Por: Marcos Velásquez
Juan David tiene porte de jugador de futbol de las inferiores de la A. Es tímido. Le tiene mucho respeto a su padre, al punto que no sabía cómo pedirle para comprar el uniforme para el torneo que está por empezar en el barrio.
Me dice que como no tenía qué hacer, iba a revisar su cuenta de Facebook al café internet del barrio. Mataba el tiempo y se guarecía del calor y del polvo que se levanta de las calles sin pavimento, que deja el tránsito de motos, carros, y uno que otro bus de servicio público que pasa por allí.
Al igual que él, ahí van más muchachos. Sólo se saludan, pero no socializan. Sin embargo, está el que se hace pasar por joven y les dice: <<¿Quieres ganar plata trabajando suave?>>.
<<Después de una pelea con mi mamá, yo le paré bolas a lo que decía ese man>>, me dio a conocer Juan David, quien no quiso hablar más y me dijo que mejor hablara con su papá.
Inicié su búsqueda, y después de varios días de tratar de hablar con él, porque siempre estaba ocupado haciendo la tarifa, me dijo: <>.
Lo cité en una tienda. Puntual, Javier Betancour, un hombre calmado, entrado en los treinta y ocho años, de voz cálida, mirada profunda, con rasgos indígenas, de tenis cómodos, blue jeans y camiseta polo, se me acercó y me dijo: -¿Usted es el periodista?
Pidió una soda y me contó que él hizo lo que hizo, por su hijo: <>. Y culminó su frase diciendo: <>.
Me explicó que Estevis fue su primer amor, pero que ambos se habían tolerado tanto el descuido del uno al otro que, el amor se les evaporó entre los reproches y reclamos que se hacían sin darse cuenta.
Dieciocho años después de estar separados, y a pesar de que Estevis no le importaba que <>, influyó de modo adverso en Juan David, quien veía y no compartía lo que su madre hacía.
Eso provocó que él le perdiera interés al estudio, que se volviera rebelde y empezara a escuchar las opciones que la calle tiene para los que se sienten solos y desamparados.
Entre el trabajo y sus formas de dispersión, Estevis, quien vive en el Privilegio, empezó a responsabilizar a Juan David de sus dos hermanos menores, ignorando que más demoraba ella en salir, que Juan David entrar al mundo de la calle, dejando a sus hermanos solos.
A Juan David le pintaron <>, como lo dice Javier. Él se dejó seducir, se perdió de la casa y se fue para el Cerro. Estaba viviendo allá, a sus dieciséis años, a la espera de que se lo llevaran las Bacrim.
En su desespero, Estevis buscó a Javier y le pidió auxilio. Ella, enloquecida al constatar que Juan David ya llevaba varios días sin ir a la casa a dormir, empezó a preguntar por el barrio si lo habían visto o si sabían algo de él. Ante su angustia, vecinos le dijeron que “la Señora” lo tenía en la lista para reclutarlo.
Con la información que le dio Estevis, Javier empezó a investigar, hasta que dio con la “Señora”. Al tercer viaje la encontró en su casa, ubicada también en el barrio el Privilegio. Fue en el taxi, se bajó, le tocó la puerta y preguntó por ella, llamándola por su nombre de pila.
Javier dice que él no sabía que “la Señora” estaba en eso, que la distinguía, que la había visto, que era una mujer jarocha, que a él no le daba para imaginarse que fuera reclutadora.
Él le dijo: <>.
La “Señora”, al comienzo se negó. Sin embargo, Javier dice que ella al verlo serio y al escuchar sus palabras, reaccionó, porque él le expresó: <>.
Javier no sabía que tan deteriorada estaba la relación de Juan David con su madre, y aunque él ya no viviera con Estevis, él tiene claro que los hijos son lo primero.
Se acordó enseguida que salió de la casa de la “Señora”, de sus dos hijos menores y en cómo Juan David tenía que ser, a pesar de todo, un ejemplo para sus dos hermanos.
Lo buscó y cuando lo encontró, lo embarcó en el taxi y le dijo: <<Venga, necesito hablar con usted. Vamos a dar una vuelta>>.
Le brindó una porción de pollo, y mientras cenaban, le relató que su vida no había sido fácil, que a él le tocó también cocinarle, lavarle y hasta bañar a sus hermanos menores. Y que al igual que a él, a él también le pintaron en su momento una realidad ideal y que él también llegó a pensar en irse, en su caso, para la guerrilla, pero que por fortuna eso no pasó, y hoy él sabía que quien está allá cuando se arrepiente porque conoce la verdad de las cosas, ya no se puede salir.
Le contó la historia de sus compañeros, los que se fueron para la guerrilla, y de cómo él escuchaba los cuentos de que los habían matado, que los habían descuartizado, o que los habían puesto presos.
Le dijo que lo entendía, y que sabía por lo que estaba pasando, pero que nada justificaba lo que él estaba pensando hacer.
Juan David lo escuchó, y le explicó el resentimiento que tenía con su mamá, por la forma como ella se comportaba y cómo ella los trataba a él y a sus hermanos. Javier sirvió de puente para que Estevis y Juan David se pidieran perdón mutuamente y se congraciaran.
Estevis, a raíz de lo acontecido, accedió a hacer su primaria y empezó un curso de estética en la Casa de la Mujer en Montería, con tal de darse una oportunidad, con tal de no poner en riesgo su relación con sus hijos.
Hoy Juan David está en el torneo de futbol, pero otros muchachos siguen asistiendo al café internet.