Adolfo Pacheco, un caribe inmortal

Por: Mario Sánchez Arteaga
1 año atrás
Mario Sánchez Arteaga / @Mariosinu

Las sabanas de Bolívar, en San Jacinto, situado en los Montes de María, testificaron el nacimiento de uno de los personajes más ilustres de la cultura colombiana el 8 de agosto de 1940. Adolfo Pacheco Anillo, Juglar de la música sabanera y del vallenato.

Adolfo fue un gran trovador, compositor, poeta y narrador de música vallenata y sabanera. En su prolífica obra musical se destaca la narrativa de sus historias, la procacidad de vivencias pueblerinas que hacían parte del cosmos cotidiano convertidas en versos, que, uniendo todos los párrafos de sus canciones, conforman una fabulosa novela del caribe colombiano.

San Jacinto, Bolívar, es una población macondiana, rodeada de la exuberancia espesa de los Montes de María, donde erupciona la música y el arte por sus calles. En ese ambiente de gaitas y tambores, de décimas y acordeones, transcurrió la infancia de Pacheco Anillo, hijo de Miguel Pacheco y Mercedes Anillo. Su Madre falleció cuando Adolfo llegaba a los 9 años, dejando un gran vacío. La vena musical viene de su abuelo paterno Laureano Pacheco, ejecutor de gaita y percusión folclórica, quien poco a poco fue adentrando a su nieto en un mundo que no le era ajeno. En esa infancia apacible compuso su primer canto, “Mazamorrita Cruda” en ritmo de puya. De ahí en adelante surgieron más historias cantadas a través de cumbias, paseos, sones, y merengues.

A pesar de que su padre se negaba a que su hijo tomara la música como profesión, Adolfo fue complaciente con él al hacerse bachiller y luego abogado, después de unos cuantos semestres de Ingeniería Civil. Incursionó en la política como Concejal en su pueblo natal y Diputado del departamento de Bolívar. Dentro de su reportorio musical podemos mencionar las principales piezas que se popularizaron en la memoria colectiva de los colombianos como Mi niñez, Gallo bueno, Mercedes, El viejo Miguel, Me rindo majestad, El pintor, El cordobés, El mochuelo, El tropezón y La hamaca grande entre otros. Fueron unas 180 composiciones, entre esas, 60 se destacaron exitosamente.

La música de Adolfo Pacheco ejerce una narrativa con monólogos dentro del canto. Hablan todas las voces, mutan sus puntos de vista, rompe los esquemas. Es el caso de “Mercedes” canción que le hizo a un amor frustrado, antes de casarse, cuyo nombre es otro debido a que la musa le pidió no divulgarlo. En esta canción el compositor le propone irse juntos para Cartagena y ella le responde en otra tonalidad que no lo puede hacer, es un hombre ajeno y con varios hijos:

Yo tengo la virtud de conocerte Mercedes
yo te digo mercedes vamonos pá Cartagena,
Negro no me voy contigo, eso me da mucha pena.
Porque tu vida es ajena ay ombe de tu mujer y tus hijos.(Bis)

“El viejo Miguel,” canción dedicada a su padre Miguel Pacheco, es considerada por expertos como el mejor merengue de la música vallenata. Es una elegía a su progenitor. Don Miguel había sido un próspero negociante y poco a poco el trago y los más de 15 hijos y 3 mujeres por mantener lo llevaron a la quiebra. Decide huir por pena y deudas a Barranquilla. Desde hacía mucho tiempo le advirtió a su hijo de no hacerle canción alguna o mencionarlo siquiera en una de ellas. Adolfo al ver el fracaso económico, no resistió y le compuso la canción. Lo busco y le llevó un conjunto, “solo escuche Papá, si no le gusta, no la grabo”. Miguel no terminó de escuchar el segundo párrafo cuando reventó en llanto y le dijo “esto no es una canción, esto es una poesía”. Un merengue que ha sido incluido entre los vallenatos más clásicos de todos los tiempos. “Hay buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad, el viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado (Bis). Yo me desespero y me da dolor porque la ciudad, tiene su destino y tiene su paz para el provinciano (Bis). Me queda el recuerdo perenne de su amistad, que dejó en la tierra querida de sus paisanos”

Otra de las emblemáticas canciones de Adolfo Pacheco fue “El tropezón” grabada por los Hermanos Zuleta en 1976. Dedicada a Gladis Anillo, su esposa y fiel compañera hasta sus últimos días. Gladis era pariente lejana y eso fue rechazado por la familia de ella. Más aún a sabiendas que su pretendiente gozaba de fama de Don Juan y parrandero. Para alejarla de él la enviaron para Bogotá a estudiar Derecho. “Dije adiós, por la ventanilla del avión, y comprendí que la distancia destruye la fe. Y sentí en el pecho una revolución, que produjo en mi la decepción, que un amor que sin amor se fue” (Bis)

Al próximo regreso de Gladis prometió entregarle toda su libertad, vivir la vida de otra manera, dejar su vida de parrandero, abdicarle el trono de su reinado y rendirse ante ella. Así surgió la canción “Me rindo majestad” grabada por Beto Zabaleta en 1985. Aunque esta joya de la composición se popularizó cuando el ex sacerdote Alberto Linero, afirmó que la letra le ayudó a reflexionar en la colgada de los hábitos religiosos.

“El vallenato no es solo el que se toca en el Cesar o la Guajira, no es el único vallenato. Sucede como la lengua española, no solo se habla en España, se habla en varios países. Así también el vallenato ha sido diverso y rico y se toca en varias regiones de la costa norte colombiana” como lo expresa el reconocido periodista y escritor Daniel Samper Pizano. Y es algo que siempre ha mantenido en pequeñas diferencias a los vallenatos con los sabaneros. En este punto Adolfo Pacheco, quien también fue asiduo lector e investigador, defendía la música de la sabana y recibió varios dardos de los vallenatolgos, los que consideraban que música vallenata solo la interpretada por ellos en puya, merengue, paseo y son. Ante esta disyuntiva Pacheco Anillo compuso “La hamaca grande” y “El pintor”. En el primero deja muy claro el mensaje en el siguiente verso: Y conseguiré, a un indio faroto y su vieja gaita que solo cuenta, historias sagradas que antepasados recuerdo’ esconde, pa’ que hermosamente toque, y se diga cuando venga, que también tiene leyenda, cual la de Francisco El Hombre”.

“La hamaca grande” es su composición cumbre, aunque fue grabada en principio por Andrés Landero en 1970, es Carlos Vives con Clásicos de la provincia en 1993 quién la universalizó. 

La canción “El pintor”  grabada en 1988 por Diomedes Díaz y Juancho Rois, en el mismo sentido fue un mensaje indirecto al Maestro Escalona, persona más representativa de los compositores vallenatos; con quien tuvo una pequeña rivalidad que ninguno de los dos reconocía:  

“Yo pinté ‘La Hamaca Grande’, con magníficos colores. Y dibujé la nostalgia haciendo el ‘Viejo Miguel. La dulzura pincelé con ‘Mercedes’ y el ‘Mochuelo’, pero yo no sé por qué dicen que pintar no puedo. Si yo como Leandro el ciego pinto lo que no se ve, métase donde se meta yo pinto mejor que usted”.

Quedan pendientes tantas y tantas canciones como “El mochuelo” grabada en 1983 por Otto Serge y Rafael Ricardo. Un pájaro que José Elías, amigo entrañable, le obsequió para que Adolfo se lo regalara a su novia. “Él perdió su libertad para darnos alegría, lo que pa’ su vida es mal, bien es pa’ la novia mía”. Para el compositor guajiro Rafael Manjarrez, es una canción extraterrestre.

Y como no mencionar “El Cordobés” dedicada al afamado ganadero Nabo Cogollo, quien le pidió un canto a Pacheco y este en contraprestación le exigió uno de los gallos de pelea que el ganadero ostentaba; afición que el compositor había adquirido desde adolescente. “Tiene briosa estampa, brioso pico, es tirador, como son los pollos y gallos de Cereté”.

En 2005 el Festival de la Leyenda Vallenata lo declararó “Compositor Vitalicio”; al lado de Leandro Díaz, Rafael Escalona entre otros.

Su obra inmortal es tan grande como esa hamaca llena de cofres de plata y collares de cumbias que quería llevar al Valle. Adolfo Pacheco, el último de los grandes juglares vallenatos y sabaneros, murió la madrugada del 28 de enero de 2023. Partió en enero, el mismo mes en que su amigo Joche se cogió un mochuelo en las Montañas de María.