Las heridas invisibles: El desgarrador testimonio de Adriana Patricia Pérez en busca de su familia

Hoy se desempeña como delegada por el hecho de desaparición forzada ante la Mesa Departamental de Antioquia y ante la Mesa Nacional de Víctimas.
2 meses atrás

Cada palada de tierra que Adriana Patricia Pérez Rojas remueve en el Bajo Cauca antioqueño lleva consigo el peso de una ausencia que ha marcado su vida durante 29 años. El vacío que habita en su pecho desde 1996, cuando apenas era una niña de 14 años y los paramilitares al mando de Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, le arrebataron a su familia.

“He hecho 16 trincheras, 16 huecos, y no lo hemos podido encontrar”, confiesa con la voz entrecortada. Sus manos, encallecidas por años de cavar en busca de respuestas, sostienen fotografías descoloridas de su padre y su tío, imágenes que ha incorporado a un vestido que porta como un santuario ambulante de memoria.

Las noches para Adriana son una sucesión de pesadillas y revelaciones. “A través de los sueños mi familia me ha dicho dónde los puedo buscar”, explica, mientras dibuja mapas detallados basados en estas visiones nocturnas. Para muchos podría parecer locura, pero para ella, es la única forma de comunicación que le queda con quienes le fueron arrebatados.

El dolor se manifiesta en cada faceta de su existencia. Se convirtió en defensora de derechos humanos no por elección, sino por la herida profunda que la guerra dejó en su alma. “Durante muchos años sentía odio por los grupos al margen de la ley”, reconoce, con los ojos empañados por lágrimas contenidas durante décadas.

Hoy se desempeña como delegada por el hecho de desaparición forzada ante la Mesa Departamental de Antioquia y ante la Mesa Nacional de Víctimas, también hace parte de la comisión articuladora de búsqueda en el departamento de Antioquia y delegada por el hecho de desaparición forzada.

La crueldad del conflicto le robó la adolescencia y trastocó su destino. Mientras otras jóvenes de su edad vivían experiencias propias de la juventud, Adriana aprendía a identificar restos óseos en fosas comunes. “Cuando uno está cavando una fosa y se mete una pala y sale un huesito… no es una celebración, pero es una alegría tan grande porque uno sabe que ahí los encontró”, describe, revelando la paradójica realidad de quienes buscan desaparecidos.

Durante la pandemia, su dolor buscó cauces creativos. Impulsó la creación de un álbum con 503 cartas escritas por familiares. “Mi mamá nunca le había escrito una carta a mi papá”, recuerda. En esas líneas rasgadas, su madre escribió: “Tú le diste unas alas muy grandes a Adriana, por lo que te pasó. Tú no te imaginas lo que hoy son tus hijas. Adriana está estudiando derecho, quiere ser fiscal”.

El encuentro cara a cara con “Macaco” fue otro capítulo desgarrador en su historia. “Pensé que no iba a poder tenerlo frente a mí”, confiesa. Ese momento, temido durante años, le reveló que su propio dolor había mutado en algo diferente. “Entendí que lo que me pasó, me pasó para que fuera quien soy. Entendí que es con él, como excombatiente, que tengo que trabajar para encontrar seres desaparecidos en este país”.

Mientras continúa su búsqueda incansable, Adriana carga con una pena que trasciende lo personal. Su dolor se ha convertido en una misión colectiva, una herida abierta que solo sanará cuando la última persona desaparecida en Colombia regrese a casa, aunque sea en forma de restos que puedan recibir digna sepultura.