Anímate, manda a la gente al carajo

Opinión/ Por: Marta Sáenz.


#Opinión/ Por: Marta Sáenz Correa.

De regalo de navidad, recibí de amigos que me conocen y saben cuánto disfruto la lectura el libro del psicólogo clínico César Landaeta H. “Como mandar a la gente al carajo”, que nos plantea el interrogante: ¿Por cuánto tiempo vamos a continuar tragándonos la rabia que nos producen los abusadores?, solo porque no queremos caer en una indeseable confrontación o porque no hemos descubierto el poder que tenemos para enviarlos directamente al carajo.

Landaeta nos invita a creer que somos personas que merecemos respecto, ni buenos, ni malos, tan solo somos alguien con derecho a tomar decisiones. Que se puede triunfar o fracasar y que, y en un gran porcentaje las consecuencias derivadas de nuestros actos dependen únicamente de las escogencias que hagamos. Si me equivoco, rectifico, y si creo que estoy en lo correcto, continuaré en mi camino. La decisión estará siempre y únicamente en nuestras manos.

La primera lección a aprender es quitarnos de la cabeza la idea de que mandar a la gente al carajo implica insultar con palabras gruesas, como si con ello pudiéramos ganarnos el respeto o la obediencia que creemos merecer. Lo importante es que si algo le causa enojo pueda razonarlo a conciencia y seleccionar la respuesta más adecuada al estímulo que le ha ocasionado la molestia.  Lo segundo es no permitir la descalificación. Aquellos que suelen hacerlo tienen como objetivo ubicarse en un plano superior a los demás y, desde una altura fabricada, neutralizar conductas que en el fondo les atemorizan.

La tarea siguiente es usar nuestro buen humor, es un arma letal. Sirve como factor disuasivo y armamento útil contra los perturbadores de nuestra paz espiritual. Aprenda a reír con alegría. Ríase hasta de usted mismo. Y, la última tarea es desmontar la trampa de la culpabilidad. Expresa el autor que manipular los sentimientos de culpa es una de las herramientas más eficientes para controlar la conducta humana. Comience por aceptar que es un ser humano con sensibilidad y tan merecedor de respeto como el resto de la humanidad. Si, bajo esa premisa, tiene la necesidad de sacarse de encima a un agresor o ponerle freno a quien quiera esclavizarte, no tiene por qué flagelarse a vivir con el temor de un castigo.

Para finalizar el autor nos recuerda que es primordial reconocer y fortalecer el derecho de cada cual, a vivir sin estorbos o intromisiones desagradables incluso cuando provienen de un ser a quien se le debe respeto y consideración, ya sea por su edad, su rango familiar o una amistad por largos años. Seguir la línea del nada se puede hacer a la que muchos recurren es caer en la resignación.

PARA DESTACAR:

No permitas que el miedo te lleve a dudar o quedarnos de una pieza cuando tendríamos que levantar la voz para exigir nuestros derechos y deshacernos de lo que nos impide desenvolvernos con plena libertad.