Necoclí. Atravesar la selva del Darién es una odisea que pocos migrantes cumplen.
El primer escollo que deben vencer es el económico, puesto que viajar hacia Capurganá (Chocó) requiere tomar una lancha que los lleve hasta ese sitio, y cuyo pasaje por cabeza ronda los 130 mil pesos colombianos.
De allí son tres o cuatro días a pie en medio de la manigua, por trochas que otros ya han pasado y que los llevan a zona rural de Panamá: un campamento llamado ‘el Abuelo’, en donde los migrantes recargan baterías antes de seguir su camino.
El trasegar continuará por semanas atravesando los diferentes países de Centroamérica, antes de llegar a México, donde miles de personas se atreven a cruzar la frontera para llegar a los Estados Unidos.
Para Jerwin Montero, un migrante venezolano, su travesía de llegar a suelo gringo se quedó a medias, puesto que un ‘amigo’ con el que viajaba le robó los pocos recursos que tenía y desde hace dos meses quedó varado en Necoclí.
“Salí de Venezuela hace seis años a conseguir un mejor futuro para mí y para mis hijos. En Necoclí vivo del rebusque y del reciclaje”, dice Montero, quien no se resigna a seguir su viaje y por ello ahorra cada centavo ganado para continuar su camino.
Al igual que Jerwin, más de 19 mil migrantes han pasado por suelo colombiano durante lo que va del 2022.
Según la Defensoría del Pueblo, una de las particularidades de esta nueva diáspora, es que lo migrantes viajan en familia, con muy pocas pertenencias y muy pocos ingresos, lo que retrasa su paso.
Sin embargo, desde la Defensoría explicaron que muchos desisten de afrontar peligros en medio de la travesía y se quedan en Colombia, donde piden asilo.
Pero ese no es el caso de Jerwin, quien a toda costa, incluso arriesgando su vida, desea alcanzar el anhelado ‘sueño americano’.