Por: Víctor Negrete Barrera.
Centro de Estudios Sociales y Políticos.
Universidad del Sinú
Durante mucho tiempo pasó desapercibida esta prenda tan común en las sabanas costeñas de Córdoba y Sucre. Hace cuarenta años todavía el sombrero vueltiao era de uso restringido, sus usuarios eran campesinos pobres y hombres entrados en años comunes y humildes de pueblos y cabeceras municipales. Lo usaban para protegerse del sol en las labores del campo y en las calles y callejones polvorientos, para refrescarse un poco usándolo como abanico o por gusto de hombre.
Cuando las corralejas alcanzaron su máximo esplendor y las convirtieron en hecho cultural de singular importancia para estos pueblos costeños, los ganaderos, empezando por los que facilitaban el ganado para las corridas, comenzaron a usar el sombrero, no los típicos conocidos sino otros de mejor diseño, presentación y calidad y con otro propósito adicional: identificar al que tenía dinero, ganado, poder económico. Por extensión lo utilizaron los ganaderos y agricultores ricos, comerciantes y políticos en un primer momento. Después fue cuestión de tiempo: deportistas, intelectuales, jefes de Estado, actores y actrices, cantantes, mujeres amazonas, religiosos y periodistas, entre muchísimos más que no alcanzamos a reseñar.
Y así, de boca en boca, ganó simpatías y reconocimiento nacional, a tal punto que en el año 2004, oficializado por la ley 908, fue escogido el sombrero vueltiao tradicional (el de trenzas blancas y negras, coloreadas con plantas tintóreas, pintas en la encopadura y dos vueltas en alas) como símbolo cultural de Colombia. Hago esta aclaración porque también se consiguen los sombreros surtidos, aquellos de diferentes colores, tejidos y figuras que, aunque gustan, no poseen la prestancia del tradicional.
Como era de esperarse la demanda creció de manera vertiginosa y multiplicaron los mercados locales, nacionales e internacionales. ¡La euforia era evidente por el negocio que se vislumbraba!. Sin embargo no todos disfrutan de manera equitativa las ganancias producidas. Mientras la mayor parte queda en manos de intermediarios y exportadores de Bogotá, Medellín, Montería, Barranquilla y otros lugares del país, allá, en los pueblos pobres donde nace el sombrero, lo poco que les toca a los sembradores de materia prima, a los preparadores y tinturadores de la fibra, a los trenzadores y costureros y a los vendedores al menudeo y sus familias, puesto que todos participan de las actividades, no les alcanza para salir de la sobrevivencia en la que han vivido siempre.
Este auge, presentido pero no preparado por las autoridades, líderes y artesanos indígenas, originó diversas asociaciones de artesanos, cada una luchando por vender su producto individualmente, expuestas, por las necesidades habituales de su pobreza que no dan espera, a vender por debajo del precio real su trabajo personal y familiar. Los intermediarios y exportadores en cambio estaban preparados desde antes de la declaratoria y han obtenido las mayores ganancias porque son ellos los que a la larga fijan el precio de costo del sombrero a la hora de negociar y no los fabricantes. Una vez en sus manos, el precio lo multiplican varias veces como por arte de magia.
La admiración por el sombrero y su popularidad puso a prueba la capacidad de creación e ingenio de los artesanos en los diferentes oficios que requiere su elaboración. Debían responder con productos de mejor acabado, elegancia, duración y belleza, en otras palabras, sombreros vueltiao más finos. Y a fe que lo han logrado. La existencia de sombreros de 9, 11, 12, 15, 16, 17, 19, 21, 23, 27 y 33 pies o pares de palmas o fibras así lo atestigua. Entre más número de pares de palma o fibras tiene un sombrero es más fino y viceversa. El más fino hasta ahora conocido es el de 33 pies, demoraron para hacerlo dos meses, fue expuesto en la Feria del sombrero fino en Tuchín, departamento de Córdoba, en enero del presente año con un valor de dos millones doscientos mil pesos.
¿Dónde está el riesgo?
El sombrero vueltiao está en riesgo por las siguientes causas: 1. Escasez de materia prima, en especial la caña flecha criolla. 2. Escasez de plantas tintóreas y 3. Uso de químicos.
El proceso de elaboración del sombrero comprende la siembra de la caña flecha, preparación de la fibra, tinturado, trenzado, costura y comercialización. Desde hace años escasea la caña flecha criolla, la de mejor calidad por su flexibilidad, especial para hacer sombreros finos. A pesar de estudios y experiencias locales importantes, el riesgo persiste, sin posibilidades inmediatas de solución. Hay otras variedades de fibras como la martinera y la costera, traídas de Antioquia, Santander y Cauca pero no son tan buenas como la anterior, las utilizan para sombreros ordinarios o de menor calidad.
Las plantas que usan para darle color a las fibras son las hojas de la vija o limpiadientes, el tubérculo de la batatilla, las hojas de la balsamina, cingamochila y el poleo, la corteza del mango y la guayaba y por lo menos quince plantas más. Las dos primeras, aunque las están sembrando en los patios, están escasas; las otras todavía las consiguen silvestres.
Como la demanda de sombreros es alta y disminuyen las plantas tintóreas, algunos intermediarios introdujeron el uso de químicos como el peróxido de hidrógeno para blanquear la palma y la trenza tejida, ya que la caña agria, utilizada para ello, poco se consigue. Algunos artesanos manifiestan que el uso de este químico ocasiona efectos en la salud como peladuras en las yemas de los dedos y la lengua, ojos rojizos con ardor, brotes en la piel y si el uso es frecuente hasta caída del cabello. El sombrero por su parte dura menos tiempo y la palma se vuelve quebradiza. Este tipo de sombrero es conocido porque el peróxido de hidrógeno blanquea mucho la fibra, muy diferente al color crema que producen las plantas.