La última de la carrera

Por: Ana Carolina Buitrago.
1 mes atrás

Sí, ahí estaba, temprano, a las 5:00 a.m., llegando a la Plaza María Varilla. Estaba llena de personas que sabían correr, que se preparaban, calentaban, tomaban fotos juntas como amigas, como parte de un club de running. El ambiente era espectacular. Y yo, mirando alrededor, sintiendo una presión invisible cuando, en realidad, nadie me notaba.

Perdida, nerviosa, bloqueada. Ni siquiera sabía cómo calentar las piernas. Un poco asustada, la verdad, porque no sabía si lo haría bien, tampoco, cómo llegar hasta el final. Pensando: “Dios mío, no puedo creer que estoy aquí”.

Era el 21 de noviembre de 2021. Participaba en la media maratón, corriendo los 10K. Yo, que ni gimnasio hacía, ni plan nutricional seguía, ni formaba parte de un equipo de running. Iba a correr 10 kilómetros sola, sin una compañera que me animara.

Apenas siete meses antes, celebraba mis 38 años en plena nueva ola de COVID-19. Tomé precauciones, pero un descuido bastó: me contagié. El 23 de abril, en el cumpleaños de Juli, ya me sentía extraña. A la mañana siguiente, fiebre de 40 grados, sin olfato, ni gusto. Todos asustados. Mi mamá, al enterarse, entró en pánico, reviviendo su propio episodio con la enfermedad y la pérdida de mi papá. Su miedo era comprensible.

Coordinamos las pruebas: antígeno y PCR. El antígeno salió primero: positivo. Recuerdo mirarme con Darío en el carro, los dos con esa incertidumbre de no saber qué hacer ni qué iba a pasar conmigo. Sabíamos que debía aislarme, tomar precauciones. Para no alargar la historia, terminé en el hospital de campaña y, al regresar a casa, mi mamá contrató una enfermera para que estuviera conmigo 24 horas. Ella la llamaba cada hora para asegurarse de que yo respiraba bien. Usé oxígeno y, una noche, tuve un encuentro con Dios cuando apenas podía inhalar. Oré con todas mis fuerzas porque sentía que esa noche era más oscura que de costumbre. Me pesaba estar enferma. Quería llorar y gritar, pero sabía que debía controlarme para no desaturar y terminar en UCI.

Esa noche, Dios me dijo que él era la luz de la mañana y que todo iba a estar bien. Desde ese momento, todo mejoró. Me recuperé a finales de mayo.

No recuerdo qué me impulsó a salir a caminar a la Villa Olímpica. El primer día solo pude dar dos vueltas. Pero algo en mí me motivó a volver cada mañana. Tal vez el simple hecho de sentirme viva.

Descargué una app para medir tiempo y distancia. Fui viendo mi progreso diario, paso a paso. Porque, aclaremos algo: ni siquiera corro. No sé dar zancadas. Solo sé caminar a muy buen ritmo. Pero cada vez lo hacía mejor.

La carrera se convirtió en una meta. Me sentía capaz de hacerla. Entrené todos los días hasta llegar a caminar 9 kilómetros en la Villa. Si podía hacer eso, también podía completar 10K en la Media Maratón. Me sentía segura. Dije: “Voy por mi medalla. No importa en qué puesto llegue, pero la voy a terminar”.

Cuando sonó la alarma para los 10K, todos empezaron a correr. Me dio pena salir caminando. Es como si todos tomaran impulso y yo no. Pero lo intenté. Y a los pocos metros, regresé a lo que sabía hacer. Audífonos listos con mi playlist de entrenamiento, gorra, agua y adelante.

El recorrido llegaba hasta el Club Campestre y desde allí nos devolvíamos. Fue maravilloso ver gente animándonos. Como iba caminando, muchos pensaban que estaba cansada y me alentaban más.

Algo que admiro de los runners es su apoyo incondicional. Cada vez que alguien me pasaba, me decía: “¡Vamos, tú puedes! ¡No te rindas!”. Esas palabras motivan. Me emocionaron hasta las lágrimas. No se imaginan cómo unas simples palabras pueden cambiar la vida de alguien que ni conoces.

Lo mejor fue doblar la esquina y ver la meta. Y ahí estaba mi mamá. “¡Vamos, hija, tú puedes!”. Quedé en shock. Me grababa, las dos llorando de emoción. Agarré fuerzas. “No te quedes ahí, sigue”. Y crucé la meta. No sabía si reír o llorar. Pero lo logré. Caminé mis 10 kilómetros. Me sentí capaz. La satisfacción fue enorme.

No sé si quedé de última en la carrera. Y la verdad, eso era lo de menos. Lo hermoso fue sentir que cumplí, que lo logré, que nada es imposible cuando te lo propones con determinación. Me sentí capaz de lograr cualquier cosa. Que no hay límites. Que puedo respirar a todo pulmón en esta vida bonita que Dios aún me permite disfrutar.

¿Y tú? ¿Qué anhelo, sueño o meta estás dejando morir? ¿Por qué no te decides? ¿Por qué esperas a que alguien te tome de la mano? ¿Por qué necesitas un comité de aplausos? ¿Por qué crees que ya es tarde?

Basta de excusas. Basta de lamentos. Deja atrás tu versión llena de impedimentos justificados. Dale vida a la persona maravillosa que eres. A esa que lucha sin rendirse, que fracasa y se levanta, que llora, pero sigue adelante. A esa que se sacude el polvo y sigue caminando.

Porque lo que viene es mejor.

🌟🏃‍♀️💪