Opinión por: Marcos Velásquez
FOCUS
En Muerte de un Viajante (1946), de Arthur Miller, Willy Loman, al principio del primer acto dice: “Sí, ya entiendo. Trabajas durante toda la vida para pagar una casa, y cuando por fin es tuya no queda nadie para vivir en ella”.
Su drama da cuenta de la descompensación de la vida. Dedicar todo el tiempo para un objetivo loable, para obtener como resultado el vacío, la soledad y la insatisfacción de no tener compañía.
Él está hablando con Linda, su esposa, sobre sus hijos, los que ya crecieron y pronto dejarán el nido vacío. Willy está cansado, tiene poco más de sesenta y siente que ya no tiene la misma energía de antes.
Dejando a Loman en el escenario para que continúe su acto, tomo esta frase para señalar la importancia de pensar, de ser conscientes, de estar presentes en nuestros actos de ¿por qué hacemos las cosas?
Como seres hablantes, nacemos para nutrirnos de las palabras del otro. La más de las veces para el sujeto, el único patrón que existe es ese, por eso muchos terminan de modo inconsciente repitiendo a imagen y esclavitud, por sus identificaciones primarias, la historia de sus padres, o la de las figuras de autoridad con las que se topan más adelante, que vienen a remplazar el lugar de la seguridad que no hallaron en ellos.
En su acto, este tipo de personajes viven sin saberlo, una obediencia sin palabras. A través de su identificación, emulan el estilo de pensar de quien le da la ocasión de trazarles un imaginario en el que se sienten cómodos. Para algunos esto funciona. No está ni bien ni mal, es así. Las palabras del Otro, su estilo de pensar, la visión de la vida de quien encontraron para alienarse, les da una estabilidad aparente.
Para otros, para los que reflexionan, los que tienen la capacidad de pensar por sí mismos y difícilmente encajan en los lugares donde se exige la homogenización, el asunto no es tan simple, dado que las palabras, el imaginario, lo tienen que construir ellos mismos, ya que difícilmente encontrarán a alguien que encarne el lugar del ideal a seguir. Mejor hacen la tarea de desmantelar al Otro para reconocer que ese es definitivamente el ideal a no seguir.
A este tipo de personajes les corresponde construir su propio vocabulario y batallar con las resistencias que habitan el vocabulario que han adquirido a lo largo de sus días en la interacción con sus seres queridos. A lo sumo, el costo que han de pagar es la soledad, pero el beneficio que se agencian es ser ellos mismos.
Por eso, no es oportuno para estos personajes permitirse llegar a pensar que son incomprendidos, dado que el enfoque de la lastima o la victimización no hace a los héroes.
Pensar diferente, tener un estilo de pensar propio, tiene como consecuencia en el discurso capitalista, no ser empleado. Por el contrario, se es un creativo, un gerente con ideas propias (que algunas organizaciones toman como amenaza, ya que alguien así rompe con la posición conservadora de su filosofía), el cual siempre está, sino un paso adelante del comportamiento del mercado, sí con la habilidad y la destreza de leerlo para flexibilizar y adaptar las estrategias en función de la demanda o necesidades de éste.
Willy Loman fue un vendedor que vivió su vida como un consumidor, por ello su desilusión. Lo propio de adquirir una marca personal es tener presente que, en el capitalismo, independiente del plano laboral en el que se ubique un ser hablante, ha de tener presente que: si no tienes ideas propias, estás en el terreno del consumidor, del sujeto que sólo satisface su necesidad y una vez satisfecha, siente el mal sabor de que algo le hizo falta o que pudo ser mejor.
Por el contrario, pensar por sí mismo es tener algo que decir. Ello brinda la oportunidad de saber leer la necesidad del otro para entregarle su justa respuesta, la pizca de sal que da el toque secreto al disfrute del sabor. Asumir un estilo de pensar es, en el capitalismo, ser el personaje que orienta las necesidades de quienes buscan referentes para lograr estabilidad. Es dar ideas a quien no las tiene y las ha de comprar. Es ser un vendedor.