Enero

Por: Mario Sánchez Arteaga
1 mes atrás

Las brisas de enero llegan con vigor tumbando techos en algunas regiones del caribe colombiano, espantando un poco el bullicio extasiado decembrino. El olor de los mangos florecidos comienza a perfumar los campos resecos sedientos de lluvias y las playas aparecen mágicamente sobre el cauce del río. Las ciénagas bajan de nivel y se forman los playones, donde momentáneamente improvisan canchas de fútbol con arquerías de flora silvestre.

El perfume de la madrugada a tierra mojada de espesa neblina, entra por las ventanas, dejando que los aromas incesantes de las chirimoyas amarillas se aposenten en los patios de las casas. Los piñas, ciruelas, mandarinas y papayas también se vislumbran con frecuencia en las carretas callejeras.

El sol acribilla los mediodías, haciendo respetar la hora del almuerzo, recogiendo en su mayoría a las personas y que ese momento sea un poco más apacible en medio de las ráfagas del calor infernal que se alberga en la costa norte. Avasalla un silencio desolado que en muchos hogares evoca a la siesta. Un reposo pesado de alimentos ingeridos y sueño corto.

En las tardes de enero se refleja una nostalgia del año que se fue y la curiosidad del que está en curso. Aún se testifica un estado fiestero buscando el ocaso, es una transición sutil e invisible para volver a la cotidianidad que intenta prolongarse, pero la sabia naturaleza va mermando hasta hacernos entender que el ciclo de la vida es pasajero y variante. Un segundo, un minuto, una hora, un día, un mes y un año, jamás se repiten; pero hay aspectos característicos que en la ruleta de la existencia nos los hacen recordar. Así pasa en enero.

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Las brisas llegan a refrescar el reverberante fogaje, las terrazas en las casas se aglomeran entre familiares y amigos para hacer algo en lo que nos identifica carismáticamente “La Tertulia”, o coloquialmente hablar paja. Las brisas de enero han inspirado al hombre caribe a ejercer una práctica recreativa milenaria como es volar barrilete, universalmente volar cometas.

Aprovechan la temporada hasta finalizar febrero. Se construyen barriletes de forma artesanal y otros se adquieren con emprendedores que han perfeccionado el arte y estilo de las cometas. De todos los colores y tamaños, adornando el azuloso cielo, dejando que la brisa las eleve hasta donde la pita que las sostiene le permita.

Zonas verdes, playones de ciénagas, campos abiertos, parques aislados; son los lugares idóneos para ejercer esta práctica de diversión, que por lo general la ejercen niños y jóvenes que para esta época del año se encuentran vacacionando.

Según algunos historiadores, las primeras cometas fueron creadas en China, hace más de 2.000 años. Las fabricaban de bambú y seda, y eran utilizadas para medir distancias, como señalización, o incluso en batallas para crear distracción al enemigo.

En Colombia, el vuelo de cometas o barriletes tiene una larga tradición cimentada por colonizadores españoles. Se popularizó especialmente a partir del siglo XIX, hace aproximadamente más de 150 años. Las cometas son principalmente un pasatiempo recreativo y una forma de arte en muchas partes del mundo. Hay festivales de todo tipo de cometas o barriletes a lo largo y ancho del planeta como forma común de entretenimiento.

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Normalmente los barriletes se fabrican con caña, cuerda y papel delgado sedoso. Por esta época en las papelerías y tiendas de barrio se incrementan las ventas de este papel, pero vale la pena resaltar que la mayoría de personas le llaman papel barrilete. Se le agrega una cola de tela que dará estabilidad y estética.

En mi infancia, un enero, asistí a un concurso de cometas. El ganador obtendría dinero y era merecedor del premio quien volara a mayor altura y distancia su barrilete. Camilo, un vecino, había construido con sus manos un hermoso barrilete azul turquí con aletas laterales en rombos. Inmenso. Desde que inició fue soltando la pita lentamente y voló tan alto su cometa que no se divisaba a simple vista. Tenía que sostener con fuerza la pita a causa de la potencia de la brisa. Llegó un chico desconocido de un barrio colindante y soltó su barrilete de varios colores con cierta arrogancia de ganador. Soltaba y soltaba la pita, pero no alcanzaba la altura y distancia del barrilete de Camilo. En últimas al verse vencido, dejó de sostener el barrilete y dejó que el viento lo elevara hasta más no poder. ¡Pedía el premio para él!

El barrilete fue encontrado al siguiente día enredado en la cima del puente metálico de Montería entre dos nidos de pájaros.

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En las noches de enero el trópico es sofocante y agobiante. La furia del sonido en las urbes hace puntos suspensivos al bullicio dislocado. En los campos reina el infatigable rechinar de los grillos, que son sinfonía motivacional épica no tan agradable para quienes toman por descanso el dominio luminoso de la luna.

Hay lluvias intempestivas que pueden asomarse chismoseando los primeros días del año, pero hasta hora, a pesar del cambio climático que hemos sometido a la madre tierra, enero sigue mostrándose coqueto, temeroso, esperanzador entre soles y vientos, que caracterizan su andanada de inicio anual.

Ya se han apagado las luces del diciembre colorido, los barriletes vuelan sobre el cielo caribe, el viento serena el sofoco de los vestigios solares que por estos días son más atrevidos que de costumbre. Enero es como un nuevo amanecer del que debemos de comenzar a “leer, viajar, escuchar música y encontrar la gracia que aflora en nosotros mismos”, como lo dijo el gran poeta Neruda; para no dejar que los vaivenes y atropellos de la vida, nos maten lentamente en la quejumbre sin sosiego.

!Buen viento, buena mar ¡

Posdata: Hay cosas que no se firman en letra, pero se da la palabra mirando a los ojos y con testigos de paso. Es lo que se conoce como “Palabra de Gallero”. Yo, aún creo.

 

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