La convivencia

Por Marcos Velásquez.


WHISKY

Jorge Luis no se ha podido acomodar en su nuevo espacio. Le pidió de modo gentil a Camila que lo reubicara en otra silla, buscando una mejor convergencia de los rayos de luz que le permitan ver bien al cliente cuando lo está motilando, dado que como están ubicadas las lámparas en el nuevo espacio, son más las sombras que producen, que la iluminación que realmente brindan.

Jorge Luis dice: ¡Mire! No se dan cuenta que esas lámparas tan bajitas lo que producen es que, cuando uno está haciendo el corte, el cuerpo de uno termina tapando la luz que uno necesita para verlo a usted cuando lo estoy motilando. Eso es lo que pasa cuando se piensa solo en la decoración y no en el trabajo. La Luz es para que ilumine bien lo que uno hace, pero aquí están pensando más en que se vea bonito, que en que uno pueda hacer bien las cosas.

A lo sumo, eso es lo que sucede cuando se está haciendo una transformación del espacio. Los cambios generan incomodidad espacial, dado que el cuerpo del sujeto se habitúa a moverse dentro de las coordenadas que termina introyectando, dominándolas por defecto.

Cuando se re-acomodan los objetos o se transforma el espacio, es más probable que el sujeto se sienta extraño en este, a que se sienta a gusto y disfrute de los cambios. Sin embargo, eso no es lo que pasa en el caso de Montería cuando se trata de la movilidad vial, dado que con transformaciones o sin estas, hay resistencia por parte de algunos conductores, no solo de reconocer el espacio, sino de acatar las normas que por defecto todo espacio posee para la convivencia humana.

Mientras la administración procura realizar transformaciones espaciales en las vías de circulación vehicular, con tal de devolverle al peatón su lugar y encontrar una posible solución a la “cohabitación” en la vía entre vehículos, motocicletas y bicicletas, los motociclistas no han podido asimilar su lugar en la vía.

Lo exponen los seguimientos que hace la administración al fenómeno de accidentes en el perímetro urbano. El registro de dicho fenómeno plantea que a la fecha se han presentado 334 accidentes de tránsito en lo que va del presente año, y que de ese elevado número, el 92% de los accidentes surgen del modo en que las motocicletas se desenvuelven en la circulación de las vías.

Estas cifras plantean que, en promedio, se vienen presentando 47 accidentes de tránsito al mes, así como un accidente y medio al día, sin contar los que no se registran por ser leves, que por ello, no dejan de ser infortunios.

Al parecer, los motociclistas en su buena mayoría, resaltando que hay quien sabe conducir una motocicleta, admite las normas y el máximo de velocidad para transitar dentro de un perímetro urbano, no asumen la responsabilidad de la conducción de su vehículo, confundiendo su medio de transporte con un juego egoísta de movilidad en el que la vía se tiene que despejar para ellos y sus prisas.

Este tipo de actos decanta que, frente a la irresponsabilidad de los motociclistas que no se comprometen con las normas viales de movilidad urbana, se les ha de exigir cursos de formación en el tema, dado que lo que se presenta en la vía es la asistencia de un conductor que estima que conducir solo implica tener la habilidad para manipular y maniobrar el vehículo en el que se encuentra.

Pasa un poco lo que vive Jorge Luis, quienes le transforman su espacio para que haga mejor su trabajo, no se percatan de que las condiciones requeridas para ello no dependen tanto de la estética del lugar, sino de la comodidad que brinda la transformación para que la tarea se pueda realizar con pericia.

Más allá de la transformación espacial, se ha de tener presente la realidad del contexto y las demandas propias para llevar a cabo la tarea.

Así las cosas, de nada sirve transformar el lugar si no se es consciente de que la transformación exige un cambio en la cultura. Por ello, hoy se habla y se empieza a pensar en el discurso urbano, el lenguaje que permite comprender la ciudad sin que esta se torne en la torre de Babel donde cada quien por pensar en sí mismo, al no hacer lazo social, termina derrumbando su propósito: la convivencia.

Las transformaciones siempre serán oportunas si estas buscan mejorar las condiciones de la calidad de vida de los habitantes de un lugar. Sin embargo, hay que estar atentos a que se ha de reconocer, previo a la transformación, las necesidades de quien habita el lugar, para que esta beneficie sus menesteres, antes que limitarlos. Como también, y quizá lo más complejo en el hombre, que existen los que se resisten al cambio y los que a pesar del cambio, nunca se permiten pensar de un modo diferente, aunque sea para su bienestar.

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