La primera vez que escuché la canción Matilde Lina fue a principios de la década del 70 en las famosas Semanas Culturales de Sahagún. El nombre del conjunto no lo recuerdo, pero sí que apenas el vocalista cerró con el verso: “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”, los aplausos de la multitud sonaron como un aguacero sobre un techo de cinc.
Después de más de 50 años, la canción guarda el mismo encanto, tal vez por su frescura poética envuelta en una especie de súplica al río Tocaimo para que le ayudara a conquistar la mujer deseada, y, además, por la forma magistral como su autor, Leandro Díaz, ciego de nacimiento, adorna sus sentimientos con metáforas alusivas a una naturaleza que jamás pudo ver.
Cuando Leandro Díaz en la canción El Verano describió: “Las nubes pasan con su vanidad/ formando huellas de brisa a montón/ las hojas débiles caen con dolor/ sobre la tierra les toca rodar, ya no quedó ninguna duda, “El man” tenía un don especial que lo llevaba a describir situaciones y paisajes, muchas veces mejor que los videntes, entonces surgió el cuento de que veía con los ojos del alma.
Lo de Leandro Díaz es extraordinario, algo fuera de serie, hasta un genio como Gabriel García Márquez quedó asombrado cuando escuchó la Diosa Coronada. Es que componer una canción exitosa no es tarea fácil, y Leandro sin hacer una lectura visual del mundo, produjo más de 350 con igual calidad ¿En realidad tenía la facultad de ver con los ojos del alma?
Acá, desde la ventana, considero que todos tenemos la opción de ver con “los ojos del alma”, que creo, es esa rendijita que nos permite vernos desde nuestro interior para proyectar todo lo bello que posee el ser humano y luego conjugarlo con el mundo exterior. La ceguera de Leandro, le permitió encerrarse de lleno en este mundo interior para explorarlo de la mejor manera.
Lo anterior no que quiere decir que todo aquel que aprenda a ver con los ojos del alma va a convertirse en compositor o artista. Leandro Díaz contó con unas circunstancias especiales, la adversidad familiar lo impulsó a demostrar que no era un inútil, tenía una tía que lo ayudó a conjugar el mundo ficticio que él tenía en su cabeza con el mundo real y, poseía una inteligencia musical innata.
Leandro Díaz, en varias entrevistas ha afirmado que la ceguera más que un obstáculo fue un vehículo para consolidarse como un gran compositor, tal vez porque ese mundo interior lo ayudó no solo a concentrarse en la creación de su hermosa poética, sino también a consolidarse como un maravilloso ser humano, con una envidiable limpieza de corazón, a pesar de los tropiezos.
¡Amigo lector! Convencido que, si usted no se convierte en artista, por lo menos mejorará como persona, lo invito a hacer el ejercicio de cerrar un momento los ojos e intentar ver con los ojos del alma, y no me vaya a salir como un amigo al que le pregunté si alguna vez había visto con los ojos del alma y me respondió: “Juggo”.