En la fábula de Esopo, el pastorcito mentiroso asustó tanto a sus vecinos con el lobo, que cuando de verdad llegó la fiera, se tragó las ovejas sin que nadie hiciera algo por evitarlo. Algo similar sucede con el IDEAM frente a los pronósticos sobre El Niño para 2014. Y digo similar porque está lejos de mí tildar de mentirosa a una institución que, por el contrario, valoro por su seriedad en el manejo de las predicciones climáticas.
En medio de pronósticos de agencias internacionales, que van desde un Niño moderado hasta una sequía catastrófica, reconozco consistencia en los informes y alertas del IDEAM, que a comienzos de año daba un 47% de posibilidades, suficiente apenas para encender una alerta temprana. Pero en abril las probabilidades de que el evento comenzara a mediados de año habían subido a 68%, y a 79% para su fase crítica en el último trimestre de 2014. En el último boletín publicado en la página del IDEAM –julio 2014– la probabilidad es de 73% para la fase inicial y 82% para su desarrollo entre octubre y diciembre, extendido hasta el primer trimestre de 2015.
Es decir, El Niño se nos vino encima y aunque el IDEAM ha alertado a las instancias gubernamentales, no ha sido escuchado y muy poco o nada se ha hecho para prepararse. Ni los alcaldes, los gobernadores, las CAR o el Ministerio de Ambiente, han reaccionado a la amenaza, en medio de las pasiones del debate electoral primero, y de la anestesia mundialista después.
Aunque el Fenómeno presenta diferentes comportamientos regionales, yo tengo mi propio pronóstico sobre lo que he podido constatar en mi terruño. Nunca había visto tan secos a los ríos Guatapurí y el Cesar en el Cesar, y al Ranchería en la Guajira, que están al 20% o menos de su caudal para el mes de julio. En Casanare, el agua que están recibiendo las llanuras inundables –enormes reservorios para el verano– es inferior al histórico y será insuficiente para resistir la sequía, en un departamento que aún no se recupera de la catástrofe.
El país no olvida las imágenes de reses y chigüiros muertos en el desértico paisaje casanareño de comienzos de año, pero parece que las autoridades sí las han olvidado. A instancias de Fedegán, el Ministerio de Agricultura y el Fondo Nacional del Ganado, adelantan un programa de suministro de suplementos alimenticios subsidiados a través de 25 bodegas en el país, importante pero insuficiente para la emergencia, pues no solo se necesitaría duplicar o triplicar ese esfuerzo, sino garantizar el consumo mínimo de agua para los animales.
En un país que aplaza soluciones de largo plazo, pues lo urgente desplaza a lo importante, el Gobierno debe atacar esas urgencias con programas de contingencia, quizás costosos pero necesarios para evitar un desastre económico, ambiental y social en las regiones afectadas. Y más allá de la urgencia se debe pensar en lo estratégico, pues los desarreglos ambientales cada vez nos obligan a enfrentar Niños y Niñas más intensos y frecuentes.
Pero no vemos esa urgencia. El Ministerio de Ambiente afirma que no es entidad ejecutora sino de política, pero tampoco vemos las políticas. Mientras tanto, es patético el peloteo entre las CAR, los entes territoriales y las entidades de prevención y atención de desastres. Habría que hacer una versión moderna de la fábula, en que el pastorcito no es mentiroso y grita angustiado: ¡Qué viene el Niño!, pero sus vecinos, ya no por incredulidad sino por irresponsable indolencia, hacen oídos sordos y se resignan a la tragedia que los amenaza.