Un pasaje con esencia a Sinú

Por: María Camila García La Ronda es un territorio de contrastes, así como el camaleón cambia de color dependiendo de los estímulos que recibe del  entorno, así mismo el parque tiene una personalidad muy diferente cuando recibe los rayos del sol o cuando el resplandor sutil de la luna se posa sobre ella. En la mañana la protagonista es la naturaleza, cuando el alba tiene lugar en la Ronda sorprendentemente comienzan a salir las iguanas a asolearse en la copa de los árboles, por otro lado, están las ardillas recreándose desde temprano de un árbol a otro, los monos aulladores
9 años atrás

Por: María Camila García

La Ronda es un territorio de contrastes, así como el camaleón cambia de color dependiendo de los estímulos que recibe del  entorno, así mismo el parque tiene una personalidad muy diferente cuando recibe los rayos del sol o cuando el resplandor sutil de la luna se posa sobre ella.

En la mañana la protagonista es la naturaleza, cuando el alba tiene lugar en la Ronda sorprendentemente comienzan a salir las iguanas a asolearse en la copa de los árboles, por otro lado, están las ardillas recreándose desde temprano de un árbol a otro, los monos aulladores son los más juiciosos, pues inician la jornada  desayunando balanceadamente con frutas de la región,  mientras que el apacible perezoso aún continúa dormido.

Al parecer, los ciudadanos de la calurosa Montería se levantan bien temprano a causa de la fuerza colosal del sol que irrumpe sus sueños, es así como los visitantes llegan a la Ronda, en busca del microclima más fresco que tiene lugar allí.

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Cuando el sol se abre en el cielo,  en la Ronda se abren  las sombrillas de bolsillo o de quiosco, con estampado de rosas discretas o  con girasoles gigantes,  con rayas estilo marinero o con cuadros estilo escocés. Son las  mujeres que caminan a paso rápido tratando de evadir a la lumbrera; se dirigen así hacia la cita médica en algún centro de salud cercano, o van saliendo del centro con las bolsas del “mandado”.

Frente, al afán que llevan las mujeres por los distintos andenes del parque están las personas que esperan sosegadamente en los desembarcaderos durante cinco minutos, mientras que el planchón llega. Algunos esperan recostados en una pared de cemento o en algún pedazo de tronco que esté cercano. Minutos que un buen monteriano no desaprovecha para contar una historia y hacer un amigo.

El horizonte pinta así a un Sinú verdoso que se transforma en un escenario multicolor que toma vigor con cada uno de los planchones que se encuentran bordeando la Ronda.  “La Esmeralda”, es una embarcación que hace alusión al color verde de su fachada que se funde con la misma tonalidad del río en época veraniega,  la tradicional “Bala del Sinú” que se erige patriótica con la bandera de Colombia en su cúspide,  la corresponsal “34” que se califica con la calle donde desembarca, entre otros los cuales no reportan nombre.

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Recorridos

Asimismo, la Ronda tiene ritmos distintos,  por el corredor principal están los trabajadores que gozan de la sombra en sus stands vendiendo artesanías, mango biche, “raspaos”, dulces típicos  y aquellos vendedores ambulantes que caminan bajo el sol ofertando algodón de azúcar, tinto y pan, helados, globos y dispensadores de burbujas.

En la ciclovía, se puede ver al obrero que bien temprano utiliza esa ruta segura para agilizar su llegada al trabajo, pero también están aquellos que disfrutan de un ciclopaseo familiar  en uno de los bicitaxi  que rentan solo dos comerciantes dentro del parque lineal.

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En medio de los pasajes ondulados, están las plazoletas donde se sientan solitarios varios adultos mayores a leer una revista o un periódico para iniciar al día con la actualidad regional, por otro lado,  están  las parejas de enamorados que comienzan al día en cuestiones del amor.

Los sentidos

En este parque el color que prevalece es el verde, con árboles que deleitan la vista como los exóticos tulipanes africanos y polvillos; aquellos frutales que activan las papilas gustativas como  mangos, guayabas, peras, higos y cocos.  Otros  árboles que le sacan una sonrisa a los visitantes por la curiosidad de sus nombres, ya sea orejeros, cañafístula, guama de mico y camajón; también siguen aquellos colosales testigos de la historia del parque, los árboles más antiguos son  campanos, bongas, robles y caobas.

No obstante, el verde trasciende de la vegetación y tiñe diferentes íconos del mobiliario del parque como las sombrillas de los restaurantes, los stands de los comerciantes,  las canecas, los parqueaderos para las bicicletas, las lámparas,  las distintas señalizaciones de servicios públicos, nombres de los lugares,  accesos y prohibiciones.

La degustación en la Ronda puede variar desde el dulce raspao de kola y piña,   hasta el ácido del granizado de mango biche con limón; desde el salado pincho de carne con pimentón hasta el amargo de una cerveza Costeñita.  Asimismo, el olor de  la Ronda fusiona el olor penetrante a mango maduro, el olor ahumado a hojas quemadas, el olor pasado a peces del río y  el envolvente olor proveniente de la vegetación humedecida con la lluvia.

Los sonidos que se extienden en la Ronda van desde los tradicionales acordes del porro de María Barilla o Pablo Flórez hasta la nueva música fusión de artistas locales como Adriana Lucía y Martina la Peligrosa; desde los poéticos vallenatos de la vieja guardia de Alejo Durán o de Leandro Díaz hasta las letras ligeras de Aventura y Mike Bahía.

Continuidad e interferencias

 

La Ronda es un lugar ambiguo, algunos compran otros venden; unos duermen otros bailan, unos discuten, otros aman.  Al tiempo, es un lugar de incoherencias donde los peatones caminan por la ciclovía y las bicicletas transitan por el sendero principal.  Donde el espejo de agua casi siempre está sin agua y donde aún después de seis años permanecen las señalizaciones de Parques Nueva Montería.

En la tarde, la protagonista es la puesta del sol que permea toda la vegetación con su color naranjado, es el momento cuando los turistas buscan tomar las mejores fotos, desde aquellos aficionados con cámaras compactas Olympus o Fujifilm hasta aquellos  profesionales que sacan sus lentes gran angulares referencia Canon o Nikon.

A las cuatro de la tarde, ya están armados los inflables para los niños, mientras sus padres hacen las filas que no tienen nada de rectilíneas intentan controlar la emoción de sus niños con un helado de Monterrey o Crem Helado; o con un globo de Pepa Pig o Ben 10; o con juguetes como pistolas de balines o sopla burbujas.

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Cuando el sol se esconde en el Sinú, comienza la operación retorno donde los trabajadores ya cansados regresan a sus casas cargados de papelería, polvo, preocupaciones, pero también llenos de esperanzas y sueños. En el paso por el parque, algunos hacen una parada para compensarse con un dulce de coco o una paleta de limón; otros se sientan a ver el ocaso esperando a que llegue su pareja o un familiar para volver juntos a casa.

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A las seis de la tarde, la plazoleta de comidas comienza a expedir un olor intenso  proveniente de las cocinas, en la Bonga del Sinú están asando las hamburguesas a la parrilla, en Cocina Campestre licúan una limonada cerezada, en Tropical Coffee están fritando los patacones para decorarlos con un intenso hogao.

Los comerciantes que estaban en la mañana, son relevados por aquellos que vienen ofertar otro tipo de producto o servicio, los barberos salen y los pintores llegan; los fotógrafos temáticos llegan y los vendedores de periódico salen.

En la noche, la protagonista ya no es la naturaleza, pues los animales se encuentran en sus guaridas en medio de un profundo sueño y aquellos colores que brillaban ahora se ocultan tras las siluetas sombrías de los árboles centenarios.

Hay lugares de la Ronda que tienen una identidad muy clara, el teatrino es un escenario netamente nocturno, al que llegan sus artísticos habitantes a tocar la guitarra y cantar sus composiciones inéditas por ocio o aquellos artesanos y pintores locales que buscan  exponer su creatividad para ganarse el sustento diario.

En la mañana, son los miradores de las calles 22, 27 y  29 los lugares ideales para comenzar el día antes de llegar a la rutina de trabajo. Estos espacios no fueron diseñados para sentarse,  se pensaron para aquellas personas que van de pasada y quieren llevar en sus mentes una fotografía de la llegada de los planchones o del corredor boscoso de la margen izquierda.

Por su parte, el muelle náutico toma su mejor cara con el atardecer, cuando las garzas llegan en bandada a  tomar su último alimento justo al frente de las murallas desgastadas del antiguo puerto de atraque. El paisaje es de postales.

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En este parque lineal, hay una amalgama entre el pasado y el presente, entre la calle 33 y 34, están una serie de kioscos que imitan en su forma y color al gran kiosco del parque las Cavalongas donde antes se vendía hielo y agua. Hoy se ofertan otro tipo de productos, desde asados, granizados, artesanías y tatuajes.

Es normal que en esta dinámica donde se cruza el ayer y el hoy, se enfrenten las lanchas rápidas con planchones artesanales. En este sector del parque, que corresponde a la culminación del trayecto es aún normal encontrarse con personajes que son una institución por su trayectoria laboral en la Ronda.

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En este sector del parque, que es aún normal encontrarse con uno que otro personaje que son una institución por su trayectoria laboral en la Ronda Vicente Llanos es uno de los dos barberos del parque, él es un pelayero que tiene 85 años y por su parte la jornada comienza entre 8:30 a.m. o 9:00 a.m. hasta las 5:00 p.m.; al igual que Domingo, el dueño de la barbería Su gran amigo, comparten el mismo medio de transporte, dos bicicletas que curiosamente son de color rojas. A diferencia de su compadre, lleva laborando de forma permanente en el parque desde hace 50 años.

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Asegura que hay tiempos buenos y malos, pues el negocio ha menguado a medida que han fallecido los que eran sus clientes, pues él no concilia con esos “cortes modernos”. Por otro lado, los turistas solo llegan en temporada y pocos llegan a motilarse con él.

Aseguró que era un día normal de trabajo y llegó una inspectora que le dijo que él no tenía permiso para trabajar en el parque lineal, por lo que debía mudarse bajo buenos términos, tal hecho ocurrió durante la alcaldía de José María López , a principios de los años 90.

Con ese contratiempo, se le ocurrió construir un planchón por lo que fue a donde los areneros y les compró unas balsas con ayuda de su hijo y un yerno para darle firmeza a la embarcación que le permitiría laborar desde el raudo Sinú .

Decidió así, amarrar el planchón en la orilla del río, a la altura de la calle 36, pues consideró que estando allí estaba en “el predio de la nación” y que el gobierno no lo podía echar de allí. Asevera que durante esos dos años largos de estancia fue asediado por los medios de comunicación, pero que nunca ninguno de ellos le ayudó.

“Aquí vino una periodista caleña, y le dije estoy careciendo de una máquina, porque esas máquinas como las que yo trabajo no eran así populares como ahora, eran muy poquitas y ella me dijo que me iba a mandar la máquina de allá, pero nunca me la mandó.

Luego vinieron otros, y les dije que ya no quería embustes, ellos le toman los rollos a uno y se ganan la plata y no son capaces ni de darle un tinto a uno”.

Al contrario de esta experiencia, Vicente afirma que la transformación urbanística de la Ronda no fue un episodio difícil, porque recuerda que con la remodelación fueron “apartando a la gente más mala, a esos maricas, ladrones y marihuaneros”. Asimismo, recuerda que los ingenieros del proyecto lo llamaron a conciliar porque él tenía título de “veterano”, por lo que le dijeron que no lo iban a echar, pero que debía cumplir el requisito de pagar una mensualidad por trabajar.

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A pesar, de esto veterano dijo “yo creo que uno debe pagar porque todas las cosas no se las va a echar uno al gobierno, porque el gobierno puede que si le dé alguna cosa a uno, pero no es que toda la vida va a vivir uno apegado del gobierno”.

Para despedirme de este coloquial personaje, lo invité a tomar algo y me dijo “tranquila que me acabo de tomar una chicha”. Cerró su local con la carpa verde que lo cubre, amarró su bolso de cuero café a la parrilla de su bicicleta, se puso su sombrero y emprendió la cicloruta que lo llevaría a casa.