¿Reforma estructural u ovejas negras?

Por: Juan Sebastián Quintero Mendoza


Opinión. A raíz de los terribles eventos de la semana pasada, el asesinato a manos de la Policía de Javier Ordóñez y las manifestaciones con vandalismo y con más víctimas, se renovó la discusión sobre si se trata de algunas manzanas podridas que se colaron en la Policía o si hay una falla estructural profunda en ella.

No las veo como interpretaciones excluyentes. Seguramente hay fallas estructurales, problemas en el reclutamiento, en el entrenamiento, en la adscripción a las Fuerzas Militares, y en la filosofía institucional. Las reformas serán importantes y útiles; de hecho, se discuten hace tiempo en la sociedad. Pero la existencia de fallas inocultables no implica que todos los miembros de la institución sean malvados. Los manifestantes que llaman asesinos a todos los policías generalizan en una forma inaceptable. Los colombianos nos quejamos cuando en los aeropuertos se nos trata a todos como sospechosos de narcotráfico; hay muchos casos, pero repudiamos la generalización.

Vamos por partes. Uno de los cambios propuestos ha sido adscribir la Policía al Ministerio del Interior como una fuerza civil. Es posible que eso ayude, y hay que estudiarlo. Pero no se puede creer que ese mero hecho lo resuelva todo. ¿Se acuerda alguien del clausurado DAS? ¿Y, con una memoria más larga, recuerdan al SIC? Esos dos órganos nacionales de seguridad eran civiles, y no por eso dejaron de generar graves problemas de derechos humanos. La policía en Estados Unidos es civil y local, y miren lo que ha pasado.

Cambiar los mecanismos de reclutamiento y de educación es una opción importante que hay que analizar. Pero tenemos que sincerarnos (aunque duela). ¿Qué probabilidad hay de que, en un grupo de 170.000 personas, reclutadas dentro de la población colombiana, no estén representados lo bueno y lo malo que ella tiene? Pongámoslo como un experimento mental más dramático. ¿Alguien cree que si cambiáramos a todos los policías, y los reemplazáramos con los ciudadanos que salieron a protestar, no se nos colaría ni una ‘manzana podrida’? Los gritos de “asesinos” que escuchamos, seguidos inmediatamente con otros de “mátenlos”, no auguran reacciones mejores en medio de una confrontación violenta, si los papeles estuvieran truncados.

Para el año 2018 ocurrían en el país 25 asesinatos por cada 100.000 habitantes. En Francia, ese indicador es de uno por cada 100.000, y en Japón es casi cero. ¿No hay una violencia de base que explica, al menos parcialmente, lo que nos pasa? ¿No será que cuando gritamos ‘asesinos’ nos lo estamos gritando a nosotros mismos? Entonces, el problema no es tan simple como se plantea; tendríamos que desarrollar un sistema de selección tal que el grupo escogido no represente a nuestra población.

La opción de la educación es fundamental. Hay que invertir grandes esfuerzos en la formación ciudadana general y también en la reeducación de los reclutados. Pero eso tampoco es simple. Tenemos que empezar en la edad temprana, de cero a cinco años, cuando los infantes entienden que hay que hacer turnos, hay que compartir los materiales de manualidades y hay que tratar con respeto al compañero. Más tarde hay otros métodos educativos, pero mientras mayor sea el educando, es más difícil; no es imposible, pero es improbable lograr un sistema a prueba de fallas (la prensa informó que uno de los policías que mataron a Javier Ordóñez estudia psicología en la universidad).

Por eso, quienes con tanta facilidad gritan ‘asesinos’ y los ‘influenciadores’ que desde las redes llaman a cambios estructurales, pero mientras los cambios llegan claman por venganza (aunque usen eufemismos), debían buscar respuestas más de fondo, empezando por una mirada crítica a nosotros mismos.