En el año 1994, viajando desde Montería al Golfo de Morrosquillo, antes de salir del último poblado del Bajo Sinú, logré divisar a la entrada de cada municipio, a orilla de carretera, muñecos de trapo de tamaño humano. Algunos con gorras, otros con sombreros o pelucas. Eran graciosos, expuestos a la intemperie, sentados en taburetes, mecedoras o debajo de frondosos árboles. Todos ubicados en un lugar estratégico para no ser desapercibidos por los transeúntes que, en aquella época, pasaban con prisa para despedir el año viejo en destinos distintos a sus hogares.
Faltaban 2 días para terminar el año. No entendía por qué a la entrada de cada pueblo estaban esas figuras que parecían títeres gigantes, rellenos de paja, telas, papeles. Lo más curioso es que tenían hasta nombre de presidentes y mandatarios locales de aquel entonces. Otros alusivos a personajes famosos de la farándula criolla y temas de coyuntura nacional.
Cuando llegamos al destino donde pasaríamos el fin de semana a orillas del mar caribe, buscando el salitre del agua para espantar la gripa y pasar al año nuevo sin mocos y tos; encontramos en el hotel, justo a la entrada, un muñeco muy similar a todos los anteriores que vimos en el camino. Tenía un letrero que recitaba “Chao año viejo”. Estaba rollizo, como niño mimado de madre comunitaria, a quien le dan plato bodderito lleno de bienestarina con derecho a repetir.
Al poco tiempo de haber llegado, me pegué una zambullida en el mar. La música que se escuchaba en el ambiente era del legendario Aníbal Velázquez, la misma que traía mi padre en el carro en un casete que daba la vuelta una y otra vez como carrusel sin descanso. Era un ambiente fiestero que enmarcaba todo el paisaje, mirase por donde quiera.
Volví al hotel y nuevamente me encuentro con el muñeco gigante, ya debajo de un palo de coco. Lo estaban abriendo por la espalda, una cirugía de sumo cuidado. Quien maniobraba ese quirófano a cielo abierto era un morocho con trenzas en la cola ondulada de su cabello, y en cuyas manos cargaba carpetas, traqui traqui, voladores, rebusca pies, y de cuanta pólvora pudiese meterle al paciente.
Los muñecos de Año Viejo son una tradición muy extendida en varios países de América Latina, especialmente en Ecuador, Panamá y Colombia. Esta costumbre tiene sus raíces en la práctica de despedir el año viejo y dar la bienvenida al nuevo. Los muñecos suelen confeccionarse con materiales como trapo, cartón o paja, y se llenan de fuegos artificiales o pólvora. La tradición consiste en quemar el muñeco a la medianoche del 31 de diciembre, simbolizando la despedida de lo negativo del año que termina y el inicio del nuevo ciclo con energías y deseos positivos.
Este rito se practica el último día de cada año, y se ha popularizado desde 1920, como simbolismo de dejar las penurias del año que se va y un renacer del que viene. Quizás es una costumbre más antigua de lo que se piensa y se propagó en nuestro continente en la época del colonialismo.
La quema de los muñecos de año viejo se ha venido haciendo de forma colectiva en comunidades, como barrios, donde todos participan de su elaboración, y también en espacios más cerrados, como familias que los mandan a fabricar para hacer su despedida de año más privada.
En Latinoamérica, la tradición de los muñecos de Año Viejo se originó en Ecuador, donde se consolidó y se desarrolló principalmente. Estos muñecos, conocidos como “Año Viejo”, se confeccionan habitualmente con ropa usada y se rellenan con diversos materiales. A lo largo del tiempo, esta costumbre ha evolucionado, manteniendo un profundo significado dentro de las celebraciones de fin de año y en otros países del continente los han elaborado muy parecidos, pero con características alusivas a cada región.
El muñeco del hotel quedó impecable, unos kilitos de más, que es normal que a todos nos pase en diciembre a causa de buñuelos y natillas. Solo que este personaje se engordó a punta de pólvora. Lo apartaron del sol que le caía debajo de la palmera, y lo volvieron a ubicar en la entrada, donde lo encontramos inicialmente.
A los dos días de regreso a casa, para pasar el 31 con el resto de familiares (abuelos, tíos y primos) volví a observar los muñecos a las afueras de cada pueblo. Alcancé a contar nueve. Unos en bermudas, otros con camisa guayabera, y otros hasta de futbolistas simulando melenas rubias al Pibe Valderrama. Hoy me pregunto por qué querían quemar al Pibe, y recordé la penosa eliminación de la tricolor en el mundial USA 94.
Los muñecos de Año Viejo son una tradición profundamente enraizada en diversas regiones de Colombia. Estos muñecos, que simbolizan el “año viejo” y son quemados como parte de las festividades, particularmente son populares en los estratos 1, 2 y 3.
Aunque la quema del muñeco de Año Viejo se ha dispersado en todo el territorio nacional, se utilizan con mayor frecuencia en regiones como Cundinamarca, Valle del Cauca, Antioquia y la región Caribe, eso sí, con diversas variaciones y maneras de celebrarlo.
En Cali, la quema de muñecos de Año Viejo es muy afamada. En algunas zonas de la ciudad, el evento se convierte en un acto comunitario en el que se aglomeran muchas personas para celebrar el fin de año con esta práctica.
En Bogotá y en otras ciudades cercanas, es habitual encontrar grandes muñecos de Año Viejo, elaborados con materiales reciclados. Estos suelen representar figuras de la cultura popular, políticos, personajes del año o situaciones cotidianas. La quema de estos simboliza el cierre de un ciclo y la llegada de un año venturoso.
La música, el baile y jolgorio, es lo más predominante en esta época del año en la costa norte, pero no se queda atrás con la quemada de los muñecos que a veces son más pólvora que trapo. Erupciones y explosiones en las esquinas de los barrios, aglomeran a decenas de personas, desahogando sentimientos, pesadumbres, tristezas, agonías y situaciones que les atormentan. Es una manera de protestar simbólicamente ante gobiernos, temas, políticas y personajes en medio del sarcasmo alegre que nos caracteriza. En nuestro caribe, hasta sancocho les dan a los muñecos antes de ser sacrificados.
Aproximadamente en la capital del país se queman unos 10.000 muñecos los 31 de diciembre cada año, en Antioquia entre 4.000 a 6.000, y en la costa norte unos 2.000. Son datos aproximados que pueden variar según las situaciones y coyunturas del momento; como fue en la pandemia que se incrementó la quema de muñecos con el nombre de Covid o Coronavirus, una manera de reprender de tajo la pandemia que agobiaba al planeta entero.
Cuando llegué a la casa de mis abuelos, solo en la misma calle había 2 muñecos con el nombre de César Gaviria y otro del alcalde de ese entonces. Me detuve a observar como en cuestión de segundos el muñeco quedó chamuscado, mientras los asistentes al rito ceremonial gritaban y aplaudían. Estas son costumbres que con el paso del tiempo cobran fuerza, se modifican y avivan el espíritu folclórico de nuestras tradiciones. Ojalá no tuviesen pólvora y así evitar personas lesionadas.
Han pasado 30 años y aún sigo viendo los muñecos de Año Viejo ubicados en las entradas de los pueblos, como símbolo de una estirpe que no deja de hacer fiesta hasta el último segundo del año.
Buen viento, ¡buena mar!
Feliz año nuevo