Opinión/ Por Marcos Velásquez.
FOCUS
Y uno piensa que no va a pasarle. Que se trata de los otros, o que simplemente no es con uno. Uno piensa que la vaina es de gente negativa, de los que no son optimistas porque a toda hora se están quejando y por eso las energías que generan les devuelven sus palabras con los mismos sin sabores. Hasta que llega el momento en que las justificaciones se acaban, la plegaria a Dios aparece y lo real supera la realidad, cuando sin más, termina uno diciendo:
- Joda, ¡estoy jodido!
¡Pero no! No es que uno esté jodido o que la vida lo haya abandonado a uno o que Dios ya no le preste atención a nuestras oraciones. Es simplemente que todo cambia, pero como uno está tan ocupado defendiéndose en el día a día de las leves, en ocasiones, o las crudas, la mayoría, embestidas de la vida, uno no comprende que se trata del discurso en el que uno se mueve.
¿Cómo así del discurso? Es la pregunta que salta. Pues bien, para tratar de comprender las realidades aciagas que se le presentan a uno en la vida, primero hay que despojarse de sentido. Es decir, olvídese de la culpa, dado que esta es la forma más simple para uno no entrar en acción. La culpa solo produce dolor, resentimiento y onda pena, pero ni resuelve el momento de verdad en el que se encuentra, ni le permite pensar de otro modo.
El discurso, de modo forzado, es la materialización de su imaginario, y el imaginario, es el modo como uno piensa. Así las cosas, las palabras que uno utiliza para pensar y luego hablar, son las encargadas de darle vida a nuestro estilo de pensar, que viene siendo nuestro imaginario. Por ello, es tan complejo suponer que otra persona piense como uno, dado que según el vocabulario que uno adquiere a lo largo de los días, este se encarga de configurar una forma de ver la vida. Teniendo presente que, como uno ve la vida, es como uno llega a creer que es la vida. Cuando en realidad, la vida es variopinta y no solipsista.
Entonces no es que usted esté jodido, sino que lo más seguro es que las cosas han cambiado y usted no se ha percatado de ello.
Por ejemplo, el estudiante universitario desde el primer semestre empieza a pensar en cómo ganar el semestre. Esto lo lleva a adquirir un estilo de pensar que durante diez semestres, cinco años, solo piensa en ganar un semestre más. Pero al internarse en su causa y solo sacar la cabeza para oxigenarse de las profundas exigencias de cada una de las materias a las que se tiene que enfrentar, para superarlas como obstáculos en contienda, piensa en rumba y no en la otra realidad que ha de tener presente: su futuro laboral.
De igual modo sucede con quien se encuentra trabajando. Se interna tanto en las funciones que le entregan en su contrato, más las otras que le son asignadas, así como a la supervivencia del grupo de compañeros de oficina que insisten de modo irrefutable en exigirle que sea tan mediocre como ellos son, para que el trabajo devenga más fácil para todos repitiendo todos los días lo que ya saben hacer, y de este modo trabajar por recibir la paga más no por crecer en sí mismos, que cuando alza la cabeza y ve por la ventana y descubre que está en la calle y no del lado donde por mucho tiempo la miraba, es que se puede permitir pensar, como el estudiante, en algo que hace parte de la realidad pero no se pone en práctica en la cotidianidad.
¿Cuál es mi misión? Quien tiene claro el por qué está en la tierra, por qué respira y sobre todo, qué es lo que lo hace vibrar, lo que le da sentido a su vida, puede pensarse no como empleado sino como una marca que siempre dejará su sello personal.
La misión, el por qué de la empresa, es la razón que conecta a la oferta con la demanda en la sociedad de mercado. Si usted es un polímata, usted tendrá más opciones para entregarle soluciones al mercado. Si usted es un especialista, su mercado, por amplio que sea, siempre terminará reduciéndose a pocas opciones, empezando por la que laboralmente usted ya sabe que no volverá a vivir, después de conocerla por dentro durante los años en que allí aprendió definitivamente, a quién no quiere parecerse en su vida.
Si bien hay que preocuparse por ser bueno en el medio donde uno pone la bandera de su misión, no se puede perder de vista que el mercado en el que uno se encuentra va cambiando todos los días. Más tecnología, más demandas de seducción para conquistar nuevos clientes, como las propias para sostener a los que ya existen.
De este modo, a mi juicio, no se trata de verse como no se quiere ver y salir corriendo a ocultarse en un posgrado, se trata de reconocer que no es que se esté jodido, sino que de modo empírico se ha de aprender el discurso de la sociedad de mercado, discurso que solo se aprende viviendo dentro de dicha sociedad, la cual más que demandar, pide soluciones que no sabe formular.
Aun estamos cómodos en las zonas de confort en la que nos encontramos, dado que por lo pronto la realidad económica global solo se siente ralentizada. Sin embargo, ello es el síntoma de un colapso mayor que el vivido en el 2008.
Esto no es una profecía, es la lectura de la lógica del mercado en un discurso que se ha agotado, al no poder sostenerle el ritmo a la velocidad del desarrollo de la tecnociencia, en relación a la condición humana.
Por ello, es oportuno tomar aire para permitirse pensar más allá de las funciones laborales y de protegerse del grupo de compañeros de trabajo, ¿cuál es mi misión en la sociedad en que me muevo? ¿Conozco el discurso de ella, o creo que ella piensa según mi estilo de pensar?
El tiempo pasa mientras uno está ocupado respondiendo lo que hace. Lo paradójico es que cuando uno termine de hacer lo que hace, gracias a la tecnociencia, ya habrá otro modo de hacer lo que he aprendido a hacer durante muchos años de repetición en mi zona de confort. Lo cual demanda como corolario: ajustar mi misión al imaginario que se aproxima.
Twitter: @MARCOS_V_M
el ser humano hoy en día solo lo hace lo que ve mas fácil con el fin de salir del paso, por que es una de las formas de salir mas rápido de las cosas osea el facilismo, como también se limita a cumplir un contrato, nunca va mas allá de lo que puede hacer puesto que si lo hace puede enfrentarse a dos realidades; una son las personas que apoyan el talento o iniciativa de esta persona y la segunda son los grupos que hacen que la personas se estanquen el querer decir no seas sapo, no seas regalado el cual esto limita a que las personas sean influidas por su contexto en el que se encuentra.
Como personas inmersas en un mundo meramente capitalista, absortos en los avances tecnológicos y su avance desmedido en el que cuando nuestras posibilidades nos permiten adquirir una herramienta tecnológica ya hay una mejor en el mercado que supera la que apenas es para nosotros una novedad, pasa igual con nuestras vidas (como lo afirma usted en la columna) encajamos en una actividad y aun cuando creamos en nuestra proactividad la vivimos día a día sin pretensiones de pasarla por una reingeniería habitual que cuando pretendemos salir de ella las condiciones han cambiado y nos encontramos perdidos y desanimados. Es importante que en una realidad cambiante y acelerada pongamos a trabajar nuestra creatividad en ideas que contribuyan a mantenernos vivo en este mar de cambios y transformaciones.