo, por la suerte de estas luchadoras, no sabemos si regresamos mejor o peor de como llegamos. De todas maneras, mientras hago el esfuerzo de ampliarle la sonrisa a Juana Estrada consiguiéndole el letrero soñado, los invito a saborear un delicioso casabe.