Informe especial para Montería Radio / La Razón.com
Una crónica de: Gustavo Santiago
Estaba nerviosa al ver el juego de micrófonos en los estudios de la emisora donde relataría el episodio que quizá es el más doloroso de su vida.
Al llegar a los estudios de Montería Radio 38 Grados, se sentó en la sala. Un sofá de color negro, soportaba su cuerpo. Sus manos las frotaba en señal de nerviosismo, expectativa, frío, o la conjugación de todos. Estaba ad portas de salir al aire y narrar la historia que marcó su vida para siempre.
Una profesional al servicio de la medicina en Montería, joven, derrotada por las lágrimas que desprenden sus ojos, cayendo como cascadas sobre sus pómulos y recorriendo su rostro maquillado, que poco a poco se desvanece.
Estaba aferrada a su bolso que hacia combinar con el color de sus accesorios y sus prendas de vestir. Lo abrazaba con fuerza sutil, como tratando de sentirse soportada en algo, o pensando en alguien, que necesitaba para ganar fortaleza.
Minutos antes de pasar a la cabina radial, se mantuvo en silencio. NO era temor, era su corazón, poniéndose en modo avión. Se percibía en el ambiente que quería meditar y concentrarse en cómo iba a tratar de contener su llanto y dolor en el desarrollo del programa Debates 7:00AM.
Pasaron unos cortos minutos y fue invitada a ocupar su asiento en la cabina. Un café negro y bien cargado se le ofreció. Lo tomó y quiso bromear diciendo “sabe bien, a pesar de ser hecho por un hombre”. Se sonrió, como tratando de hacerse una auto terapia, ya la entrevista iba a iniciar.
Fueron unos segundos de silencio, parecían eternos, hasta que el productor radial, Robin Ramos, dio la señal de presentación del programa.
NO había comenzado a responder la primera pegunta y ya sus pupilas estaban cargadas de llanto. Dos ríos de lágrimas se evidenciaron en ambas pupilas.
Es un relato human, triste, pero lleno de fe y esperanza, a la que se aferra, Adriana Altamiranda.
Seguramente es uno de los tantos casos que evidencian los colombianos por la presunta negligencia y débil sistema de salud de nuestro país.
Es la historia de Camilo José Valencia Valencia, ese muchacho de 17 años que soñó con ser médico, pero que paradójicamente el sistema de salud para el que quería prepararse y ofrecer sus servicios lo dejó en coma vigil.
Desde ese momento, y durante 30 minutos sostenidos de entrevista, sus sentimientos se desbordaron, el bolso al que se aferraba lo puso a un lado, se llenó de valentía, y en medio de un dolor pectoral, tratando de respirar profundamente en cada palabra respondía las preguntas que estaban enfocadas a mostrar el drama que vive ella y su familia.
El nerviosismo, miedo, o frío que demostraba antes de la entrevista lo transformó en fortaleza, fe, oración, esperanza y agradecimientos a quienes en cadena piden al creador que levante a su hijo de esa cama.
“No sé cuál será el fin que tendrá esta historia, pero agradezco el apoyo de mi familia”, expresó la Adriana, que sin frontera alguna dejó que la conjugación de sentimientos encontrados que guarda hablara por ella.
“Mi corazón de madre me dice que él me escucha y que está aferrado a Dios”, “Médicos me dijeron, su hijo no volverá a caminar, ni hablar…yo creo en Dios, no en los médicos, Dios me va a salvar a mi hijo”, expresaba mientras se desencajaba su cara ahora inundada por completo de lágrimas.
La hermana de Camilo José , tiene 5 años y es el personaje de la familia Valencia Altamiranda, que más pregunta sin encontrar respuestas lógicas de la condición de su hermano. “Ella me pregunta por qué su hermano es un bebé… al verlo en una cama y en pañales, contengo el llanto y le digo que está enfermito pero que se levantará de ahí”, narró Adriana.
Después de sollozos, evidencias de decepción del sistema de salud colombiano, de rabia, desesperación, pero simultáneamente robustecida por la oración, nos dejó una enseñanza que aprendió con el golpe de vida recibido.
La entrevista terminó, respiró profundo, un pañuelo blanco que tenía en sus manos parecía una pintura abstracta donde los colores se confunden, allí estaba plasmado el maquillaje que perdió, se levantó de la silla, volvió a abrazar su bolso, y antes de partir, le expresamos solidaridad y agradecimientos por ser tan valiente, y ella atinó a responder: “Mi corazón de madre me dice, que espere a Dios, que no me va a decepcionar”.
Su hermano la esperaba en su carro, levantó la mano de derecha en señal de despedida, su ruta no es la que hoy tienen muchos colombianos que piensan vacacionar en semana santa, su objetivo es su casa, el cuarto blanco de Camilo José, que acompañado con un cristo de espaldas colgado en la pared, espera que Dios haga su voluntad, y ojalá sea salvar a su hijo.