Montería y el modelo de cuencas agroalimentarias

Por: Boris Zapata Romero


Opinión. Gracias a eso que he llamado #leccionesdelcovid, me he propuesto aprovechar este espacio para comenzar a plantear ideas de un tema que me viene rondado la cabeza, y que resumo bajo el término de: territorios funcionales. En el artículo anterior, comencé por la arista del ordenamiento territorial, bajo la invitación a reevaluar lo que conocemos como ciudad, para empezar a discutir la conversión a modelos del territorio que se especialicen y complementen vocacionalmente.

Quisiera abordar esta vez la cuestión del desarrollo económico, que para nosotros pasa sí o sí por lo agropecuario, bajo ese mismo enfoque de territorios funcionales, para lo cual es imperativo que superemos esa concepción que separa lo urbano y lo rural como si fueran agua y aceite; hay pronunciamientos al respecto que nos pueden servir en ese propósito, como el que desarrolló la Misión Rural en su documento de marco conceptual, al anotar “(…) la concepción de nueva ruralidad, que supera la dicotomía rural-urbana y mira más a las relaciones, sinergias y complementariedades que permiten aumentar la competitividad y cerrar las brechas de exclusión de la población rural”.

Ahora bien, al dejar atrás esa separación sin mayor fundamento y comprender la interdependencia urbano-rural, es más fácil asimilar que el territorio contiene más que gente y tierra, pues es también el escenario de lo cultural, de lo ancestral, de lo educativo, de lo ambiental, y por supuesto, de lo productivo.

Respecto a la producción agropecuaria, no es extraño que el lector haya escuchado alguna vez sobre las cadenas productivas; estas no son otra cosa que lo que va de la producción, a la transformación, a la comercialización y al consumo de un grupo de productos, así como los servicios que soportan estas operaciones (investigación y desarrollo, insumos, servicios financieros, asistencia técnica, etc.).

Como es posible ver a simple vista, el concepto de cadenas productivas, que se usa desde 1957 gracias a los investigadores de Harvard Davis y Goldberg, no vincula al territorio, pero hoy, sesenta años después, es indispensable conectar los términos productividad y territorio, y para ello, se entra a hablar de circuitos de comercialización.

Aquí entra nuestro presente. El temor a la escasez, el acaparamiento y la especulación de los alimentos, sumado al temor de inseguridad alimentaria y el aumento de la pobreza, fue, es y seguirán siendo, gracias a esto que llaman la nueva realidad, que es la herencia de la pandemia de apellido COVID-19, temas que deben ser enfrentados con atino y prontitud.

Entre las formas de espantar esos temores, encontramos que el fortalecer los circuitos cortos de producción y comercialización, como una estrategia que ayuda a que la producción agropecuaria no se detenga, al mismo tiempo que se asegura que los alimentos lleguen a las mesas sin aumento especulativo de precios, es válida y pertinente.

La FAO y la CEPAL, definen estos circuitos cortos como “una forma de comercio basada en la venta directa
de productos frescos o de temporada sin intermediario —o reduciendo al mínimo la intermediación— entre productores y consumidores”. Para no alejarnos de lo que quiero platear respecto a territorios funcionales, debo traer en este momento a colación que hay muchas y diversas formas de entender y poner en práctica los circuitos cortos, pues parte de su ventaja es que se adaptan a la realidad del territorio.

En ese mundo de posibilidades de emplearlos como estrategia de dinamización de la economía, hay una que en especial me llama la atención por ser tan aplicable para nosotros, que no por nada es incentivada por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), y que deriva su nombre del término water sheds o cuenca hidrográfica: es el concepto de “Food Sheds”.

Para explicarlo, traigo a colación una definición de la Universidad Estatal de Michigan, que dice que “es el área geográfica entre el lugar donde se producen los alimentos y donde se consumen esos alimentos. El concepto de food shed es similar a una cuenca hidrográfica: ambos abarcan el flujo de una sustancia desde su origen hasta su destino final. Una definición alternativa es la de un área geográfica que suministra alimentos a un centro de población. Ambas definiciones enfatizan el contexto geográfico de nuestra comida: de dónde viene y dónde termina”.

Para ir concluyendo, sería importante que en Montería se estableciera un piloto que permita el desarrollo de una estrategia bajo este modelo de “Cuenca Agroalimentaria del Sinú”, y que podría plantearse sobre una cadena agrícola que no compite con la ganadería bovina al ser de extensiones pequeñas, y por lo mismo de pequeños productores, y que sería una gran generadora de empleo gracias a su alta demanda de mano de obra, es la hortícola.

Lastimosamente, como se puede apreciar en el mapa diseñado por la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria, es que a pesar de que Córdoba está llamado a ser como mínimo el 2do productor nacional de un mercado que solo en ventas a EEUU genera 5 millones de dólares, escasamente está cultivando 300 hectáreas, participando con algo más de 3.000 toneladas, lo que representa en números enteros un 0% de la producción nacional.

En cuanto a Montería, hay 200 hectáreas que se categorizan como aptas para estos cultivos, que corresponden perfectamente a la cuenca del Río Sinú (ver mapa), así que bajo este modelo de food shed, podríamos llevar a Montería a competir con un esfuerzo mínimo pero ambicioso, por ejemplo, solo en la línea pimentón – ají, a un mercado en el cual EEUU pagó en el 2005 más de 1.700 millones de dólares en exportaciones.

Este modelo sin duda puede ser para la región, y en especial para Montería, tanto puntal de la seguridad alimentaria como del fortalecimiento del productor y la producción rural, así como base del establecimiento que tanto esperamos de la agroindustria, tema que sigue en un artículo próximo, de manera que nos permita dar el salto en términos tanto de desarrollo como de bienestar, para el binomio simbiótico que forma lo urbano y lo rural.