Ella, soy yo

Todas tenemos a la típica mejor amiga a la que le damos mil consejos. Una y otra vez le decimos lo mismo y, para nada, nunca nos hace caso.
4 días atrás

Todas tenemos a la típica mejor amiga a la que le damos mil consejos. Una y otra vez le decimos lo mismo y, para nada, nunca nos hace caso. Frases como: “Ya termina esa relación”, “Ese hombre no te merece”, “Eres valiosa, date tu lugar”, “Date tiempo para sanar”, “Los tiempos de Dios son perfectos, espera”, “Emprende, te va a ir bien”, “Haz ese postgrado, sí puedes”, y muchas más.

Y es raro, porque cuando aconsejamos a alguien, por lo regular somos expertas en dar soluciones mágicas que parecieran no incluir el dolor de una decepción, el miedo a una nueva vida, el fracaso de un negocio, la ausencia de un ser querido o el corazón roto.

Hay un ejercicio que siempre hice con mis amigas en situaciones así: decirles que vieran su vida desde afuera, que se visualizaran como una persona externa, como si fueran otra amiga con esos mismos problemas, y que le dijeran qué hacer. Se sorprenderían con los consejos que se decían a sí mismas; algunos son los mismos que les mencioné al empezar esta historia.

Cuando nos miramos desde afuera, parece que mágicamente el miedo desaparece. Tenemos la fe más grande del mundo, y esa persona puede lograrlo todo. Vemos nuestras cualidades, valoramos la valentía que ha surgido en el proceso de la vida y, de pronto, no hay nada que nos impida alcanzar nuestros sueños. La miramos y hasta seríamos su fiel seguidora.

Lo que no te has dado cuenta es que ella, eres tú. Sí, tú. Pero cometiste el error de valorarte poco. Solo prestaste atención (no siempre) cuando alguien te lo hizo ver, y resulta que esa persona maravillosa, creativa, talentosa, desbordante de bendiciones, está ahí, dentro de ti. Solo que no la habías notado, solo que tuviste que verte como Dios te ve, alejarte de la nube que te ciega la razón y que te hizo compararte con los demás, para ver con claridad lo fabulosa que eres.

Tal vez opines que de mí misma pienso que soy demasiado. Y no te equivocas: creo fielmente que no soy una niña que apareció diez años después de mi hermana mayor por casualidad, porque tal vez mami olvidó su pastilla anticonceptiva. No. Sé perfectamente que Dios me colocó en el vientre de mi madre por Su voluntad, que tengo talentos, y aún mejor que eso, que hago parte de un plan maravilloso de vida que no me pienso perder.

Me miro a mí misma desde afuera. Hablo con ella porque tiene miedos, llora, se desespera, se enoja mucho, y le digo: tranquila, confía, eres capaz, eres fuerte, eres suficiente, tienes fe, tú sí puedes. Si me siento abrumada, analizo, busco el plan B, C, D. Y si la situación me sobrepasa, suelto y digo: Dios, ayúdame que realmente lo intenté y en mis manos no lo logro. Poco a poco todo se aclara, y seguimos adelante.

Cuando la mires a ella, hazlo con amor. Háblate con comprensión, resalta lo bueno que hay en ti. Eres perfecta, tu molde es único. Valora tus luchas y resurge de tus fracasos. No siempre se gana, lo sé, pero al final, todos tus años de vida te hacen lo que eres hoy. Y como te veas a ti misma, te proyectará hacia el mañana.

Recuerda: tú eres tu mejor aliada. Habla contigo misma con amor, porque tu vida es el plan perfecto de Dios. ¡Confía en ti y sigue adelante!