La desigualdad: la horrible noche que no acaba en Colombia

Por: Mario Ruiz Soto


Cuando el economista argentino Juan Carlos de Pablo, preguntó la diferencia entre desigualdad e inequidad, al italiano Corrado Gini -creador del coeficiente de Gini-, contestó: “igualdad y desigualdad son conceptos estadísticos; equidad e inequidad son conceptos éticos o morales. Los primeros sirven para describir una realidad, los segundos para calificarla”. Considerando estas palabras, el debate ha tomado forma a nivel mundial.

En 2015, 193 países adoptaron la Agenda 2030 en donde se concentraron en 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En ella priorizaron la equidad como uno de los ejes, bajo el reto de “no dejar a nadie atrás”. Esto es una novedad, considerando que la agenda global en el marco de los Objetivos del Milenio (ODM) no tuvo tal enfoque.

A pesar del rol protagónico de Colombia en incorporar a los ODS en su agenda nacional, y pese a los esfuerzos gubernamentales, es uno de los más desiguales del mundo. Ahora sí, hablemos de estadísticas. Hay tres mediciones que valen la pena poner sobre la mesa. La primera está ligada al coeficiente de GINI. Según el Banco Mundial, Colombia es el cuarto país con mayor desigualdad en el mundo después de Sudáfrica, Haití y Honduras.

De otra parte, en un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) titulado: ¿Un elevador social descompuesto? Cómo promover la movilidad social, donde analiza el ingreso de los hogares combinando variables como educación, salud y empleo, concluyó que Colombia es el país más desigual de América Latina, y el tercero del mundo, luego de Sudáfrica e Indonesia. En otras palabras, el estudio arroja que, para salir de la pobreza en el país, se requieren 11 generaciones, o más bien, 330 años. Debe decirse abiertamente, la desigualdad es la espada de Damocles para Colombia.

Así las cosas, la planeación para el desarrollo del país, tanto nacional como territorial, requiere de una prioridad que no da espera: la lucha contra la desigualdad. Esto es una decisión política. Como lo señala un estudio de Naciones Unidas, titulado ODS en Colombia: Los retos para 2030, “en Colombia la población más adinerada recibe como proporción del ingreso 3,4 veces más que el 40% más pobre”. En consecuencia, debe ser uno de los ejes centrales en este contexto de elaboración del nuevo Plan Nacional de Desarrollo (2018-2022), de tal forma, que irradie al nivel territorial entre 2020-2023.

¿Cuál podría ser el camino? En el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “la ineficiencia de la desigualdad”, se refiere a recomendaciones estratégicas para los países que implica: i) una política macroeconómica que permita “estabilidad real y de la estabilidad financiera mediante políticas anticíclicas que protejan el papel dinamizador de la inversión pública”; ii) establecer políticas sociales que protejan derechos y también fomenten la productividad y por último, iii) incorporar un “nuevo estilo de desarrollo” que se concentre en tres ejes: digitalización, ciudades sostenibles y energías renovables.

Por supuesto, hay más elementos. La clave es priorizar los esfuerzos de inversión y coordinación institucional abogando al cierre de brechas en el que ha insistido el Departamento Nacional de Planeación (DNP) en los procesos de planeación para el desarrollo. Esto implica realizar una acción pública focalizada a nivel de regiones, que contemple las disparidades entre lo urbano y lo rural. En ese orden, una recomendación para el nuevo Gobierno es concentrar las baterías en los dos departamentos más desiguales de Colombia según el DANE: Chocó y La Guajira.

Otra perspectiva de priorización de política pública de lucha contra la desigualdad tiene relación con las ciudades capitales, que, según el DANE, las de mayor coeficiente de Gini son: Quibdó, Riohacha, Bogotá, Popayán y Florencia. Para ello, es importante analizar dos tipos de experiencias territoriales. La primera, las lecciones aprendidas de Medellín, Armenia y Cali, que han tenido avances en equidad de ingresos en los últimos 7 años, registrados en el índice de palma, una forma distinta al Gini de medir la desigualdad, que básicamente calcula la relación entre el porcentaje del ingreso que se lleva el 10% más rico y lo que se lleva el 40% más pobre. En segundo lugar, vale la pena recoger las buenas prácticas de ciudades como Pasto y Barranquilla que en siete años redujeron el índice de pobreza en un 23% y 19,5% respectivamente.

En este nuevo cuatrienio, Colombia tiene en sus manos la posibilidad de establecer como prioridad la lucha decidida contra la desigualdad, que puede estar incorporado en los ejes que hasta el momento propone el DNP para el nuevo plan: legalidad, emprendimiento y equidad. Pero también, se hace necesario constituir una política de Estado, que a la luz de la Agenda 2030, requiere un esfuerzo, de los próximos tres Gobiernos. Como dice Joseph Stiglitz, “lejos de ser necesario o bueno para el crecimiento económico, la desigualdad excesiva tiende a conducir a un desempeño económico más débil”.  Es hora de acabar con esa horrible noche para Colombia.

Mario Ruiz Soto
Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales
Universidad Externado de Colombia
Twitter @marioruizsoto