Hace 50 años, las familias antioqueñas que llegaron al Alto Sinú llevaron consigo semillas de café y las sembraron en la vereda La Chica, sector Cenizas del corregimiento El Diamante.
Los cultivos prosperaron hasta que la violencia de los años 90 acabó con el sueño cafetero. El desplazamiento masivo sepultó las plantaciones y cobró varias vidas, entre ellas la del abuelo de Sandra Milena Granda, presidenta de la Asociación de Caficultores del Alto Sinú.
Tres décadas después, el retorno de las familias desplazadas trajo de vuelta el aroma del café a estas montañas. Darío Granda, cuyo padre fue caficultor, encabezó la nueva generación hace 10 años, cuando decidió sembrar nuevamente en las mismas tierras abandonadas.
“Él inicia y es pionero de esta nueva generación en tema de caficultura y pues después de él, muchos quisimos seguirle los pasos”, relata Sandra, quien regresó hace cuatro años y medio.
El proyecto enfrentó múltiples obstáculos. Tierralta no era reconocida como zona cafetera y las instituciones cerraron las puertas. “Fueron muchas veces las invitaciones que le hicimos a la Federación Nacional de Cafeteros. Totalmente la puerta nos la cerró porque no era zona cafetera”, recuerda Granda.
Sin apoyo oficial, los campesinos apostaron por el café de manera autónoma. Hoy la asociación agrupa más de 300 familias con 80 hectáreas en cosecha y cerca de 200 familias en proceso de siembra. El proyecto alcanzó incluso el Parque Nacional Paramillo, donde comunidades que cultivaban coca cambiaron sus siembras por cafetales.
La transformación incluyó a firmantes de paz, reinsertados, madres cabeza de hogar y familias retornantes. Este año, la Federación Nacional de Cafeteros finalmente visitó los cultivos con un equipo técnico desde Bogotá, reconociendo la calidad de la semilla y abriendo las puertas a un futuro prometedor para el café cordobés.






