El plan fue tan perverso como calculado. Juan Carlos González Cárdenas, quien se presentaba como amigo cercano de Liz Berrío Toledo, habría tejido un plan macabro, aprovechando la confianza de años.
Según fuentes ligadas al CTI, Cárdenas, con la presunta complicidad de Samuel Pérez Reyes, diseñó una estrategia que culminaría en una casa abandonada de Santa Lucía, propiedad de uno de sus familiares.
González Cárdenas, según las investigaciones, arrastraba una obsesión sexual por su amiga. Bajo los efectos de sustancias alucinógenas, convenció a Pérez Reyes de participar en lo que se convertiría en un crimen atroz. La excusa para el viaje parecía inocente, pero el destino estaba predeterminado: una vivienda alejada donde los gritos de auxilio no encontrarían eco.
Una vez en el lugar, la pesadilla se materializó. Según la investigación en curso, ambos hombres sometieron a Liz, la despojaron de su ropa y la agredieron sexualmente. Se cree que la víctima amenazó con denunciarlos y por eso la golpearon en la cabeza usando una mano de pilón.
En su intento por borrar las huellas del crimen, cavaron una fosa superficial para ocultar el cuerpo. El presunto estado de intoxicación en que se encontraban los llevó a cometer errores: dejaron evidencias esparcidas alrededor de la improvisada fosa. Luego, con una frialdad escalofriante, regresaron a Montería intentando retomar sus vidas como si nada hubiera ocurrido.
Pero la verdad, como las huellas que dejaron, era imposible de ocultar. Los testimonios de quienes los vieron con Liz y las incongruencias en sus declaraciones terminaron por derrumbar la fachada de normalidad que pretendían mantener.
Ahora la Fiscalía prepara todo el arsenal de pruebas y evidencias para imputarlos por este atroz crimen. Se espera que este sábado ambos sean presentados ante un juez de control de garantías para las audiencias correspondientes.