¡Colega!

Por Orlando Javier Benítez Quintero


La mujer -a quien nunca había visto- se abrió camino entre la multitud, se me acercó a decirme con emoción: “mire, es que yo soy nueva en el periodismo”.  

Sonreí y le dije, con la diplomacia requerida por mis responsabilidades: “qué bueno”, pero que no la había visto antes y le pregunté de qué universidad había egresado, sobre su experiencia y cómo se llamaba el medio de comunicación donde laboraba actualmente. Me contestó rápida y contundentemente: “yo aparezco en Facebook, busque mi nombre, allí está mi perfil”.

La escena, vivida en algún lugar del Caribe colombiano -bien pudo haber ocurrido en cualquier región de este país- describe una realidad, que, a pesar de dolorosa para el oficio, ya no sorprende.

Desde hace varios años y gracias a la aparición de medios como el de mi nueva colega (Facebook, Instagram, WhatsApp, Twitter, etc.), importantes segmentos de las audiencias sin filtro, las fuentes oficiales y las autoridades han validado, con acciones concretas, una práctica informativa desprovista de profesionalidad y de todo lo que ello garantiza.

Lo peor de todo no es eso, sino que los damnificados del fenómeno: periodistas y comunicadores, la estamos dejando pasar, como el bateador que se poncha sin tirarle con un lanzamiento en recta de media a medio.

No juzgo a mi nueva autodenominada “colega”, para nada, porque es apenas una persona que intenta sobrevivir a las dificultades económicas del país con un nuevo emprendimiento digital, quien bien pudo vender cosméticos o ropa y prefirió comerciar con información, lo que desde luego podría hablar de la rentabilidad de la actividad.

Y es que debe ser demasiado bueno el negocio si lo medimos por la frecuencia de la aparición espontánea y olímpica de colegas que se unen al gremio tras dar un salto triple que pasa por encima de la academia, la experticia y de la ética.

Dejo claro que no cargo contra el empirismo del que han surgido los maestros que más admiro del periodismo: García Márquez, Gossaín, Peláez y mi padre, por ejemplo. Cargo contra la falta de profesionalismo que no se logra solo con un grado universitario, ese es un nivel que solo se consigue con rigurosidad, método, reportería, responsabilidad, valores éticos, pero sobre todo leyendo y teniendo buena ortografía. Ojalá los saltadores triples de este oficio tuvieran al menos las dos últimas cualidades.

El problema de expresarme en este texto tardío -porque también soy del grupo que se ha tragado los sapos sin decir más que lo necesario- es que me pone en aprietos ante la nueva generación de comunicadores a la que le hablo todos los días y para quienes el periodismo está satanizado, vinculado al chisme, al bochinche y a la banalidad.

Algunos estudiantes dicen, con razón y mala cara: “no quiero ser así”. ¡Pero qué bueno!, tal vez allí está la respuesta: no sean así, ustedes están llamados a cambiar ese nefasto modelo al que de manera refinada llaman seudoperiodismo y al que otros preferimos seguir llamando con el nombre de un devastador huracán.

Y, sí colegas, existe una fórmula simple y posible para ser diferentes: hacer periodismo, el único que existe, el que responde por lo que dice, el que investiga, contrasta y rectifica. El mismo que también guarda el equilibrio, instruye y entretiene.

Ahora, los medios sobreviven gracias a las audiencias y las publicaciones en estas apariciones unipersonales y arrasadoras de desinformación, varias de ellas subidas de tono y desfachatez, cuentan con un gran alcance gracias a quien las lee o les da me gusta y lo increíble es que entre el público validador están sus propias víctimas (funcionarios, empresarios, autoridades…).

Ojo, tengamos en cuenta que el poder está al alcance de la mano y que, si antes se daba vuelta a la perilla y se apagaba el transistor, hoy bastaría con dar clic en el botón dejar de seguir.

Seguro estas palabras no van a cambiar nada, seguirán apareciendo nuevos “colegas” y medios como arroz, sobre todo en un año como este en que tendremos política y candidatos hasta en la sopa -tremendo sancocho-.