Todos tenemos miedo

       Por: Marcos Velásquez Todos tenemos miedo.  Más, cuando en nuestra estructura, nuestro origen familiar, no ha sido sólido.  Entendiendo por ello que en el seno del hogar padre y madre estuvieron atentos afectiva y materialmente de nuestra inserción al mundo. Aún con ello quedan rezagos, dado que la condición del ser hablante es su imposibilidad para completar el ideal absoluto.  Se logran las cosas, pero siempre a medias.  De modo crudo: a través de los “eclipses” de las ilusiones. Si...


Por: Marcos Velásquez

Todos tenemos miedo.  Más, cuando en nuestra estructura, nuestro origen familiar, no ha sido sólido.  Entendiendo por ello que en el seno del hogar padre y madre estuvieron atentos afectiva y materialmente de nuestra inserción al mundo.

Aún con ello quedan rezagos, dado que la condición del ser hablante es su imposibilidad para completar el ideal absoluto.  Se logran las cosas, pero siempre a medias.  De modo crudo: a través de los “eclipses” de las ilusiones.

Si lo tuviste todo, añorarás lo vivido.  Si no tuviste nada o sólo un poco, renegarás por no haber tenido lo que otros tuvieron.  Sin embargo, el real de la significación de las cosas es que habiendo tenido o no, siempre se querrá algo más de eso que, o ya no está, o nunca estuvo.

Ello permite que la realidad psíquica, el modo en que se organizan las palabras para darle sentido a esa falta y lidiar con ella, se haga fuerte o débil.  Fuerte si se asume la falta, si se supera el espejismo de lo vivido-perdido.  O débil, si se queda en la queja y en la petrificación de la renegación de lo vivido-perdido.

Por eso, en esencia todos tenemos miedo, porque todos tenemos que enfrentar el real de lo vivido-perdido para hacernos a las aguas de la vida como cualquier marinero que zarpa de puerto fijo en busca de nuevos horizontes.

Una vez vivimos, lo que viene es siempre novedad.  Dicha incertidumbre, causa en el cuerpo de las palabras lo que conocemos como ansiedad.  Al no dominar el significado de lo que viene, al no tener referencia alguna de la primicia, ante la imposibilidad de saber de ella, de conocer, de dominar –propiamente hablando- lo que se desconoce pero está ahí para el encuentro, el ser hablante entra en un miedo profundo.

A algunos les dará por comer, a otros por agredir, a otros por perder todo tipo de apetito, a otros se le desbordarán los nervios, y así, a cada quien le surgirá un síntoma particular que surge como reacción inconsciente, para llenar el vacío que habita el cuerpo de las palabras que no tienen peso significante para darle sentido a eso desconocido.

Por ello, nos aferramos tanto tanto tanto a lo que hemos vivido y se nos torna familiar.  Aunque eso nos haga daño, seamos conscientes de ello y queramos  “en el fondo de nuestro ser” superarlo porque nos sentimos agotados con el peso del malestar que cargamos con eso conocido mal-vivido.

El ser hablante se encuentra así en una encrucijada, un dilema: asume el real de que lo vivido fue eso y ya no lo será más, para desde esa posición de superar lo vivido y darle paso al trabajo de darle peso, sentido, al cuerpo de las palabras de lo nuevo por vivir, conocido como novedad o estado de trascendencia, o se queda absorto en la perdida, en el pasado, en compañía de su síntoma, negando la naturaleza de la vida, a saber, fluir, ir al encuentro con el mañana por vivir.

El presente nos confronta con nuestra realidad psíquica cada vez que nos enfrentamos a los cambios, a los principios de realidad donde la vida nos enseña que los sentidos se agotan, pero que la dinámica del lenguaje nos demanda la continuidad de la construcción de nuevas significaciones.

Por tanto, sentirnos quemados en nuestra plaza laboral, en nuestras relaciones afectivas o en la construcción de nuestros ideales, sólo es la manifestación sintomática de lo que nos reclama la enseñanza de la vida: el empuje a trascender, a continuar insistiendo en la construcción de nuevos sentidos, de nuevas significaciones que nos acerquen al quizá único propósito liberador de nuestra tarea de vivir, sentirnos alegres porque estamos vivos.

Comprender que todos tenemos miedo es el punto de partida para resolver nuestras encrucijadas.  Como marca personal hemos de conocer que la vida de la marca personal en cualquier esfera del mercado es sólo de transcendencia.

Ello implica que la marca personal no se agota, por el contrario, su condición sine qua non es la acción, fluir, trascender.

El corazón de ella está habitado por dicho significante, el cual hace que, a pesar de existir miedos, nostalgias o brumas, lo que viene por vivir es lo que le dará sentido a su existir.

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