El amor alumbra y convierte en milagro el barro

Opinión/ Por: Marcos Velásquez.


Opinión/ Por: Marcos Velásquez.

FOCUS

A lo sumo, hoy la canción de Silvio Rodríguez que reza: “Debes amar la arcilla que va en tus manos. Debes amar su arena hasta la locura. Y si no, no la emprendas que será en vano. Solo el amor alumbra lo que perdura. Solo el amor convierte en milagro el barro. Solo el amor alumbra lo que perdura…”, obtiene un peso de cálida sensatez ante lo que ningún plantel educativo está enseñando.

Historia y reconocimiento del talento.  Si se enseñara historia, se cimentaría un sujeto con una mirada crítica de la realidad, dado que la historia, independiente de cómo te la cuenten, procura en quien la escucha, la posibilidad de pensar no solo en su lógica, sino en la oportunidad de que también puede ser contada de otro modo.  Al igual que la sutil astucia crítica de llegar a cuestionarla, dudando de lo que te cuentan tal y como te lo contaron.  Lo que deviene en la pregunta: ¿A eso le hace falta una parte?

El talento no se enseña, cuando mucho se descubre, y no falta quien confunde sus habilidades con su talento, que no es lo mismo.

La educación formal se encarga de resaltar las habilidades de cada sujeto.  La más de las veces estas se evidencian por sí mismas, dado que están inscritas en el código genético de cada ser hablante.  Esto permite que ellas encuentren la manera de aflorar, para culminar la tarea de la construcción del narcisismo de cada sujeto.

Por ejemplo, quien es bueno para las matemáticas se destacará entre los otros.  Quien es bueno para la ortografía, sin necesidad de leer mucho, también se destacará.  Así como quien es bueno para el deporte, aunque entrene menos que el promedio, estará a la altura de su demanda.

Quiero decir que, quien tiene habilidades puede notar cómo ellas en sí se presentan en él, al punto que quienes lo rodean las pueden identificar rápidamente.  Y como posee habilidades, aunque tiene que ejercitarlas para mantenerlas a nivel, no tendrá que hacer tanto esfuerzo como quien no las tenga.

De este modo, la educación formal busca la identificación de las habilidades con el objetivo de construir en sus grupos una media que permita la estandarización de las mismas.  Por ello, quien se encuentre por fuera del estándar, se verá desatendido o amenazado, ya sea por su formador, o por sus compañeros, dado que hacen que se ralentice el proceso de instrucción.

Cuando se logra la homogeneización de las habilidades y no ha habido una formación en historia -y para los inscritos en el discurso científico, en epistemología-, se consigue un sujeto sosegado que, dentro de su estilo de pensar, se ubica en el lugar del operario.  Es decir, con sus habilidades definidas y reconocidas, puede ejecutar la tarea impartida sin necesidad de preguntarse si es posible hacer lo que está haciendo de otro modo.

Apacible acude quien así piensa y actúa, a la repetición de su labor permitiendo que la “fabrica” funcione bien a partir del ejercicio de un oficio incuestionable y sin cuestionamientos.

Respetando las justas proporciones, esta es la posición del obrero: de quien piensa como un empleado, al ir tras su sueldo y se las arregla con él.

En el capitalismo no se puede asumir esta posición que bien funciona en otras ideologías.  En el capitalismo, donde la sociedad de mercado demanda pensar más allá de lo evidente, para proponerle a los consumidores nuevos modos de satisfacer sus necesidades, no solo hay que ser polimatías, sino descubrir por sí mismo lo que no enseñan en la escuela.

¿Cuál es su talento?  Esta pregunta no es tan simple de responder.  El talento trasciende las habilidades.  Por ello, quien lo identifica en sí mismo se llega a sentir extraño, dado que no podrá identificarse con la media, lo que hace que la misma “media” lo rechace porque lo toma como el singular.

La singularidad del talento es lo que permite evidenciar en el sujeto su maravillosa diferencia.  La cual ha de dominar para plantear una propuesta peculiar en el mercado.  Eso sí, por no encajar en los estándares de la homogeneización social, su lazo social será complicado, porque todos sus aportes serán una conquista en el campo de batalla de la incomprensión de la comodidad de quienes piensan igual que los demás.

En pro de su compleja definición, el talento es lo que excede a la habilidad procurando un placer tal que, aun cuando se deja de hacer la actividad propia de lo que lo define por mucho tiempo, al volver a retomarla, es como si el tiempo transcurrido no hubiera pasado.  De igual modo, es el placer más excelso que puede sentir un sujeto haciendo lo que hace por él en sí mismo, lo que lo lleva de manera perseverante a ser cada vez mejor, solo por el placer de realizar la tarea y sentirse más desahogado consigo mismo.

Freud no definió el talento, pero sí habló de la sublimación.  A lo sumo, quien descubre su talento, está todo el tiempo sublimando.  Esto permite comprender en lo inverosímil de las crisis laborales, económicas, en la guerra o más allá de ella, por qué algunos sujetos insisten en hacer lo que otros, a sus ojos,  no conciben como productivo.

No en vano el coronel Aureliano Buendía antes de la guerra hacía pescaditos de oro para aportar a los gastos de la casa. Tras ella, los continuó haciendo, derritiéndolos una vez los tenía listos, para volver a empezar a hacerlos, de modo reiterado, hasta su muerte.  Su habilidad era la del orfebre, pero su talento era el de confiar en la belleza inagotable de su oficio.

Una marca personal debe confiar en su talento, en la arcilla que tiene en sus manos, en  la arena hasta la locura, hasta llegar a ver cómo el amor alumbra y convierte en milagro el barro.  Kafka escribió por el placer de escribir.  Su obra se publicó de modo póstumo.

Traigo a colación esto último, dado que en el apremiante desenfreno de vivir, que se ha ido cristalizando en pagar las cuentas y sostener los compromisos adquiridos, lleva a que las generaciones contemporáneas y las que vienen, piensen más en dinero que en el placer que les producen las elección de sus vocaciones laborales.

Quien trabaja por dinero, aunque gane más de lo que espera, nunca obtendrá el pago que demanda, dado que si el trabajo no es compensado con una dosis de erotismo, ninguna cantidad de dinero podrá suplir la apremiante extimidad del talento.

De igual modo, se ha de tener presente que en nuestro medio seguimos pensando desde el imaginario del Siglo 20.  El mercado laboral físico ya se ha empezado a agotar.  En unos años va a colapsar y salvo el que cuente con una plaza fija adquirida con antelación, podrá contar la historia de su vida laboral, así como cada vez menos personas hablan de la jubilación como posibilidad.

Por tanto, hemos de prepararnos para ofertar nuestro talento a través del mercado virtual, un mercado que se encuentra en la acomodación de sus estructuras, pero que de modo incuestionable será la nueva forma de pensar.

Twitter: @MARCOS_V_M