* Conexión Consciente es una comunidad a la que invito a los lectores a sumarse y que tiene un objetivo claro: inspirar a las personas a reflexionar sobre cómo implementar procesos de comunicación asertiva y el uso adecuado de las redes sociales, para fomentar un uso más responsable, empático y positivo del entorno digital.
Hace unos días vi una imagen de Greta Thunberg, de pie en la cubierta de un barco rumbo a Gaza, con el mar agitado y el mundo observando. No era solo una imagen de solidaridad; era un símbolo. La misma joven que un día se sentó sola frente al parlamento sueco para exigir acción climática, hoy se arriesga por una causa que, aunque distinta en apariencia, comparte con la anterior una raíz común: la indignación frente a la indiferencia.
Pero mientras admiramos ese coraje, no podemos ignorar lo que ocurre alrededor. En Bogotá, en Ciudad de México, en París, jóvenes salen a las calles con pancartas, consignas y corazones encendidos. Y en medio de esa marea legítima, a veces se cuelan los vidrios rotos, los buses quemados, los gritos que ya no denuncian, sino que destruyen.
Pero detrás de ese ruido digital y emocional, hay una pregunta incómoda:
¿Están construyendo un mundo nuevo… o solo actuando en un teatro de indignación y destrucción?
¿Es Greta Thunberg una figura pública que eventualmente pudo haber sido instrumentalizada (ya sea por deseo de reconcomiendo público o por mero desconocimiento) por intereses más oscuros que apoyan-basados en el odio antisemita- movimientos propalestina?. No se engañe señor lector pensado que estoy en desacuerdo con las marchas o peor aún, de acuerdo de algún modo con el genocidio en palestina, para nada. Ese sería el pensamiento más simplista de cualquier objeción a este artículo.
El debate no es si los jóvenes pueden marchar. Claro que sí y es nuestro deber como sociedad permitir la protesta como el mecanismo idóneo por excelencia de la libertad de expresión. El debate es cómo asegurar que la energía, la persistencia y el compromiso con causas loables no se disipen, no se manipulen ni se conviertan en una tendencia efímera y mucho menos en un medio para legitimar la violencia o la destrucción de quienes simplemente deciden no actuar o piensan de forma contraria.
Dos posturas se enfrentan:
- Una defiende que, sin pensamiento crítico riguroso, el activismo es vulnerable, superficial y fácil de instrumentalizar.
- La otra advierte que exigir perfección analítica desde el primer grito puede ahogar la chispa necesaria para movilizar.
¿Es deber del estado poner fin a los desmanes que se presentan en las marchas? A juicio de quien les escribe, claro que sí, pero en igual sentido tienen el mismo deber los organizadores y los que participan en dichas marchas y protestas, de tomar acciones preventivas y correctivas contra los desmanes y hechos vandálicos. Ese sería el ideal de una marcha digna de toda la probación pública, con amplia difusión y seguimiento en medios y que sin duda podría atraer más participantes y adeptos a la causa y menos contradictores.
Hace años, el psicólogo Robert Cialdini —un hombre que pasó décadas estudiando no cómo controlar a la gente, sino cómo nos dejamos guiar, a veces sin darnos cuenta— escribió algo que hoy suena urgente:
“No somos manipulados por órdenes, sino por deseos que otros saben despertar en nosotros”.
Esta frase resume con claridad y empatía uno de los núcleos de su trabajo en Influence: The Psychology of Persuasion (1984), donde explica que nuestras decisiones —incluso las que creemos racionales— están profundamente influenciadas por emociones, contextos sociales y atajos mentales.
Cialdini no hablaba de villanos de película. Hablaba de mecanismos cotidianos: la necesidad de pertenecer, la atracción hacía una figura carismática, el miedo a quedarse por fuera de algo que se vende como esencial e importante. Cosas que todos sentimos, que las redes sociales propagan, y que hoy especialmente los jóvenes enfrentan. Esto en manos de quien sabe usarlas, pueden convertir una causa noble en un vehículo para intereses ajenos.
Activismo, sí, pero con cerebro frío y corazón ardiente.
Desde mi experiencia creo también que, así como hay estrategias de manipulación, existen las propositivas que enseñan el pensamiento crítico (no es escepticismo puro; es entender por qué, para qué hacer, cómo hacerlo y cómo ser propositivo, concreto y asertivo al mismo tiempo). Veamos algunas, que se llevan fácilmente a la práctica:
- Las cosas nacen y se cultivan en positivo desde la estructura básica familiar. Hay que validar la emoción, sí, pero acompañarla con preguntas: «¿Qué sabes del tema? ¿Has escuchado otras versiones?», «¿sabes qué hacer si sale de control y durante la marcha otros terminan golpeando personas o destruyendo cosas y bienes públicos?».
- La indignación es legítima… pero no suficiente. En los colegios y universidades, en todas las áreas del conocimiento social, se debe hacer que los estudiantes pasen de pensar «¡esto está mal!» a preguntarse: «¿por qué está mal?, ¿a quién beneficia?, ¿cuáles son los hechos y las opiniones de los que piensan diferente?, y ¿qué se puede construir en su lugar?».
- El activismo no nace solo en las redes… se fortalece en la reflexión. Por ello, es clave que en las instituciones educativas también se integre, desde temprano, el análisis crítico de la información digital en todas las áreas. No basta con «usar internet»; hay que desmontar algoritmos, sesgos y narrativas manipuladoras.
- Evitar las burbujas ideológicas —o de verdad, como las llamo—: el verdadero coraje es cuestionar e investigar siempre antes de simplemente levantar una bandera de otro país —del que probablemente no se sabe nada o muy poco— y caminar gritando algo que puede sonar ideológica y humanitariamente “bonito”.
- Si hay fines y causas loables, claro que es importante no paralizarse analizando… sino actuar con propósito:
– ¿Es clara la causa?
– ¿Es precisa la demanda?
– ¿Se consideran otras visiones?
– ¿Hay propuestas viables y realizables?
– ¿Qué se quiere lograr con esto?
– ¿Cómo saber si se logró el resultado perseguido? - El pensamiento crítico no es individual… es colectivo. Hay líderes juveniles por naturaleza, pero también los hay por formación, no solo en oratoria, sino en ética del discurso, escucha activa y construcción de consensos complejos.
No se trata de no marchar, sino de hacerlo con criterio, gritar con conocimiento y construir con estrategia, en vez de perder la autoridad moral para defender una causa, a través de actuaciones que se consolidan en destrucción y la violencia.
* Conexión Consciente es una comunidad creada por iniciativa de Felipe Sánchez Iregui, a la que se suma el diario La Razón —el primer medio de comunicación en hacerlo—, en el marco de su compromiso con la sociedad y dentro de su política de responsabilidad social.






