José Luis Mendoza fue un mentor, una figura fundamental en la osadía personal de comentar béisbol profesional; una ‘biblia’ —se sabía el ‘librito’ completo—. Todo un referente en el periodismo deportivo, no solo por su ejercicio sabio y profesional, sino por su comportamiento siempre respetuoso, humilde en exceso, e intachable; atributos escasos en el ejercicio hoy en día.
“Ya se le ve la placa al carro”, decía cuando el equipo local anotaba carreras y se acercaba en el ‘score’. Pero José Luis se fue ‘al otro lado’ sin siquiera estar cerca de divisar el número de ese bólido delantero que se llama tranquilidad. Una larga vida de trabajo, entrega y pasión, que no sirvieron de nada cuando quiso alcanzar el privilegio de coronar una jubilación, para terminar, al menos de forma digna, la carrera feroz del paso por este mundo.
José Luis murió en el abandono, apelando al régimen subsidiado, con cero en el banco, con hijos menores sin terminar de criar, abrigados por el desamparo. Su familia hacía lo que podía en medio de la escasez. Un final sin las glorias que tanto narró o comentó en los diamantes de Colombia. Doloroso recordar la última vez que lo vi desde una ventana, solitario, en la oscura y calurosa sala de la casa en la que vivía en arriendo, medio inmóvil y con una voz débil, pero siempre cortés. Me dijo tres frases: “¿Cómo están las cosas?”, “¿La familia?” y “Gracias”. El radio que lo acompañaba y lo conectaba con el mundo exterior se escuchaba a todo volumen con las noticias del mediodía. No había posibilidad de entrar y tampoco era un deseo que me embargara luego de mirar por la persiana. La imagen era estremecedora. Sin mucha valentía, elegí salir huyendo, con la precaria misión de ayuda cumplida.
El final del juego fue doloroso para José Luis; una derrota por amplio carreraje. La vida lo apaleó sin compasión y lo terminó noqueando sin oportunidad de reacción, sin el chance de responder a las rectas feroces que le lanzaba por el centro del plato.
Una historia que es reflejo de otras, una metáfora que se puede repetir para colegas que envejecieron tras los micrófonos y que no han tenido ni tendrán la oportunidad de alcanzar la tranquilidad de ese sueldo vitalicio que merecen por tantas horas de narraciones, comentarios y deleite para sus oyentes, televidentes y lectores. Muchos se dejaron obnubilar por el éxito y no previeron el momento de colgar los guayos. Algunos cuentan con familias que los cobijan; otros no tienen la misma suerte y sobreviven de la caridad. Los pocos que alcanzaron pensión, o tienen posibilidad de una, son quienes hicieron parte de alguna gran empresa mediática o quienes optaron por otra profesión y convirtieron su pasión periodística en pasatiempo.
Colombia no cuenta con un régimen especial de pensiones para periodistas, un gremio que enfrenta un riesgo permanente, que el Estado no reconoce. Quienes ejercen el oficio forman parte del sistema general, sin condiciones particulares. Los intentos por cambiar esta realidad se han ‘ponchado’, los proyectos de ley presentados han fracasado, y las iniciativas para que se reconozca la experiencia como tiempo cotizado han sido ‘strikes’. Existe un histórico desinterés gubernamental por la precaria situación laboral de los periodistas, quienes en su mayoría trabajan como independientes, sin contratos formales, y por ende, sin cotizar para pensión. Es hora de que el gremio, desde sus organizaciones, vuelva a coger el bate, frente al lanzador de 100 millas y conecte un hit.
Es crucial que exista voluntad política desde los poderes públicos —de otra manera es imposible— para reconocer a tantos José Luis Mendoza como hay en Colombia. El país debe darle el valor a la labor y al camino que han abierto los maestros que han sabido narrar, escribir y contar nuestra historia.
Nota: A José Luis Mendoza (1943-2020), quien narró con pasión cada jugada de la vida sin el aplauso final que merecía. Que su legado inspire a luchar por la dignidad de quienes entregan su voz al servicio de la verdad.