A quitarse la máscara

Por: Boris Zapata Romero


¡Ya ni pena ajena dan! Me espetó en estos días la niña[i] María Dolores Cercha, una lideresa comunal de una ciudad del Caribe, al preguntarle como veía la gestión de sus mandatarios locales, muy a sabiendas que su respuesta iba a ser sincera y desparpajada: “La madre, ya no hay varones en la política; es un solo clic-clic, una sola tomadera de fotos que les cae, pal’like ese que dicen; y uno apurada con la gente en los barrios”.

Creo interpretar la respuesta sobre que no hay varones, en el sentido que hoy una gran parte de los mandatarios y figuras política locales, sin importar su sexo, se presentan ante la opinión pública, con el mismo afán de inmediatez que se pelea un frasco de perfume con un desodorante aromatizado por un cliente; como productos de un sistema que premia lo convencionalmente bello, practico y, sin ánimo de ofender, barato.

Al entender el ejercicio de lo público de esa manera, necesitan, urgen, de mensajes hiper-simplificados, pues consideran que todo ciudadano es un cliente, y su propuesta, que pasó de ser de contenidos ideológicos de partidos, a ser literalmente ellos mismos, debe captar la atención a toda hora del día a través de las redes sociales. Y claro, tienen solo unos segundos para hacerlo, de manera que, en ese formato de política, para comunicar algo impera la imagen sin reflejo de la realidad, sino más como un cuadro al óleo al mejor estilo del impresionismo de Monet: es lindo sin duda, se parece a lo real, pero no es sino pintura.

El abuso de los símbolos y de los tabúes, como medio para poder transmitir “en vivo” sus mensajes, no es algo a lo que hemos llegado de gratis. Ese “clic-clic” tan atinadamente señalado por la “niña Mayo”, y que motiva este artículo, lo podemos intuir en lo que John T. Cacioppo y Richard E. Petty, desarrollaron en su “Communication and Persuasion: Central and Peripheral Routes to attitude change”, cuando describen dos rutas para la persuasión: una cargada de complejidad y argumentación, la central, y otra de simbología y simplismo, la ruta periférica.

El imperio de lo banal se apoderó de la política, y no solo en su relación con los ciudadanos, a quienes estos liderazgos livianos no consideran sus iguales, sino también en su discurso. Hoy vivimos en el discurso de lo obvio. Regresando al ejemplo del perfume y el desodorante, pues claro que queremos oler bien; de eso es de lo que hablan, de lo que no hay discusión. Temen a la inteligencia que subyace en una población cada vez más educada, una que, si bien espera de una mercancía algo bello, práctico y barato, de un líder, aguarda profundidad de los temas, conocimiento de sus necesidades, y gestión efectiva de sus intereses.

En esa liviandad y trivialización, se gastan también nuestros recursos. Pasó a ser el gasto público, de algo hecho con cautela y estrategia para ir cubriendo esos aspectos claves para la sociedad, esos de intereses público que pueden hacer la diferencia en las vidas de la gente y esparcir bienestar, a una inversión de lo fotografiable.

Realmente trasladaron, con más inocencia que táctica, todo lo que puede aprenderse en un curso de ventas. Al cliente le gusta lo bonito, lo visible, lo colorido, lo festivo. Así que, como la barriga llena, la mente activa y el corazón contento del niño pobre no se puede fotografiar, como la salud es un concepto intangible y difícil de simbolizar, o como la generación de condiciones para empleos estables es algo abstracto y complejo de digerir, no son aspiraciones para esa política ligera.

De manera que la plata, el erario, está disponible siempre y cuando quepa en la foto. Es impresionante el valor de los gastos en infraestructura y proyectos insustanciales que, al revisar medios, puede uno encontrar como grandes anuncios: entregatones, plazas de recreo, coliseos, y monumentos a todo tipo de frioleras.

Obviamente hay que gastar para incidir de manera positiva en el bienestar y progreso, pero para eso se debe hacer con sustancialidad. Dos ejemplos, ambos del área andina. El primero un gran municipio, con un mandatario que en plena pandemia logró traer una empresa de tecnología -no fue que salió a sacar pecho por una casualidad-, y que ella cualificara a los jóvenes de la zona además de ingresarlos a su fuerza laboral. Inversión: llamadas, cartas, gestión y un par de viajes de diplomacia corporativa. El segundo un pequeño municipio, con un alcalde que logró darles a los campesinos de la región -entiéndase su municipio, municipios vecinos, y área de influencia- un espacio para la comercialización de su ganado, a través de una ingeniosa Plaza de Mercado Ganadera, cuya sostenibilidad está desde ya en manos de las asociaciones de pequeños ganaderos. Inversión: 250 millones de pesos.

Ahora bien, para ese tipo de liderazgos vaporosos, es entendible su liviandad; finalmente tomar la ruta fácil, la de la periferia, es lo que les queda. No dan para más.

La política, la del ejercicio intelectual, la de la argumentación, la de peso, la que extrañamos, no se les es fácil; menos hoy día cuando la conectividad, el desdibujo de todo tipo de fronteras físicas y mentales, la irrupción de una clase media más preparada, y tantos otros factores, la han hecho extremadamente compleja e intrincada para propios y extraños.

En apariencia, la gente común se ha alejado de la política, o mejor, de lo político; y esa conclusión equivocada, de cómo la gente no le gusta lo político, seamos baladíes, es lo que nutre el descontento y con ello el circulo vicioso de: “más lejanos ellos, más ligeros nosotros”. No es que no se interesen en la política, sino qué no encuentran interprete. El ciudadano no puede, como es correcto además, distinguir entre el que ocupa el cargo, y el cargo mismo. Así que no sirviéndole uno, el político, no le sirve lo otro, la institución, y por eso las instituciones democráticas están debilitadas.

En la política se apuesta frente a temas muy complejos, como para jugar a caer bien a todos. En últimas, esa es la verdadera razón del mensaje de que faltan varones. Ya nadie quiere darse a la discusión, sino está la marea a favor. Bajo esas circunstancias hoy el mundo -literalmente- fuera distinto, pues en la Inglaterra de Churchill le insistían en que fuera Primer Ministro para darle la mano a Hitler, y él se paró en la raya; mejor esperó su momento, y fue Primer Ministro bajo sus condiciones, cuando se dieron cuenta que tenía razón. Hay muchos ejemplos de líderes, como Fernando Cardoso o Nelson Mandela, y lideresas, como Gro Harlem Brundtland o Angela Merkel, que son las actitudes y aptitudes que hacen falta.

Hay una necesidad de gerencia real de los intereses de la ciudadanía, comenzando por el primero de ellos, su reconocimiento y respeto. Seguido, está el de contenido, no tipo mercadeo, si no real. No hay una sola razón para divorciar el manejo comunicacional, con tener mucho en la cabeza y más en el corazón. Sólo se necesitan unos minutos para develar quien está verdaderamente tras la foto o el video, el comunicado o el anuncio, tras la pantalla. La gente se ha vuelto experta en quitar máscaras, y lo hacen porque necesitan que los miren de nuevo a los ojos. No ver, que los vean.

[i] En el Caribe Colombiano se le dice “niña” a mujeres ya adultas, por lo general cursando la tercera edad, como una forma de manifestar respeto de manera cariñosa.