Cuando era niña me encantaba verme al espejo. La verdad …fui bastante vanidosa, siempre que podía aprovechaba para mirarme, hacer caras graciosas, y cuando no me veían, echarme labiales de mi hermana Sandra, y así, creerme grande, con labios rojos.
No recuerdo mirarme y pensar que era incapaz. Al contrario, creaba frente a mi reflejo las historias más increíbles donde podía ser quien yo quisiera, desde la buena hasta la mala de la novela. En serio, los millennials usábamos nuestra imaginación en su máxima expresión.
Pero los años pasan. El cuerpo de una niña se transforma en la adolescencia y tal vez la expectativa que tenía de cómo iba a quedar no fue cubierta. Me comparé con mis amigas y resultó que no estaba ni por ahí cerca. Me miré al espejo y creí que era el fin del mundo, aunque tal vez sí lo fue. A esa edad casi todo es una tragedia y con justa razón: no tenía ni idea de lo que estaba pasando, ni lo que pasaría.
Es curioso, pero mi momento de crisis existencial, mientras a muchas les pasa a los 30 o 40, para mí fue a los 20. Escribía en un diario (tuve muchos) y recuerdo una parte que decía que ese día cumplía 20 años y seguía siendo la misma pelá inmadura, que no entendía si ya estaba en el segundo piso por qué seguía siendo la misma. Me miraba buscando que la edad fuera a darme la sabiduría que se necesitaba para entender el mundo a mi alrededor.
¡Caramba! Y cuando me hice mamá, qué difícil ese proceso de mirarme cansada, trasnochada, exhausta, llorando porque mi ropa ya no me quedaba. Por ratos recordé mi vida antes de toooodo ese caos. Me pregunté si en verdad tomé una buena decisión, si no estaba muy joven para tener un bebé, si debí esperar. Pensé en ¿qué estaba haciendo con mi vida? y si esa Carolina era la que yo una vez soñé.
Abraham y Juliana dejaron de ser bebés, entonces volvió el tiempo para mí, para retomar proyectos, el trabajo, una salida de amigas. Me miro y cómo que me gusta esta versión 2.0. Estoy más segura, me importa menos la opinión de los demás, me enfoco y pienso con una sonrisa: esa mujer en el espejo va a arrasar.
Y parece mentira pero cuando llegué al cuarto piso, sentí un renacer en mí. Lo nombré “los fabulosos 40” donde me miro al espejo y me encanta lo que veo. Ahora tengo cuidado de otras cosas como mi cuerpo y por eso entreno, mi salud y por eso cambié mi alimentación. Empecé a leer más, a sacar el tiempo para estar con amigas que me recargan, a ser más cómplice con el amor de mi vida. Tengo habilidades nuevas en marketing digital, empecé a escribir este blog, a ser podcaster con una gran partner in crime, y como les enseñé en un blog anterior, no se alcanzan a imaginar todo lo que quiero hacer con la otra vida que tengo por disfrutar.
Quiero un día, dentro de muchos años, mirarme en el espejo y reconocerme lo valiente que fui. Que a pesar de sentirme unas veces acomplejada, frustrada, cansada, incapaz, temerosa, fea, enferma, agobiada ignorante, pude atreverme a creer que podía superar todas mis limitaciones. A vivir intensamente, sin sobre pensarlo todo, sin dejarme condicionar por mi entorno y la gente en él, creyendo que no hay imposibles y que Dios tiene planes que me van a sorprender. Lista estoy.
Y tú, ¿cómo te ves en el espejo?