Vandalismo cultural o intervención artística

Por: Mario Sánchez Arteaga
1 semana atrás

Probablemente, algunos piensan que el arte todo lo permite, que la cultura nos hace libres, como diría José Martí, pero hay cosas en la vida, pienso, que la mayoría, tienen límites, franjas invisibles o fronteras a las que no se puede pasar sin autorización. Pensar y expresarse como queramos es algo que nadie nos puede quitar ni prohibir. Y esa es una consiga precisamente del arte, la expresión viva y abierta del artista frente a la lógica del mundo que hilvane en su interior, o simplemente cómo ve el cosmos que lo rodea y cómo lo refleja en su oficio.

Vivimos hablando y rayando en la redundancia colectiva de derechos, exigimos derechos para una cosa, para la otra, hacemos un listado hasta más no poder; pero de deberes, ahí poco protestamos, marchamos y cero asambleas permanentes en calles o instituciones. La mayoría de los seres humanos nos encanta pedir, exigir, pero poco cumplir. Hasta los sagrarios en las iglesias están saturados de peticiones y pocas acciones de gracia, o compromisos por efectuar. Ya lo decía el nobel portugués José Saramago: “Todo el mundo habla de derechos humanos y nadie de deberes, quizá sería buena idea inventar el día de los deberes humanos”.

Recientemente, la ciudad de Montería amaneció escandalizada por la intervención vandálica al mural Una Sola Cosa, realizado por la reconocida artista plástica Mónica Garzón Saladén, quien en una pared de 70 metros cuadrados pintó a varios artistas y cultores del departamento de Córdoba en la calle 24 entre las avenidas primera y segunda. Un homenaje a la trayectoria y memoria de Raúl Gómez Jattin, María Victoria Cadavid, Olga Gómez, Germán Ríos Bru, Soad Louis Laka, Tiburcio Romero, Irma Cecilia Pinzón, Germán Morales, Marcial Alegría y Fernando Henao.

El mural urbano, que fue ganador del Portafolio de Estímulos de la Alcaldía de Montería 2025, recibido con gran beneplácito por medios de comunicación y gran despliegue en el sector cultural, no eran cualquiera los que aparecen plasmados en la pared. Pero al parecer esa misma óptica de apreciación no lo tuvieron otros u otro individuo, que, en horas de la madrugada de la semana anterior, intervino borrando los ojos de cada personaje y dejando justo ese espacio en los rostros en blanco. Es decir, no fue un rayón al azar, no fue un pinchazo de aerosol a la topa tolondra para dañar el mural. Fue justo a los ojos de personajes emblemáticos de la historia reciente de la región, personajes que ya son difuntos.

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Todo apunta a que no fue un desadaptado ni habitante de calle, tampoco un borracho trasnochado que el pulso le bailara más que un enfermo de Parkinson. No señor, quien lo hizo o quienes lo hicieron, “presuntamente” sabían conscientemente lo que estaban haciendo. Intervinieron una obra en bien público, un mural financiado con dineros estatales. En palabras más precisas, fue una “intervención no autorizada de un bien cultural”, porque no pidieron permiso, lo hicieron a escondidas, adulterando un trabajo artístico que duró muchos días bajo sol y agua de personas que, con gran esfuerzo e inspiración, lograron proyectarlo.

No fue una pared en blanco a la que llegaron a esperar que la gracia inspiradora bajara en forma de brisa desde el nudo del paramillo y corrinchara entre las riberas del río hasta llegar justo donde Mónica y su equipo estaban parados. De ninguna manera, el mural fue un proyecto. Los proyectos se planean, se formulan, se revisan y finalmente se aprueban; por lo tanto, lo que se hizo fue un atrevimiento e irrespeto. Todo apunta a lo que legalmente se conoce como “Vandalismo Cultural”.

Estas alteraciones o intervenciones ilícitas del patrimonio cultural, pueden acarrear, en el ámbito jurídico, la ley general de cultural (Ley 397 de 1997) y el código penal colombiano en su artículo 218ª, así lo establecen: Delito contra el patrimonio cultural.

Ahora, en otras partes de Colombia y el mundo, muchas obras artísticas, algunas consideradas patrimonio, han sido intervenidas por artistas distintos a los creadores originales de la obra, se les conoce como “Intervenciones Artísticas”. La gran diferencia es que una verdadera intervención de esta índole, se efectúa con la autorización del creador o custodio de la obra, solo así sería una intervención legalmente realizada.

Pero este no es el caso, ni el creador de la obra, Mónica Garzón, ni mucho menos el custodio, la Alcaldía, han dado autorización para intervenir un mural recién inaugurado, que ha recibido valiosos elogios del colectivo cultural de la capital cordobesa y la sociedad en general. Si el creador original del mural y el custodio no autorizaron esto, parecería que todo apunta, se convierte entonces en un delito en el marco del vandalismo cultural.

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Quizás, quienes intervinieron el mural Una Sola Cosa, tengan argumentos interpretativos de una apuesta creativa y reflexiva, un diálogo más profundo con los personajes plasmados en la obra al quitarle los ojos y dejarle el espacio en blanco, como si fueran alienígenas. Pueda que su soporte sea una reinterpretación o perfección del contexto inicial del creador original de la obra. Pero se hizo sin la debida autorización, y con esto, se cae cualquier argumento estrambótico que se quiera sustentar.

Pienso, muy respetuosamente, que quienes intervinieron sin autorización el mural, son conocedores en todas sus facultades de las expresiones artísticas, querían generar un diálogo, pero para dialogar se necesitan dos, y la otra parte nunca se le preguntó si quería hablar. Lo que verdaderamente ocasionó fue un quiebre y ruptura con el mensaje inicial.

La ciudad de Medellín ha sido testigo en varias ocasiones a la intervención de las esculturas del maestro Fernando Botero por extraños con sustancias químicas y polvo de color violeta, ocasionando daños en sus estructuras. Nunca se buscó un término como tal ni mucho menos tratar de entender como una expresión a quienes cometieron el atrevimiento, se le llamó Vandalismo Cultural. Así, las cosas tienen nombre, ya no estamos en la época macondiana de señalar objetos por no saber cómo se llaman. Debe quedarle claro a la sociedad monteriana que lo acontecido con el mural Una Sola Cosa, de la artista Mónica Garzón, está contemplado como un delito que acarrea sanciones penales y económicas.

Esto no debe volver a ocurrir en una ciudad que aflora arte y cultura, que viene en un crecimiento del fortalecimiento al patrimonio cultural material e inmaterial con eventos e iniciativas supremamente valiosas. Ahora, toca repensar algo en lo que quizás no se ha implementado con rigor, más campañas de cultura ciudadana en medios de comunicación que se masifiquen y eduquen al ciudadano del común y le recuerden al también conocedor.

Mis consideraciones con Mónica Garzón, Andrés Castillo, su esposo y su equipo de trabajo. Solo les digo… cabalgan muy bien, porque las piedras fueron para ustedes. El que lo entendió, lo entendió.

Buen viento, buena mar

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