“Primer caso de viruela del mono en Córdoba”. Titularon recientemente algunos medios, desatando la histeria en los grupos de WhatsApp de las tías, quienes, alarmadas, corrieron a desempolvar los tapabocas guardados desde la pandemia.
Aunque las autoridades locales de salud desmintieron el rumor y ofrecieron aclaraciones técnicas, el daño ya estaba hecho, porque como cuando éramos niños y acordábamos las reglas del juego: “la primera palabra es la que vale”. De la misma manera, muchas audiencias legitiman como cierto el primer encabezado que miran.
Este fenómeno tiene nombre: noticias falsas o ‘fake news’ —o embustes, como dirían las tías—, que continúan proliferando a pesar de las investigaciones, debates y advertencias sobre lo alejadas que están de los principios del periodismo y la buena comunicación.
A pesar de todo, gran parte de las audiencias sigue ignorando estas advertencias, mientras que algunos colegas eligen el impacto sensacionalista para ganar alcance, sacrificando la verdad. Y no es un problema menor; de hecho, está poniendo en peligro el orden global. El Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial califica la desinformación como uno de los mayores riesgos para el planeta.
El informe señala que tanto actores extranjeros como nacionales utilizarán la desinformación para agravar las divisiones sociales y políticas, convirtiéndola en una herramienta de poder. Se espera que cerca de tres mil millones de personas acudan a las urnas en países como México, Reino Unido y Estados Unidos, en los próximos dos años y que en esos procesos el uso generalizado de la desinformación y las herramientas para difundirla podría socavar la legitimidad de los gobiernos electos y de todos los actores políticos.
Situación que se refleja en nuestro contexto local, donde dicha práctica se ha arraigado en medios y perfiles de redes sociales al servicio de todas las causas.
A esto se suma la creciente desconfianza en los medios de comunicación y el fácil acceso a la inteligencia artificial, una combinación peligrosa. Una investigación de la agencia Reuters muestra que los grupos marginados, afectados por la recesión y el desempleo, son más propensos a desconfiar de los medios convencionales.
La proliferación de la inteligencia artificial y la facilidad con la que se puede generar información falsa y manipulada podrían crear “un terreno fértil para que la desinformación se arraigue y polarice comunidades, sociedades y países”, señalan los autores del informe, que también indica que, con la verdad en riesgo, la amenaza de propaganda y censura aumenta. En respuesta a la desinformación, los gobiernos podrían verse tentados a controlar la información según lo que consideren “verdadero”, cooptando la verdad, principio básico del periodismo, para sus propios fines.
El Centro de Estudios de Periodismo de la Universidad de los Andes reveló que el 44 % de los sitios web de noticias en Colombia tiene un riesgo mínimo o bajo de publicar contenido sesgado, alentador. Sin embargo, el 40 % de estos sitios muestra riesgo medio debido a la falta de transparencia en sus políticas editoriales y fuentes de financiamiento, y el 12 %, un riesgo alto por publicar contenido manipulador.
Esto señala la necesidad de que los medios mejoren su transparencia y fortalezcan la confianza en su contenido, al tiempo que destaca la responsabilidad de los consumidores de verificar la veracidad de la información antes de compartirla. Es crucial elegir bien a quién seguir y con quién informarse.
Como las tías que sacaron los tapabocas por miedo a un brote inexistente, desde la comunicación debemos revisar la facilidad con la que caemos y hacemos caer en el engaño.
Es imperativo reforzar los principios informativos en la búsqueda de un solo fin: la verdad. Promovamos la educación mediática para que las audiencias puedan exigir un periodismo comprometido con la verdad, porque la desinformación no solo es un juego peligroso, sino una amenaza real que, como la viruela, puede dejar cicatrices difíciles de borrar.