Como todo presente

       Por: Marcos Velásquez Una realidad. Vivimos un presente efímero, como todo presente. No nos percatamos de ello. Sin embargo, nos quejamos de que el tiempo no nos alcanza para culminar todas las labores que tenemos pendientes. Por ejemplo, ya no basta con los horarios extendidos de los bancos, ni que ellos tengan horarios adicionales los fines de semana. Hay oportunidades en las que aún con éstos servicios, no alcanzamos a realizar nuestras diligencias por la cantidad de tareas pendientes. ¿Qué...


Por: Marcos Velásquez
Por: Marcos Velásquez

Una realidad.

Vivimos un presente efímero, como todo presente. No nos percatamos de ello. Sin embargo, nos quejamos de que el tiempo no nos alcanza para culminar todas las labores que tenemos pendientes.

Por ejemplo, ya no basta con los horarios extendidos de los bancos, ni que ellos tengan horarios adicionales los fines de semana. Hay oportunidades en las que aún con éstos servicios, no alcanzamos a realizar nuestras diligencias por la cantidad de tareas pendientes.

¿Qué decir de la administración de nuestro dinero? Trabajamos en los horarios estipulados por las reglamentaciones legales, pero requerimos otras entradas para acceder al estilo de vida al que la sociedad nos empuja.

Trabajamos para darle sentido a nuestras vidas, sin embargo, parece como si el sentido se diluyera por la avalancha de faenas que no dan pie a libar la labor cumplida.

Hubo una época en la que la sabiduría popular promulgaba: “¡Me tengo es que morir!”. Hoy, de modo cómplice nos reímos ante la estupefacción de la impotencia frente a la multitud de compromisos, labores y metas por ejecutar.

Terminamos diciéndonos: “¡tengo que acabar!” la tarea endilgada, más como la ilusión efímera de Sísifo, dado que de antemano sabemos que la piedra hay que volverla a rodar hasta la cima, que como convicción de un buen final.

Hemos sucumbido ante el presente de lo laboral, dado que con lo que contamos, es con el ensueño de la culminación de la tarea, el pago de las cuentas o la reunión pendiente en la que nos van a dar otras instrucciones.

Nos han arrebatado la sensualidad. Difícilmente disfrutamos y degustamos nuestros alimentos, los cuales son la más de las veces corrientazos preparados en masa por otro, o domicilios fríos que llegan cuando está apunto de acabarse la hora estipulada para congraciarnos con nuestro paladar. Así, la siesta cada vez es un abrir y cerrar de ojos, o una simple añoranza.

¿Qué decir del amor? Cuando no es por recordarle a la pareja que uno aún está allí a su lado también para cumplir con esa función, y no sólo para aportar a los gastos compartidos, se ha enfriado más que la comida, tornándose en un aderezo barato equiparable a las funciones de un palillo después de comer en un restaurante de calle transitada, si no es de látex, en el sentido en que huele maluco y no se siente el calor de la carne.

Si a usted le pasa algo parecido a lo que aquí describo, es porque usted hace parte del sujeto contemporáneo que vive lo que Robert Kiyosaki nombró como “la carrera de la rata”: trabaja y trabaja para pagar las cuentas y no disfruta absolutamente nada. Del mismo modo que un hámster en su rueda haciéndola girar sólo por obtener su comida, la cual, por lo demás, se la escoge su amo.

El sujeto hoy vive para el otro y no para sí mismo.

¡Atención! Si declinamos nuestra voluntad ante ésta realidad, somos responsables de la incapacidad de edificar nuestros sueños. En otras palabras, si bien la realidad de hoy es agobiante en lo laboral y en el costo de la vida, no hemos de olvidar que somos sujetos del lenguaje, de la construcción de otras significaciones.

Si nos signamos en la realidad apremiante, podemos llegar a creer que sólo existe una verdad, la que estamos sosteniendo, cuando por los efectos de la significación, podemos crear otros sentidos a la realidad misma.

La conquista de nuestro deseo.
Asumir con fe ciega y no cuestionar lo que tenemos en el presente, puede hacernos caer en la trampa de anclarnos en lo que la vida nos entrega para evolucionar, antes que cuestionarnos si: “¿Yo me merezco esto? ¿Yo quiero esto para mí?”.

Dicha actitud nos hace rehusar la construcción de lo que realmente uno busca. No somos hámsters. Somos sujetos de la significación, del sentido.

Es real que hoy las condiciones de vida son apremiantes. Antes también lo eran a su modo. Por eso cada quien se quejará de su realidad si no la afronta y la trasciende.

El presente es la consecuencia de nuestros actos en el pasado, o la incapacidad que cada sujeto tiene para darle otro sentido a lo que vive. No es la realidad misma, es, a lo sumo, como yo la quiero hacer existir lo que nos agobia.

Por ello, vivimos no como nos lo merecemos, sino como queremos hacerlo. Quien no paga el costo de su libertad, de la transformación significante, está sujeto a existir en una realidad donde cada minuto que pasa es la agonía de su incapacidad.

Estamos en el mundo de la red, de la conversación, de la claridad -dado que la información está al alcance de todos. El big data es una herramienta para conocer las necesidades y las formas de consumo de nuestros mercados.

Contamos sólo con el presente. En él, estamos abocados a cultivar nuestro futuro o dejar pasar la oportunidad de edificar nuestra alegría. Por tanto, o lo aprendemos a conocer o nos regocijamos en la queja que no permite ver nuestras resistencias al cambio.

2016 es una oportunidad de adaptarnos a un medio que cambia, o un año más que nos aleja de la conquista de nuestro deseo. Bien venidos a este recorrido.

[email protected]
@MARCOS_V_M