Opinión. Los padres y docentes nuestros la tenían fácil, una mirada bastaba para que hiciéramos lo que ellos querían que hiciéramos o estuviéramos donde querían que estuviéramos. Sino éramos capaces de leer esa mirada o nos hacíamos los pendejos, venían consecuencias difíciles de superar, “secuelas” dicen ahora los sicólogos, pero de que se respetaba a los mayores, se respetaban.
Esta forma de educar aún tiene bastantes defensores, porque se mantuvo el principio de los valores por mucho tiempo, pero a veces los mayores se “pasaban de piña”, pues generalmente el niño o la niña tenía más de 30 años y todavía necesitaba aprobación de los padres sobre cual oficio escoger, con qué amigos andar, cómo peluquearse y hasta con quien debía casarse.
Estas limitaciones individuales comenzaron a contrarrestarse con el cuento del LIBRE DERECHO AL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD, que no es nuevo, pues el apóstol Pablo algo dijo alguna vez al respecto: “Cristo nos liberó para ser libres. Manteneos firmes en esa libertad y no os sometáis otra vez al yugo de la esclavitud. Nuestra vocación, hermanos, es la libertad”.
Pese a que hasta la Biblia toca el tema, parece que en Colombia el asunto comenzó a tomar vuelo con la promulgación de la Constitución del 91, Artículo 16, pero las cosas se fueron esta vez para el otro lado, porque en defensa del derecho al libre desarrollo de la personalidad, ahora al niño no se le puede reprender, corregir o mirar con cierto rigor y ¡ay del que se atreva a darle siquiera un chancletazo!
Sospecho que el derrumbe de la sociedad actual, parte de aquí. Hace unos años una canción decía: “ya no se sabe, ya no se sabe quién es el padre o el hijo”. Ahora ya se sabe, en la mayoría de los hogares mandan los hijos porque tienen todos los derechos del mundo, pero para los deberes no hay forma de hacerlos cumplir porque dizque la ley les ampara su indisciplina, berrinches y patanerías.
Antes, hasta a los hijos mayores se les fijaba la hora de llegar a casa. Hoy todo cambió, en estos días de fiestas en corralejas en Sahagún, observé por todo el pueblo jovencitas amanecidas y borrachas, de 15 o 16 años, cada una con su parejo ¿Cuántos hijos indeseados salen de aquí? ¿Quién se encargará de criarlos, estos y los que vengan, la madre o la abuela? ¿Qué futuro tendrán estos niños?
Así las cosas, invito a padres y educadores que aún piensan en la posibilidad de detener esta debacle, a ponernos los pantalones, sin dejarnos intimidar de amenazas con el Bienestar o la Corte Constitucional. Sin maltratar a los chicos, pero con carácter y afecto creo que se puede, pues a estas alturas resulta decepcionante que un “pelao” de estos le levante la voz a uno y hasta quiera regañarlo… “Pauta carajo” como decía mi abuela.