En el parque Simón Bolívar de Montería, bajo el inclemente sol y la lluvia, se encuentra un grupo de personas que han dedicado gran parte de sus vidas a un oficio que parece resistirse al paso del tiempo: los escribientes.
Con sus máquinas de escribir y su vasto conocimiento en trámites y documentos, estos hombres y mujeres se han convertido en un patrimonio de la ciudad, brindando un servicio esencial a la comunidad desde hace más de tres décadas.
Carlos Angulo, con 67 años y 18 de ellos trabajando como escribiente, heredó este oficio de su padre, quien era contador público. A través de los años, Carlos ha aprendido los detalles de la documentación notarial y ha perfeccionado sus habilidades como auxiliar contable. A su lado, Samir Bula Martínez, con 57 años y 21 de experiencia, comparte la misma pasión por este trabajo que, a pesar de los avances tecnológicos, sigue siendo indispensable para muchos.
Estos escribientes son testigos de la historia de Montería, han visto pasar generaciones de clientes que confían en su experiencia y dedicación. Desde minutos de escritura hasta contratos de arrendamiento, pasando por promesas de venta y derechos de petición, su amplio conocimiento les permite ofrecer una variedad de servicios a precios accesibles, convirtiéndose en una alternativa confiable para aquellos que buscan asesoramiento legal y tramitología.
A pesar de los problemas que enfrentan, como la falta de reconocimiento por parte de las autoridades locales y la amenaza de la tecnología, los escribientes de Montería se mantienen firmes en su convicción de que su trabajo seguirá siendo relevante. Como afirma Benjamín Martínez, fiel usuario de los escribientes , quien asegura que; “por mucho que haya tecnología, hay muchas cosas que la tecnología no las hace”.
Los clientes, como Joaquín Segundo Rivera Causil, resaltan la eficiencia y confiabilidad de estos profesionales. Los documentos elaborados por los escribientes rara vez son rechazados por las notarías, lo que demuestra su experiencia y atención al detalle.