Zapata Olivella: un monumento para la literatura y el turismo

Zapata Olivella fue un erudito, intelectual y polifacético trotamundos de la literatura y la historia.
12 meses atrás

Por: Mario Sánchez Arteaga 

El centro histórico de Santa Cruz de Lorica es la mezcla de un recodo republicano y árabe. El municipio hace parte de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia. Muchas edificaciones del lugar han sido declaradas Monumento Nacional, entre esos la Catedral, el Palacio Municipal, la casa Afife Matuk, el Club Lorica, el Edificio Plaza de la Concordia, el Edificio Josefina Jattin de Manzur, el Edificio Teresita Corrales de Martínez, la Residencia Ana Gabriela Martínez, entre otros inmuebles que por su belleza y antigüedad hacen parte de la historia de la población.

Es un lugar mágico, como una foto en sepia, que el tiempo no quisiera darle color para que no pierda el romanticismo añejado de sus antepasados. Ahí, al lado derecho de la imponente arquitectura de la Catedral, acaban de inaugurar la Plaza Manuel Zapata Olivella, la cual tiene un inmenso mural y monumento en honor al loriquero más universal de todos los tiempos.  

Zapata Olivella fue un erudito, intelectual y polifacético trotamundos de la literatura y la historia. Médico, antropólogo, folclorista  y escritor. Este último oficio lo llevó a escribir novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro. Radialista distinguido. Plasmó innumerables escritos para revistas, periódicos y medios impresos. Debido a sus investigaciones sociales ha sido considerado uno de los máximos representantes de la cultura afrocolombiana. Se adentró tanto en este tema que fue el primer escritor en Colombia en dar a conocer todo el cosmos y caudillaje de los afros en el país en toda su obra.

Lorica Saudita, como popularmente algunos le llaman por la injerencia de árabes que inmigraron finalizando el siglo XIX, vio nacer el 17 de marzo de 1920 a Manuel Zapata Olivella. Desde la primera infancia tuvo cercanía con la música y la literatura. Pasó a estudiar en Cartagena de Indias, buscando mayor calidad en la formación académica. En ese proceso de estudios y lecturas, despierta un acucioso interés por la diversidad cultural de la costa caribe colombiana.

En su natal territorio había una deuda histórica con Manuel, no creo que sus habitantes como tal, pero sí sus dirigentes. La obra y el legado de su hijo más sobresaliente no tenía representatividad física. Con esta plaza en su nombre, aparte de honrar su memoria, ya se evidencia la visita de propios y foráneos que desean ahondar más en la vida del escritor. Un sitio más que fortifica la ruta del turismo cultural del afamado municipio.

Manuel escribió muchos libros, dentro de los más representativos se encuentran: Tierra Mojada, He visto la noche, Los Pasos del Indio, La calle 10, Detrás del rostro, Chambacú, corral de negros, En Chimá nace un santo, Hemingway, el cazador de la muerte y Changó, el gran putas; considerado por la crítica literaria como su obra cumbre.  Obtuvo muchos premios y reconocimientos de carácter nacional e internacional. Incursionó como diplomático, fue docente universitario en Canadá, Estados Unidos, Centroamérica y África. En 2002 el Ministerio de Cultura le otorgó el premio “Vida y Obra”.

El emblemático monumento, que se encuentra en la plaza que hoy lleva su nombre, fue elaborado por el artista Adriano Ríos Sossa, uno de los mejores escultores del caribe colombiano. Adriano me comentó que utilizó aluminio de alta resistencia, muy parecido al de las máquinas de escribir. Es un rostro cubierto de letras donde se perciben fragmentos del pensamiento del homenajeado y títulos de algunas de sus obras. “El monumento está concebido para expresar el espíritu libertario de Manuel. Solo está el rostro que en los extremos parecería desaparecer. Consideré que su espíritu era tan grande como para que lo atrapara el cuerpo” puntualizó el artista, también oriundo de Lorica.

Lo conocí personalmente una mañana de 2002. La gente no lo dejaba caminar en medio del tumulto que lo asediaba en el auditorio. Caminaba lento, como tecleando en el piso cada baldosa que pisaba, asimilando una máquina de escribir destartalada. Todos querían una foto con el maestro. Se apoyaba en cada brazo que encontraba y con el otro lo agarraba un nieto que en ese momento era su lazarillo. Cuando lo tuve en frente le expresé mi admiración y le pedí retratarme con él. Confiaba plenamente en quién dispararía la cámara fotográfica, mi gran amigo José Miguel Amín “Jochelo”. Un genio de la fotografía. Fueron unos segundos de estar cerca de una figura icónica, mítica de la literatura colombiana. Me fue grato darle la mano y lograr su atención a mis palabras. Logró salir lánguidamente del auditorio, en su anatomía socavada y marchita; donde la Secretaría Departamental de Cultura, a cargo de Soad Louis Laka, le rendía un homenaje.

A los dos días fui a revelar las fotografías. Solicité que fuesen a blanco y negro. Cuando revelamos los negativos en el laboratorio, solo salió la silueta de Manuel en medio de una terrible oscuridad. Las fotos no sirvieron, pero sí ese encuentro de 30 segundos donde sus manos de abuelo bonachón apretaron las mías diciéndome

– Gracias por haber venido –

Dos años después, el 19 de noviembre de 2004, se despidió de este mundo en medio de achaques de salud.

He leído muchas cosas sobre Zapata Olivella, a mi juicio una de las frases más bellas fue escrita por Gabo en sus memorias “Manuel actuaba de médico de caridad, era novelista, activista político y promotor de música caribe, pero su vocación más dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo”.

Una de sus hazañosas travesías fue irse a pie desde Colombia a México. En el viaje sobrevivió económicamente como médico, atendiendo a pacientes que iba encontrando en poblaciones y caseríos. A los pobres jamás les cobraba. Se gastó 33 pares de zapato en la osadía de pasar el Tapón del Darién y otra serie de peligros. Esta anécdota se la escuché al periodista y escritor Guillermo Angulo en un conversatorio donde daba testimonio de una conversación con Manuel.

La Plaza Manuel Zapata Olivella debe encarnar su esencia, plasmar quién fue y qué le aportó a la cultura, no solo afro, su aporte y legado cultural a la nación. Que sea un lugar donde el arte florezca a través de conversatorios nocturnos, conciertos, obras teatrales y de cuanto evento cultural pueda servir de epicentro. Debe convertirse no solo en pasadizo de turistas, debe colonizarse en un templo abierto permanente para las artes.

POSDATA: Poco a poco el Centro Histórico se va convirtiendo en un museo a cielo abierto. Falta la plaza y monumento a David Sánchez Juliao. El escultor apenas se frota las manos para iniciar la obra.