¡Apague y vámonos!

Por Marcos Velásquez.


WHISKY

Mi sobrino tiene catorce años. Cuando va conmigo a la barbería, lo hace porque se va a motilar y, aunque ve cómo me acicalo la barba mientras él apenas empieza a lidiar con esos primeros vellos faciales, ya empieza a inquietarse por las posiciones de la gente grande.

Me pregunta sobre la manera de afeitarse sin que se le irrite la piel, o sobre el manejo de las cuchillas en relación al acné adolescente y si yo también pasé por lo que él está empezando a vivir, a lo que le respondo con naturalidad que sí, que no se sienta extraño por que empiezan a presentarse cambios drásticos en su cara.

Le expongo que el acné es propio de su edad y que entre más trate de evitarlo, haciéndose daño con la uña intentando quitarse el grano incomodo de la cara, es peor. Que por el momento, se ha de afeitar solo cuando realmente lo necesite, para tratar de evitar el maltrato de la cuchilla que, siempre ha de ser nueva para prevenir una infección en la piel, sobre todo en la parte en que los granos más arrecian.

De igual modo le hago saber el peligro de los tratamientos dermatológicos, en relación con los efectos secundarios de esos químicos cuando entran al organismo y alteran su naturaleza, causando depresiones e incluso, en algunos casos, deseos suicidas, cuando no, un suicidio.

Por ello le insisto que, es mejor darse la pela del momento y tener la plena confianza de que esa etapa de la vida pasará, que eso que está viviendo es temporal y que su rostro más pronto de lo que se imagina, si no se lo molesta, estará libre de esos granos incomodos que al mirarse uno al espejo lo hacen sentir mal.

Aclarándole también que ha de ser fuerte para enfrentar las burlas de los compañeros de colegio que no son tan amigos como uno lo imagina, cuando hacen bromas pesadas porque uno está sin afeitarse y no se ve también como desea. Le hago saber que su crueldad es solo una proyección de sus temores e inseguridades, las que los afectan a ellos más que a él si tiene claridad y no entra al trapo, como coloquialmente uno dice.

Estábamos en esas, cuando me pregunta que si vi en redes sociales lo que pasó con Abelardo de la Espriella y Ariel Ávila. Le dije que sí y le pregunté: ¿Qué piensas tú de eso? Y este pequeño hombre que se ve muy grande porque en estatura ya rebasó a todos los de la familia, me responde que estaba de acuerdo con De la Espriella y cómo puso en su sitio a Ávila.

Yo no sé si me sorprendí o me indigné por su respuesta, lo que sí sé es que me alarmé y me indigné ante semejante pasividad y falta de crítica, de responsabilidad social y de respeto por el ser humano. Inmediatamente lo confronté y le dije:

¡Qué! ¿Te parece normal lo que viste en el video? ¿Crees que así se debe comportar una persona, además, un “profesional”? Y él, muy orondo y muy majo, me dijo que sí. Entonces, antes de empezar a escuchar palabras que brotan de un imaginario de un preadolescente lleno de egos vacíos y justificaciones de odio sin historia y argumentos, lo detuve.

Le dije: ¡Mira! El señor De la Espriella no es el ejemplo del hombre cordobés ni colombiano a seguir. La posición pendenciera no es propia de una persona que haya pasado por las letras (el colegio, la universidad), no. Eso que ves en los videos de las redes sociales, lo que allí pasó, es la muestra de que no estamos bien en Colombia.

¡No! Eso no es un ejemplo a seguir. Dos personas, una atacando, increpando, hablando duro para no dejar hablar al otro e imponiendo solo su verdad, no es el ejemplo de una sociedad donde la democracia es el principio político que permite hacer lazo social a los ciudadanos.

De ahí en adelante se puede llegar a pensar que todo se vale, todo, para conseguir dinero, y que el dinero es lo que le da prestigio a un ser humano. ¡No! El dinero no da prestigio, resuelve necesidades, permite resolver problemas materiales, pero no es la excusa ni el fin para imponer un estilo de pensar, ¡jamás!

La actitud de ese señor no es el ejemplo a seguir. Y aunque plantee verdades no es la justificación para muchos hechos atroces que se han cometido de parte de la guerrilla como de los paramilitares en nuestro país.

Tu naciste en el 2004, tu no viviste el doloroso y triste episodio, para citarte un ejemplo, del asesinato del doctor Héctor Abad Gómez el 25 de agosto de 1987.

¡No! No lo viviste y no deseo para ti ni tu generación vivir hechos atroces como el exterminio sistemático de un grupo político como pasó con la UP. Ni siquiera sabes esa historia que algún día te la tendré que contar, pero por pensar el doctor Abad en la defensa de los derechos humanos (que hay que respetar al otro porque no piensa como yo, o porque no tiene dinero, o porque no me “sirve” para mis fines), por pensar así ya lo tildaron de guerrillero, porque en Colombia, cuando el narcotráfico se tomó la política se empezó a plantear que todo el que no piensa como un narco político, un paramilitar, ya es guerrillero. ¡No!

No puedes confundirte pensando que una posición liberal, de progreso, exija que todo lo que no sea como yo pienso hay que aniquilarlo. Es que en Colombia se volvió costumbre, de Pablo Escobar para acá, que todo el que no piensa como yo, o que no hace lo que yo quiero que se haga, hay que matarlo. ¡No!

Ese pensamiento narcopolítico, narcoparamilitar, narcoguerillero, que infundo Escobar se encargó de producir la segunda oleada de violencia más grande en Colombia después de la llamada época de la violencia, en la que los liberales morían a manos de los conservadores con la anuencia de la iglesia. Esa historia no la sabes, esa historia ni te provoca leerla. Pero esa historia pasó y si nos descuidamos, van a seguir matando a personas, seres humanos que no están de acuerdo con totalitarismo, con personas que exigen que se piense y se actúe como borrego.

No quiero que confundas el capitalismo con el paramilitarismo o un totalitarismo. Yo no estoy de acuerdo con el comunismo o con el socialismo que en la historia de la humanidad, como sistema político ya demostró su inviabilidad para el desarrollo económico, social y del espíritu del hombre que ha de estar siempre en acción, no en comodidad, pero tampoco estoy de acuerdo con un capitalismo salvaje que estima que solo quien tiene es quien vale, ¡no!

La persona que no piensa como yo me puede enseñar a pensar mejor, porque me puede mostrar cosas que yo no veo a partir de las críticas que ella me hace. Pero para aprender, tengo que saber escuchar, no tener miedo y tener mucha seguridad en mí. Los inseguros y los materialistas son los que se llevan por delante (matan) a quienes no defienden su estilo de pensar.

Estaba regado en prosa, cuando mi sobrino me interrumpe muerto de la risa mostrándome su celular y me dice: ¿Y qué piensas de esto? ¿De qué?, le pregunté. Y me mostró: Que Mockus se bajó los pantalones en el Congreso.

No tuve más que callarme y pensar: ¡apague y vámonos! Definitivamente no estamos bien. Y si mostrar el trasero es el acto simbólico que va hacer que el país se calle y se concentre en la palabra de quien habla, semejante tautología por parte de Mockus, es el preámbulo de que los cuatro años que nos esperan pueden ser peor de lo que ya hemos vivido. Con la triste realidad de percatarme de que mi sobrino, mientras yo le hablaba, se siguió molestando los granos de la cara y estuvo más atento al celular que a mis palabras.

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